13. La visita

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Volví, pero ya de turista. No como medio clandestino a la busca de mi pasado. Cuarenta años más pronto había decidido no volver al ver las cosas como eran. Los vencedores se habían tomado el poder y, yo, allí, ya no tenía mi sitio. Me hice la vida por aquí y por eso aquí estás, Olvido, ¿no eres tú una buena razón?

Llegué a Madrid sin conocer a nadie. Bueno la cosa es que nunca tuve familia en la capital y además ya no tenía ninguna noticia del país aparte de lo que decían en el telediario de por aquí, es decir, nada. Yo, conozco más a los cantantes, los actores y políticos de por aquí que de por allá.

Tuvimos que esperar hasta el '90 para que la cadena de televisión española se emitiera aquí. Entonces, sí que pude recuperarme entre noticias y películas, canciones y tertulias. Tu abuelita estaba harta de mirar la tele sin entender. Nos compramos otro televisor para no reñir. Una arriba y otro abajo. Casi ya no nos veíamos.

Pero antes de esto, es la tele de por aquí que nos asustó, otra vez. Queríamos ir en el '81 para nuestro 25° aniversario de boda, pero como en febrero hubo un intento de golpe, atrasamos el viaje. El 23 de febrero, un teniente coronel y 200 soldados entraron en las Cortes ametrallando el techo y secuestraron a los diputados presentes. Exigían la vuelta a un régimen fuerte o sea la dictadura. Varios altos oficiales apoyaron el golpe. En Valencia, salieron varios tanques por la tarde. Suerte que el Rey salió por la tele para oponerse al golpe y defender a la Constitución. Se había puesto el traje de capitán general de las fuerzas armadas y así les ordenó volver a los cuarteles. Fue salvada la democracia. El militar fue detenido tal como su panda y los de Valencia. Fueron condenados a 30 años de cárcel. Ya entiendes que ir en verano aquel año parecía algo difícil. Todos nos lo desaconsejaban. Nos decían de esperar y que el año siguiente habría el mundial de fútbol. Por la cervecería, tuvimos entradas para la final. A mí, no me interesaba nada, pero era buena ocasión, de ir, ¿no? Para tu trabajo, tendrás que verificar todo lo que te digo, Olvido. A veces, se me pierde la memoria o recuerdo cosas que no son del todo verdades.

-No es grave, Abuelito. Me gusta cuando me hablas así de tu niñez y de tu vida. Papá no me cuenta nada. Dice que no tiene muchos recuerdos.

-Sabes que a veces no nos da la gana de hablar. No te enfades por eso. Ya tendrá sus razones.

-Bueno, pues, Abuelito ¿viste la final del mundial?

-Yo, no quería ir como te he contado. Era más para tu padre y además era gratis. Había dicho que sí pero primero iríamos a visitar el museo o ¿no? Habíamos llegado unos días antes. La ciudad estaba repleta de turistas llegados sólo para la final. Estábamos en un pequeño hotel que se llamaba "Askatu", en la plaza Santa Ana muy cerca de la Puerta del Sol. Estaba a un cuarto de hora a pie del museo donde me aguardaba la obra. Sabía que no les interesaba mucho a los niños y tu abuelita quería aprovechar a lo máximo de su habitación "todo incluido".

Así que me fui sólo el domingo por la mañana. En la plaza, estaban llenas las terrazas. En el kiosco, me compré "El país" con el suplemento dominical, - ¡lo que pesaba, tú! Me senté para tomarme el café. Leí los titulares rápido. No podía concentrarme. Guardé el periódico bajo el brazo. Atravesé la plaza hacia el teatro y tomé la calle del Prado. No podía equivocarme. Tomé a la derecha hasta llegar a una rotonda donde Neptuno reinaba. Luego, tenía que atravesar los jardines del Prado. El recepcionista me había dicho de no entrar en el Prado mismo, pero de dejarlo a un lado y seguir en el parque. El pabellón donde estaba la obra quedaba un poco más lejos. A estas horas de la mañana, no había mucha gente. Cuando llegué, no había fila como en el Prado.

