En la foto, habrá unos treinta niños. Al ver, no hay niñas. Todos llevan el mismo corte de pelo. Llegados a destino, todos habían sido rapados. Nunca se sabe, ¿no? ¡De dónde vienen!
Hay un contraste: usan pantalones cortos y sandalias de verano y llevan en los hombros, mantas y capas. Al irse de casa, no las llevarían, será llegando allí donde se sacó la fotografía que se les daría. Las noches siguen siendo fresquitas por aquí, incluso en julio.
La foto los paralizó. Imagino que no entenderían todo lo que se les decía. A pesar de todo, la lengua del fotógrafo es universal: entendieron por lo menos que no debían moverse. No miran hacia el objetivo, los ojos se dirigen hacia la derecha. ¿Qué ven en este momento? No lo sabemos, nunca lo sabremos. Sólo podemos imaginarlo.
Hay uno de los chicos que no mira en la misma dirección: observa al fotógrafo, nos observa, me observa. ¿Por qué? Tendrá unos diez años. Los otros, entre tres y dieciséis, no mucho más. ¿Quiénes son? No sé sus nombres, sólo que les llaman "Los Niños", púdicamente. Los "niños de la guerra", también. Son los niños cuyos padres captaron la fragilidad, la inocencia. Padres destrozados, los abandonaron. Conclusión demasiada rápida que algunos podrían sacar por no conocer las circunstancias de estos abandonos. Los padres desgarrados decidieron no abandonarles sino encomendarles a obras de caridad para que los salvaran de la guerra que se desencadenaba en el país. Sacrificio enorme. Elección corneliana: "¿tengo que guardar a mi niño a mi lado con el riesgo de verlo morir en un bombardeo? ¿O tomamos la decisión de alejarlo de nosotros, del pueblo, del país con el riesgo de no volver a verlo? A nosotros mismos se nos matará, ejecutará, desterrará cuando nos toque"
Descubrí esta foto entre dos paredes vaciando el desván. Había escapado a los habitantes anteriores de la casa. Allí, queriendo renovar el desván, derribando una pared; al abrirme el horizonte, caí sobre estas miradas, sobre estos ojos perdidos. También había libros, cuadernos, varios escritos, caligrafiados o textos garabateados en francés y en español, recortes de periódicos, varias fechas. Me zambullí en todo esto, lo leí, lo descifré, traduje y por cotejos llegué a este relato.
.
Intrigado, seguí la pista al revés de estos niños. ¿De dónde venían, por qué habían llegado aquí? ¿Cómo vivieron? ¿Cuándo volvieron a su casa? ¿Volvieron? Los archivos del Ayuntamiento, la historia y la imaginación vinieron a ayudarme para llevar a cabo esta misión. Así que, es cierto, a veces, la historia se sale de la grande, la fantasía de la realidad, el sueño, de lo vivido...
Una de las primeras cosas de la cual me enteré es que el niño de la foto era el último habitante de la casa. Fue desahuciado y la casa permaneció mucho tiempo abandonada. No era suya. La mujer del primer dueño, desde que se fue para siempre a África y que lo cerró todo, nunca volvió. ¿Cuándo se fue? Ya no lo sabemos. Cuando el primer dueño, estaba ya muy enfermo y sin los niños, ella, volvió una mañana, como si nada hubiera pasado, muchos años más tarde. Hay que decir que, en aquellos años por África, no se veía de muy buen ojo a un blanco y aún menos a una blanca sin marido que se enriqueciera de forma rápida y más o menos legal. Bueno, la legalidad, en aquellos tiempos no era la misma que hoy. Con lo que ocurría por allí, aquí muchos se tapaban los ojos.
¿Uno de nuestros reyes no dio el ejemplo? Entonces, ¿por qué privarse?
Desde la guerra, el deseo de independencia llegó a muchas antiguas colonias. De India a África. Allí, los colonos tuvieron tiempo de organizarse, de poner a salvo sus valías en arcas suizas o luxemburguesas y sobre todo neutrales. Los jefes de estados siguientes, los independentistas no harían otra cosa. Oro, diamante, petróleo, cinc todas las riquezas eran explotables e inagotables. Así que la finca de una blanquita no podía perjudicar mucho a toda esta economía. Ella se hizo rica y amarga. Al ver el estado de su marido (nunca se habían divorciado), se le vinieron las lágrimas, pero de alegría porque había tomado la buena decisión al abandonarlo muchos años antes: ella, estaría en el mismo estado, si se hubiera quedado. Ahora sus telas, joyas y perfumes, la protegían del hedor del casi cadáver de su esposo, de la decadencia arquitectónica: del desastre de esta vida.
ESTÁS LEYENDO
Las lágrimas de Guernica
Historical FictionEnvuelto en su pequeña capa negra, el pequeño Aitor llega a la estación de Mouscron en Bélgica en 1937. No no sabe todavía que su estancia va a durar más tiempo de lo esperado. Es uno de esos niños que sobrevivieron al bombardeo de Guernica, que, s...