12. Abuelito Aitor

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Abuelito Aitor siempre fue presente cuando estaba enferma. Me tuvieron que ingresar a menudo y él, se quedaba conmigo en el hospital. Dormía allí, en un sillón y comía los bocadillos que Mamá le preparaba. No quería volver a casa hasta que no mejorara.

-Pero bueno, no te vas a quedar todo el tiempo, te vas a cansar le decía mamá.

-Pues sí, contestaba, déjanos y vete a currar. Mamá le hacía caso y volvía a la cervecería donde ahora también había restaurante. Mamá cocinaba y había contratado a cocineros y camareros. Papá nunca quiso seguir con el negocio. Había querido estudiar. Lo que nunca le prohibió Abuelito. Estudió y se hizo profe de castellano. Quería conocer el idioma de su padre. Éste todavía lo conocía, lo hablaba de forma natural, íntima y materna. Ito Jorge no sólo les había dejado hablar su idioma, pero también les obligó a que no lo olvidaran. No le molestaba que Andone y Abuelito Aitor se hablaran en castellano y cuando volvían a ver a otros niños aprovechaban para no olvidarse de sus raíces. Mi padre aprendió el castellano en el cole y luego en la universidad. Así que dos mundos se opusieron: la vida y la escuela, Abuelito y Papá. Ambos dominaban este idioma, uno por su madre; el otro por la escuela. Éste hablaba de gramática, ése de recuerdos. Uno corregía al otro que a su vez enriquecía al primero. El padre le enseñaba a hablar al hijo y éste le aprendía a escribir a aquél. Lo que los aproximaba, lo que los alejaba también. Un saber podía ser una riqueza; un olvido, un complejo, una ignorancia, una deficiencia.

Abuelito me explicó que durante una de mis crisis, que se repetían durante mi niñez, mi cara se torcía tanto de dolor que incluso, a él, le dolía. Además, estos episodios le recordaban algo, sin saber precisamente lo qué. Un día, estaba presente cuando me dio una ataque de convulsiones. La cara se me arrugó, la boca deformada, el cuerpo paralizado y, además, aunque inconsciente, gemía de dolor. Me había "ido" como decía Abuelito. Encontré más tarde entre sus papeles el relato de una de mis crisis: ...

Un grito seco. Un estertor de lamento. Un sufrimiento incomprensible. Fue este ruido incomprensible que me hizo sobresaltar. Estaba a unos tres metros de la niña. ¿De dónde venía este ruido? ¿Habían entrado las gallinas en casa? No, no podía ser. Era ella, que, tumbaba el sofá tras haber tomado una pastilla contra la fiebre que su madre; mi nuera, le dio, se contraía convulsivamente. Tras el sonido, fue la imagen. Vi su cuerpo tenso, su cara retorcida y los ojos revueltos. Dolor e incomprensión y ésta provocando aquél. Al oír mis gritos, llamándola porque ya estaba lejos, llegó su madre corriendo desde el jardín. La tomó en brazos y las dos cayeron al suelo de la cocina. La convulsión, la contracción, mejor dicho, en este caso, duró un montón de segundos, una eternidad. Es un fenómeno que bloquea todos los músculos... Olvido pasó del rojo del ahogo al azul de la asfixia... Y por supuesto también los del sistema respiratorio... Además, la comida quería salirse. Lo que no ayudaba mucho para respirar... Durante un minuto o dos no respira, nada grave y luego vuelve a empezar... Durante estos dos momentos eternos pensamos perderla... Pero no, no puede ser mortal... Mortal, ¡no bueno! y el sufrir te lo piensas, señor doctor. Y el temor de la pérdida. Vimos pasar los días siguientes sin ella, la iglesia, el cementerio, el ataúd pequeñito, sentimos la ausencia. Tras tres intentos fallidos, pude comunicarme con el hospital. Mi voz fue bastante clara para que no tuviera que repetir lo que había dicho en un respiro: mi nieta de ocho años acababa de sufrir convulsiones causadas por la fiebre, di mis señas y la dirección de casa. Me tranquilizaron y en unos minutos llegó la ambulancia. Tumbada sobre su madre en la cocina, le pusieron a Olvido una perfusión y volvió a vomitar. Se fueron ambas con la ambulancia. Yo, iría más tarde, iba a recoger un poco por aquí y avisar a mi hijo y a la familia.

Fue por la tele que me enteré de la muerte del pintor. Recordaban su vida y sus pinturas y sobre todo la más conocida: la que pintó tras el bombardeo. Había realizado muchas cosas, era rico y famoso, pero nunca logró que su cuadro fuera a España. Siempre había dicho que no la dejaría mientras siguiera la dictadura al poder. Murió a los 92 años. Tras la guerra, la pintura viajó por Europa y por el mundo para quedarse finalmente en New York, en el MOMA. Viendo la obra por la tele recordaba a mamá y al bombardeo. Tal vez, era yo a la izquierda que me representaba con mamá pensando que me había muerto y lloraba. No me voy a repetir una y otra vez: las bombas, el mercado, el camión, los niños, el barco, ...

Las lágrimas de GuernicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora