Del jarrón en la mesa sale el perfume de los lirios. Fuera pasa un coche, muy escasos en esta calle. Por aquí, el barrio es bastante tranquilo. Ningún o poco tráfico y ninguna escuela, hay poco ruido. A veces, el gallo de los vecinos. Es madrugón como yo. Y es como todo, uno se acostumbra. Si me lo pienso bien, yo, ya tenía la costumbre de oír uno cuando nos despertaba igual a las cuatro o cinco la mañana. Muy dormido recobrando fuerzas de las fatigas de las giras sin parar de los días anteriores incluso el sábado y domingo, el gallo nos partía los sesos con lo que unos suelen llamar "canto". Con el perfume, el ruido, veo los colores, siento su pelo, suave. Vuelvo a oír los gritos en el jardín. El tictac del reloj me desgrana al revés todo este pasado sin ellos dos. Me lleva hacia esos momentos rápidos, por supuesto, pero que fueron para mí tan sorprendentes, inesperados como intensos. ¿Qué pensaría, yo, al aceptar, yo, el lechero con su caballo, de acoger a estos niños, un niño y una niña, sólo para complacer a los amigos del partido? Yo, que me había casado, bueno se había ido, ella; yo, que había heredado de la casa, del caballo, del oficio; yo, el bobo del pueblo o considerado como tal porque vivía solo, solterón, un poco bruto, torpe y yo a quien los niños escupían el odio que sus padres nunca se hubieran atrevido a echarme en cara. Si los recuerdos se me confunden en el coco, si dentro de poco me fallará la memoria, esta fecha se me queda muy bien clavada. Era en 1937, el 16 de julio. El bombardeo de Guernica había conmocionado al mundo entero tres meses antes. Bueno es lo que nos dijeron en el círculo: que había que movilizarse y que había que ayudar a nuestros hermanos de por allá y que había que buscar una manera de hacerlo. El entusiasmo y el fervor cosmopolita sí que estaban. Todos los del partido querían hacer algo, pero ¿qué? Éramos demasiado cagones como para alistarnos en las Brigadas y con las mujeres y los hijos (para los que tenían), las fincas y nuestras casas resultaba más difícil. No íbamos a dejarlo todo, así como así. La respuesta nos la dio el secretario nacional que se personificó desde la capital. Si no podemos salvar la República en peligro, por lo menos, tratemos de rescatar a sus hijos empezó. Ayudemos a los huérfanos de esa guerra, aliviémoslos de esta miseria, acojámoslos aquí. La idea fue más allá de lo pensado. Desde las cosas atlánticas, barcos repletos de niños zarparon hacia Méjico, Francia, Rusia y hacia países amigos a su parecer. Ahora nos pedían acoger a algunos niños por aquí. Eso era más que ayudar, era implicarse y a eso mucho se negaron.
¿De dónde venían estos niños? Bueno, eso lo sabíamos más o menos. Pero ¿quiénes eran? Y, además, no se les entendían. Niños que nunca habían salido de sus pueblos y hay que decir que aquellos tiempos no estaba de moda lo de aprender idiomas. Ni el turismo ni el comercio nos lo exigía. ¿Cómo nos las íbamos a arreglar? Por lo menos, el partido se las sabía montar. Al final, hubo muchas familias voluntarias, a mí me apuntaron sin avisar. Con la casa que tenía y solo que vivía (se olvidaban de que todavía vivía Mamá), sí que podía hacer algo ¿no? Vale pero que no se pongan pesados estos niños. Unos días, sí, para el partido. Que tenía, yo, mi trabajo y mi caballo que debía cuidar. Qué si, tranquilo Jorge, quieres ayudar a la Republica ¿sí o no? Con la edad que tienes quieres ir a luchar. ¿No? Pues lo ves. Estos niños se van a quedar un par de días en tu casa y luego ya veremos. El tiempo que se tranquilice la cosa y además el partido estará muy orgulloso de nosotros. ¿Qué pasó después? Los detalles, ya no los recuerdo, ahora. Si por lo menos tuviera el cuadernillo donde me lo apuntaba todo: la fecha de llegada de los niños, las salidas y los gastos ¡con lo qué comían! Lo que les gustaban o no; las palabras nuevas que aprendí, sus dibujos. Lo he perdido este cuadernillo. Ya no sé dónde está. Para decir la verdad, ya no sé muchas cosas, aislado ahora como estoy, en este comedor, lleno de ancianos como yo en sillas de ruedas. A mí, me tocó afasia y parálisis. Ya no hablo ni me muevo. Bueno no es que hablara mucho antes, pero trabajaba un montón hasta mi caída que me dejó aquí. Yo, no hablo, pero los sesos se me calientan. Ahora, cuando vienen a visitarme, hablan al principio y luego callan. Como no contesto, se cansan. Pero hay uno que sigue hablando. Su cara me suena, pero no recuerdo a quien. Ya vino varias veces. No muy alto siempre viste de negro y los ojos, muy grandes. Me pregunta cosas sobre aquellos años, el 36, 37, 38 pero ya no sé nada. Si por lo menos tuviera el cuadernillo... Quisiera decírselo, pero no puedo. Los niños, la guerra, el partido, otra guerra, España, Hitler todo se mezcla. Sí, veo imágenes El tren que llega, los niños que lloran, el señor alcalde, si me lo pienso bien, él, no estaba. Bueno el chirrido de los frenos, la chimenea de la locomotora, la tierra, el viento. ¿Llovía aquel día en el mes de julio? Había niebla, lo sé. Llegaron pronto por la mañana. Sí, antes de mi gira.
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Las lágrimas de Guernica
HistoryczneEnvuelto en su pequeña capa negra, el pequeño Aitor llega a la estación de Mouscron en Bélgica en 1937. No no sabe todavía que su estancia va a durar más tiempo de lo esperado. Es uno de esos niños que sobrevivieron al bombardeo de Guernica, que, s...