Ito Jorge fue muy bueno con nosotros, por cierto. Nos había acogido, alimentado, protegido. Es verdad que ¿dónde estaríamos ahora, sin él? Bueno, hubiera podido ser otra persona, una pareja quizás, un poco más rico. Resulta que él, nos tocó, y, a él, le tocamos, nosotros. Muchas familias se habían encargado de acoger niños como nosotros. No éramos todos huérfanos al irnos, pero se nos consideró igual.
No se olviden que, a destino, íbamos a recibir muy pocas o ningunas noticias de nuestras familias. Repartidos por toda Europa, en la U.R.S.S, en México, los Niños se habían ido durante la guerra civil. Cuando ésta terminó, estalló la IIa Guerra Mundial y a su final, Yalta lo volvió a barajar todo. Así que para volver a casa fue mucho más largo que para salir. Yo, tuve suerte: sólo tuve que esperar nueve años para volver. Otros en Crimea o en Moscú tuvieron, por lo menos, que esperar hasta la muerte de Stalin que no quería devolver los Niños de la República al padre de la Dictadura. Pero otros niños ya mayores, adultos se integraron a sus nuevas vidas, a sus nuevos países y a sus segundas lenguas. Algunos sin noticias de sus familias, decidieron quedarse, considerando este silencio como un abandono. Y además las noticias no eran muy buenas. Volverían más tarde, mucho más tarde pero ya de turistas. Se decidió que los niños que deseaban volver lo podrían si se lograba encontrar a algún pariente o sino ponerse en contacto con una institución que podría acogerlos. Esta perspectiva no me gustaba nada puesto que ya habíamos vivido al llegar aquí esta clase de acogida: sonrisas fingidas, el primer día, duchas frías, sospechas, tonsura, - para evitar lo que ya Usted sabe, ¿verdad?, - refectorio callado a la fuerza, dormitorio helado... sin embargo, era imposible encontrar a mis padres. Muchos habían huido de la región y del país; los registros habían desaparecido, incendiados. ¿Y quién, bajo este nuevo régimen, se habría preocupado por algunos rebeldes?
A los 19 años, decidí volver, pero solo sin asistencia del nuevo poder existente, puesto que no quería ayudarme no teniendo rastros de mi familia. Tuve que esperar el final de las dos guerras, la civil y la segunda mundial aquí para planear una vuelta.
La mejor opción fue el barco. Volvía tal como había venido. Bastaba con alistarse en la marina mercante y con embarcarse en el primer buque que saliera. Nada importaba el destino; al llegar ya tendría otro para seguir la ruta. Fue Dunkerque-Dover, Dover-Le Havre, Le Havre-Portsmouth, Portsmouth-Guernsey y por fin Guernsey-Bilbao. Primero, fue el trabajo, luego el vómito, los olores, las travesías fueron penosas, pero, ahora, volvía a casa. Todas estas dificultades se olvidaban ya que regresaba. El frío sólo precedía el calor; el cansancio, el descanso; la tristeza, la alegría de encontrar a Mamá, a Papá, el pueblo. Buenos a eso me esperaba, yo. Mis recuerdos se pierden un poco, sabes, pero así son ahora para mí. Llegué a Santurzi, el puerto de Bilbao.
Ya sabía que tenía documentación en regla, pero no quería todo el tiempo esconderme y huir. A pesar de todo aquí estaba en casa. Todos estos argumentos eran totalmente válidos, pero Ito Jorge había insistido para que me tomara también la nacionalidad belga y que así tuviera menos problemas para entrar en el país; para pasar las puertas que se abrían ahora pero sólo por un lado. Había podido conseguir este pasaporte tras duros debates, presiones, transacciones con las eminencias del partido que justo después de la guerra ya no querían tanto cuidarse de nuestros casos.
Entre purificación, amnistía y cuestión real, se apartó el problema de los Niños. Fue, cansado por tantas visitas de Ito Jorge al Ayuntamiento, que el alcalde, socialista también, cedió a petición suya y de adopción y de naturalización de los dos españolitos. El alcalde aceleró todo el procedimiento que en aquellos tiempos podía tardar, piensen lo que piensen, varios meses e incluso años. "No olvides que no os habían abandonado en absoluto y que no eráis huérfanos tampoco. El país de dónde venís ya no existe tal y como lo habíais dejado."
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Las lágrimas de Guernica
Historical FictionEnvuelto en su pequeña capa negra, el pequeño Aitor llega a la estación de Mouscron en Bélgica en 1937. No no sabe todavía que su estancia va a durar más tiempo de lo esperado. Es uno de esos niños que sobrevivieron al bombardeo de Guernica, que, s...