11. Andone

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Al volver Ito Jorge de correos, supe enseguida que las noticias eran malas. Aitor se había ido en búsqueda de sus padres y me había prometido que trataría de saber algo de los míos. Llegamos ambos en casa de Ito Jorge al mismo tiempo y no nos conocíamos. Como los dos estábamos tristes por la separación con los padres y que hablábamos el mismo idioma, nos hicimos muy amigos, decía Ito Jorge. A pesar de reñir mucho, nos llevamos bien.

¿Qué decir más que ya no sepáis? Era muy pequeña, así que recuerdo menos. Sí que estaba Ito Jorge, el caballo, su madre, las gallinas, las vacas y lo demás. Hablé más rápido y mejor el francés que los otros que llegaron con nosotros. Pensaba que iba a quedarme aquí mucho tiempo, entonces me dije que si tenía que olvidar mi vida anterior tenía que vivir como aquí. Decidí en pensar sólo en mi nueva vida con Ito Jorge. En la escuela, me hice amigas. No me molestaban las niñas en el patio, no se burlaban de mí, mejor dicho "ya no". En los primeros días, hubo una que me imito hablando. Supe más tarde que era la hija del guardia forestal. Me eché a por ella, la tiré al suelo, la agarré por el pelo. ¡Como empezaba esto ! Era todo un espectáculo en el patio. Hubo que llamar al director para que nos separara. No, no me castigo. ¿Cómo lo hubiera hecho? No hablábamos la misma lengua y además era amigo de Ito Jorge, como lo entendí cuando llegó a su despacho. Se estrecharon la mano. El director le explicó el tema y se echó a reír Ito Jorge. Ni siquiera me atreví a sonreír. No sabiendo segura que de mí se tratase. Con la mano, Ito Jorge me dijo de acercar y dijo algo que tampoco entendí. Me apretó la mano a modo teatral. El director me alargó la suya del mismo modo. Los dos se pusieron el índice en los labios y se echaron otra vez a reír. Sólo comprendí más tarde el sentido profundo de esta escena. Así, las niñas sabían cómo yo era. Había una que fue mi gran amiga. Éramos muy diferentes: ella, alta, rubia, alegre. Aprendió enseguida a decirme "hola", "adiós" "¿qué tal?" en francés. Se llamaba Marie. Me enseñaba el francés y yo el castellano a ella. Era pura paciencia. Repetía una y otra vez las palabras. Yo me ponía nerviosa cuando no conseguía repetir. Ella, muy tranquila, volvía a decírmelo, con su tierna voz para que las recordara a mi ritmo. No era muy justa en el intercambio. Yo no le enseñaba tanto como ella a mí.

Me invitó varias veces a su casa. Vivía en una enorme casa en un parque del otro lado de la estación. Lo que más me extrañó es que cada uno tenía su propia habitación y había una biblioteca. Allí, nos quedábamos horas. Intentaba, yo, adiestrar este nuevo idioma. Sus padres eran industriales en el textil: eran dueños de casi todas las hilaturas de la región. Y a pesar de esto, mandaban a sus hijos a la escuela pública. Esto no le entendí enseguida, pero pude apreciarlo más tarde. Su casa no era como la de Ito Jorge era única, no tenía vecinos y como dije cada uno tenía su habitación. Una para Marie, una para su hermano, Jean-François y una para sus padres y muchas piezas más donde nunca entré. Había también criados, jardinero y chófer. Los padres de Marie trataban de ser amables conmigo... Así que es la españolita esa del padre Georges... En que se habrá metido otra vez ese, siempre con sus cosas raras. Parece la niña muy valiente, podríamos contratarla un tiempo a ver lo que vale... Y todo esto en la cara. Sabía que no entendería mucho de lo que decían, pero el tono de voz no me gustaba nada.

Marie se las arreglaba más tarde para invitarme cuando sabía que no estaban sus padres por mucho tiempo o cuando acababan de irse. Solían quedarse fuera varios días por viajes, vacaciones o negocios. También tenían una casa en Bruselas donde iban a menudo. Eso sin olvidar el piso en el mar. Marie me lo contaba todo simplemente sin ser pesada. Había nacido en esta familia, era normal que la describiera tal como era. Al igual que si yo hubiera tenido que hacerlo, hubiera hablado de las vacas, de las gallinas, del viaje, de los campos, de la granja, de los gritos, de las ráfagas de ametralladora, de las bombas, del fuego, del hambre, de los sollozos, de las lágrimas, de las salidas, de las despedidas. Tome conciencia muy pronto de estas diferencias de vidas, de riquezas, de medios, de clases, de idiomas y de culturas. En aquel entonces no tuve ni la impresión ni el tiempo de padecer de todo esto. Así era y se acabó.

Las lágrimas de GuernicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora