Ya sabe que nueve años ni son muchos ni pocos, ¿verdad? ¿Qué quiere que le diga? ¿Qué es lo que está buscando? Un día por la mañana, llega así de fresco y va escarbando por donde nadie le he mandado. Es que ni sabemos de dónde viene ni quién es Usted. Entenderá que nos fiemos un poco, ¿no?
Tras haberme liberado del bozal que me habían pegado en la boca y despertarme poco a poco, les conté bajo la amenaza quien era, de dónde venía y lo que buscaba. Sus prendas caquis me habían hecho pensar en una milicia secreta cualquiera. Me di cuenta muy pronto que con esta gente no estábamos como para divertirse. Pues, sin pensármelo más, se lo conté todo.
- Carmen nos habló de usted y de las fotos, ¿podríamos verlas?
Se las enseñé y les expliqué mi vida en casa de Ito Jorge.
-Es uno de los primeros en informarnos de todo eso. No tenemos muchas ocasiones de recibir noticias como esas, directamente. Al final de la guerra y después la guerra en Francia, los contactos y las alianzas se perdieron. Ya pensábamos tener noticias de los Niños como Usted de Bélgica, de Francia, pero para la URSS se habrá que esperar mucho más. Stalin siempre ha dicho que protegería a los niños de la República y que no los devolvería a una dictadura. Venga, que voy a enseñarle algo.
Como vieron que no presentaba ningún peligro, uno de los milicianos me tomó por el hombro en señal de apaciguamiento y me hizo pasar a la otra habitación. Había una cuna, una silla, una estantería contra la pared. Otro hombre la hizo girar sobre un eje para abrirla como una puerta que daba a una escalera que bajaba a la cava. Había allí, bajo tierra, una galería de armarios metálicos con cajones. Algunas, abiertas, dejaban ver su contenido: cartones, varios papeles, fotos, carnés de identidades, mapas.
-Hemos clasificados todas las salidas de los niños. Sabemos quiénes son y adónde se les mandó entre 1936 y 1939. Conocemos también la identidad de los padres y su domicilio en el momento de la salida. Cuando tenemos noticias de los unos o de los otros, de los niños o los padres las añadimos a lo que sabemos. Mucho fusilados, ¿sabe? Sí, que lo sabía. Algunos niños volvieron, pero no encontraron a sus padres o muertos o desaparecidos. O porque el Régimen no creyó útil contactarlos para informarles de su vuelta. Sólo eran "Rojos", ¿verdad? "Fueron lo bastante cobardes para abandonar a sus hijos por la causa. Se perdió la causa; sus hijos, también." Éstos fueron mandados a orfanato o "dados" a eminencias militares o políticas.
¿Sabe que su llegada es la mar de imprudente? Menos mal que creció y no corre el riesgo que le confundan con el niño que fue y que huyó del país. Y suerte que su documentación está en regla que sí no sólo hubiera visto del país sus comisarías y sus barrotes.
Con mi breve rapto, mi secuestro-relámpago me enteré de mucho. Como lo que hizo mi madre, como otros, después de mi destierro. A regañadientes, se encargó de llevar a los niños hacia los puertos donde los buques los esperaban hacia los destinos desconocidos y alejados y en el espacio y en el tiempo. Yo, era la prueba. A pesar de la discreción que exigía su misión, los "Archivos" habían encontrado su rastro un poco por toda la región. Eso sí que impresionó a mucha gente lo de llegar a un pueblo para llevarse a todos los niños. Resultó que tanto los padres que se fiaban como los que no, se guardaban muy bien en la mente las caras de los que les habían robado a sus niños o salvados según su forma de ver las cosas.
Había muchas mujeres entre los Republicanos, pero pocas encargadas de tal misión. ¿Cómo una madre podía "abandonar a" sus niños? Y peor ¿cómo una madre como ella, podía exigirlo de otras? En los pueblos, recordaban muy bien a esta mujer con mirada clara y voz suave. Entraba sola en las casas. Los dos soldados se quedaban en el camión. Salía con los ojos enrojecidos y de la mano, uno o dos niños con una maleta. Los padres, por lo general sólo la madre, en llantos, los abrazaba, los cubría con recomendaciones: "¡Cuida bien a tu hermano! ¡Escucha bien lo que se te dice! ¡Escribe cuando puedas !" Azucena subía a la parte trasera del camión, levantaba el toldo y presentaba los nuevos a los otros niños que ya habían embarcado. Se les había dicho de callarse "para darles una sorpresa" a los nuevos amigos. Tras el pequeño susto, sólo eran risas y gritos. El camión volvía a arrancar en medio de canciones. La levedad de los niños pesaba en el corazón de los padres; su indiferencia les preocupaba aún más.
Cotejando, por testimonios, se seguía el itinerario de Azucena que iba de las costas hacia las tierras, de los pueblos a los puertos, de los valles a las ciudades. Y así durante más de dos años. Su rastro se perdió hacia el final del año 39, por los Pirineos. ¿La habían detenido? ¿Había pasado a Francia como muchos en ese momento? Me enteré de que había muchos campos de refugiados en la región de Perpiñán. Pero el Gobierno francés de Vichy a petición de Franco primero y de Hitler después, expulsó a algunos hacia España y deportó a los otros a campos alemanes. En los Archivos, no se había podido localizarlos después de eso.
Cuando me enteré de todo esto tuve ya que volver a Bélgica. Pensaba quedarme sólo tres semanas, ya empezaba la séptima. Ito Jorge no me presionaba, no; me decía que me tomara el tiempo. Había podido hacer ahora este viaje. ¿Quién sabe si podría volver a hacerlo más tarde? El hecho es que, por aquí, la pista ya se enfriaba, no iba más lejos. Había intentado volver a mi pueblo, pero no quedaba nada o sólo casas partidas en dos. Se veía aún el piso, el papel en las paredes, un cuadro al caer. Como una fractura abierta, donde se ve el hueso de la articulación, las vigas, las estructuras eran visibles. Los ladrillos, frágiles pieles, estaban quemadas, rasgadas, estalladas. Si el centro urbano había sido reconstruido, aquí, no se hizo nada. Sin ninguna señal, tenía dificultades para situar mi casa. Era muy niño cuando la dejé así que no pude localizarla. Quizá un árbol o un talud, un camino o una pared casi derrumbada habrían podido orientarme un poco. Pero no, ya no quedaba nada. Imposible encontrar a vecinos, a familia. Esparcidos, muertos, escondidos en alguna parte o cárcel.
Me faltaba tiempo. Mis investigaciones me llevaban hacia Francia, pero para eso debía volver a Bélgica y hablar con Ito Jorge. Quería quedarme aún algunos días ya que no había encontrado nada sobre la familia de Andone. No quería volver las manos vacías.
Sabía que debía dejar esta ciudad. Andone no era de aquí.
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Las lágrimas de Guernica
Historical FictionEnvuelto en su pequeña capa negra, el pequeño Aitor llega a la estación de Mouscron en Bélgica en 1937. No no sabe todavía que su estancia va a durar más tiempo de lo esperado. Es uno de esos niños que sobrevivieron al bombardeo de Guernica, que, s...