Finalmente, entré en la sala de exposición. Antes, había dos otras más donde estaban colgadas las obras y los trabajos preparatorios al cuadro. El pintor ya tenía su idea antes de que le encargaran la obra. Trabajaba sobre la mitología, los minotauros y la corrida. Aunque no quería precipitarme, las descuidé un poco. Este momento llevaba años esperándolo. Bueno, durante mucho tiempo no me había dado tanta cuenta. Sólo fue cuando vi las primeras imágenes por la tele que empecé a comprender. Las escenas del cuadro, las caras retorcidas me recordaban tu dolor, Olvido, pero no sólo esto. Era toda mi infancia que ahí estaba diseñada, dibujada, pintada y representada: mi madre me llevaba en brazos, en medio de los heridos, de los hombres, de los animales, del fuego y de los soldados. Ya lo sé, ya que me repito. Bueno lo de repetir es la edad, ya verás. En un instante, me veía toda la vida o más precisamente un solo momento que iba a determinar a mi vida entera. Este momento lo esperaba durante días, desde que decidimos ir a Madrid, pero aún más, desde meses, años, desde toda la vida. Así que frente a la obra que me había atormentado tanto tiempo, frente a los personajes torcidos de dolor, frente a los recuerdos que me venían, unos lejanos como la fuga con mamá en el carro; otros más cercanos como tu mirada, convulsa por la fiebre, no lo pude soportar, me desmoroné. El chorro de dolor, de recuerdos, pero también la belleza del cuadro reventó la barrera de mis pudores, rompió la protección que me había construido a lo largo de mi vida: me convulsaron las lágrimas y lloré y lloré y volví a llorar sin poderme parar. Tenía hipo y lloriqueaba. Unos visitantes se dieron la vuelta, les tranquilicé entre lágrimas y sonrisas. Como no podía pararme, si allí me quedaba, decidí salir prometiéndome volver. Salí deprisa del museo. Serían muy interesantes las otras salas, pero no venía a por ellas. Volví por el parque del Prado y me senté en un banco para respirar y me calmé. Tenía que hacerlo porque esta noche había la final. Estaba en Madrid para ver el enfrentamiento entre Alemania e Italia, dos países que se habían aliado a la España de entonces para bombardear mi ciudad, para destruir mi vida, para masacrar la vida de miles de personas como la de mi padre, -de lo que estoy seguro-, de mi madre de la cual nunca tuve más noticias. No tenía muchas ganas de ir a divertirme. Pero bueno, no iba ahora a desaparecer y destruir mi vida actual. La parte negra de la historia ahora no podía ganar y arruinar mi vida actual. Me había reconstruido una vida tras haber sido rescatado de los escombros, de las ruinas de la guerra. No iba a repetir el error de los tiranos. En el cuadro, también hay luz y una paloma. El pintor había representado igualmente la esperanza y la vida. Teníamos que aferrarnos a este ligerito hilo que nos tendía. Me levanté, saludé a Neptuno y volví al hotel. La familia acabaría de levantarse. Abuelita ni se habría percatado de mi ausencia. Ya le había acostumbrado a peor antes. Los chicos se divertirían en la piscina. Les propondría tomarnos el aperitivo en la plaza. Les iría a esperar con el periódico. Me enfrascaría en los artículos políticos que presentaba a un hombre político que iba a dar un soplo de esperanza a este país en octubre siguiente. Diez años más tarde, la Expo y los Juegos Olímpicos apoyarían este movimiento. Por fin, tendrían lugar en Barcelona ya que se cancelaron en el '36.

Tu abuelita Josefina se reunió conmigo a la terraza del café.

- ¿Estás sola?

-Pues sí, los niños no han querido venir ahora. Comeremos juntos más tarde. Les dije que querías ir al museo y no les interesa nada. Quieren descansar para estar al tope para el partido y como ya salieron la noche pasada y volvieron a las tantas...

-Ya fui al museo y...

- ¡Ah! y no me has dicho nada.

-No quería molestarte con mis cosas y mi tierra...

-Pues muy bien, ya sabes que a mí los museos y es verdad que los últimos tiempos te repites mucho... ¡Qué no, que es broma! Dime otra cosa: ¿has visto las toallas y las sábanas de la habitación con las iniciales del hotel, ¡qué lindo! ¿Verdad?

-Pues, no, no me fijé.

-Yo sí, es un encanto y fui a la recepción para felicitarles. El bordado es una joya de ejecución y estás florecitas son estupendas. Me han dicho que las compran en una tienda del barrio. Todavía las borda a mano una anciana casi ciega. Les he pedido la dirección y como se traducía al español, "lys", el nombre de estas flores. No pudieron contestarme. Podríamos ir a verla, esta mujer. ¿Me estás escuchando Aitor? Se volvió hacia mí. Tenía esa costumbre de hablarme sin mirarme haciendo otra cosa y yo asentía con unos: ¡que sí, que sí! Ahora mi silencio le hizo darse la vuelta.

-¡Azucena!

-¿Qué?  ¿Por qué me hablas de tu madre ahora?

-Azucena es la traducción de "lys" (en francés), flor de lirio....

Las lágrimas de GuernicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora