9. Olvido

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-Mi abuelito ha muerto, señor así que estoy muy triste, sabe. Ya no me contará cosas de su vida y no podré seguir con mis búsquedas sobre mi familia. Sólo puedo contarle lo que me había dicho y es todo.

-Pero Olvido, no es grave por tu trabajo. Entiendo que estés triste por tu abuelo y, por mí, puedes presentarlo otro día o cambiar de tema.

-No, señor quería hablar de la vida de mi abuelo. Sabe que lo echaron de su casa y pensé que no era justo y quería saber por qué.

Había vivido toda la vida en esta casa con su mujer y sus hijos y un día unos señores llegaron y dijeron que tenía que irse. No entendía porque, se había olvidado por completo esa historia. Es cuando vio sobres con sellos del Congo que se acordó de todo.

Nunca tuvo problemas hasta ahora. Entonces, fue a buscar papeles en sus armarios. Es verdad que la casa no era suya. Fue Ito Jorge que se la confió al ser ingresado. Y cuando se murió, mi abuelito se quedó con su mujer. Nadie, no le dijo nada.

Me dijo que fue desde aquel tiempo que empezó a escribir sus historias. Estaba tan triste y no conocía a nadie o casi. A mi abuelito le aliviaba escribir.

Me sacó todos sus escritos cuando empecé mis pesquisas para mi trabajo, señor. Había un montón de folios mezclados; traté de sacarles orden.

La frase empezaba y de pronto se paraba. Contaba algo y se detenía o la página siguiente estaba arrancada o perdida. También había líneas que no se podían leer.

-Ya sé que mi letra es fatal, ya me lo había dicho la maestra, pero me aplico. No es fácil con una pluma, pero prefiero. Con un "boli" es peor decía abuelito. Fui al cole, pero no mucho y con los idiomas todo me estaba hecho un lío y además con el flamenco... ¿Imaginas a tu papi hablar flamenco?

Me daban ganas de reír. Ya que en francés tenía un acento fuerte, en neerlandés era la monda y me partía aún más. Mamá me decía que no me tenía que burlar del abuelito ya que tuvo una vida difícil y él, decía que no era nada importante. Su vida me la contó un poco: algunos pedazos, algunas historias y además estaban los papeles.

Un día, me explicó que todo lo que contaba era verdad porque lo recordaba.

Y que también había cosas que se había atrevido a inventar como decía.

Advertía que había trozos de su historia que no entendía bien; así que se las completaba con frases para que salgan algo más claras para él y para los que quizás lo fueran a leer más tarde como tú, mi Olvido, como solía llamarme. Raro que me llame así puesto que todo lo que quería era justo no olvidarse de nada.

Abuelito tuvo tres hijos. Se casó con la hija del cervecero del pueblo. Al principio, ella se burlaba mucho de su acento y de su timidez. Un día, él, quiso hablarle. Como sabía que no lo podría hacer sin pronunciar la "r" española, ni cecear ni enrojecerse pues se declaró en una carta.

Ya sabía que sería fatal pero no importaba. No estaría presente cuando la chica la leería. Tenía las palabras en la cabeza, pero no sabía cómo escribirlas.

Así que cogió periódicos y libros baratos y buscó las palabras que no conocía. Aprendió de este modo a escribir sin escuela ni maestros ni diccionario.

-Sabes, Olvido ni siquiera sabía que existía eso, un "diccionaire" –pronunciando a la española una palabra francesa. Pues, mi Josefa tampoco había ido mucho a la escuela. Así que si había faltas en mi carta o no las notó o no me comentó nada. Pienso que lo hice muy bien me dijo guiñándome el ojo. Sin querer, le había escrito como un poema como una canción. Bueno es lo que me dijo más tarde.

Cuando murió tu abuela encontré en sus cosas mi carta amarilleada. Se la había guardado durante los últimos 63 años.

Se casaron cuando volvió de Guernica. Bueno enseguida, no. Hubo el noviazgo y todo esto. « Ya no existe esto, hoy en día. Bueno esperamos más de seis años para casarnos. Al padre de Josefina no le encantaba mucho la boda, pero como Ito Jorge era su amigo y conocía su historia, sus compromisos y a su mujer, pues nos dejó casarnos.

Como mi abuelito no tenía ni un duro, su futuro suegro lo contrató de repartidor en la cervecería. Ya conocía el oficio con Ito Jorge y la leche. La diferencia ahora es que conducía una furgoneta por toda la ciudad y que tenía que descargar las cajas y los barriles. Estaba agotado pero feliz porque lo hacía todo para Josefa. Se veían un poco por la mañana y un poco por la tarde en la cervecería. Ni siquiera el sábado por la noche puesto que era el día más cargado. Tenía que suministrar los bares, los restaurantes y además los bailes, las bodas y los bautizos. Sólo quedaba el domingo.

A menudo lo invitaba a comer el cervecero. Su futura suegra le encantaba su presencia. Su país le atraía. Le hacía un montón de preguntas, decía que le tenía orgullo de haber así hecho el viaje de vuelta, aunque sus trámites todavía no habían logrado sus metas. Lo importante estaba en el "todavía no" porque abuelito haría todo lo que pudiera para encontrar a sus padres por la boda.

Ya lo había comentado con Ito Jorge, pero todavía no con Josefina: quería ir a Francia para encontrar a su madre.

Era la única pista que tenía: en el sur, en los campos de refugiados, en los Pirineos.

-El día de mi boda aún no había encontrado a mi madre. Había hecho muchos trámites. Me fui al sur de Francia. Intenté encontrar los campos y los nombres de los que fueron internados. Esto resultó muy difícil.

Las autoridades no pudieron ayudarme o no quisieron. Al principio de la guerra civil acogieron a refugiados los brazos abiertos, pero durante la Segunda Guerra Mundial, el régimen de Francia cambió y Vichy, para complacer a Berlín y Madrid, los expulsó o deportó. Volví de aquel viaje las manos vacías.

Los años pasaron sin noticias, ni rastros. Me instalé con tu abuela en la casa de Ito Jorge. Trabajé en la cervecería en los repartos, en los encargos, en la contabilidad. Hice de todo y luego mi suegro me traspasó el negocio antes de que muera. Fiaba de mí y además la salud de su mujer iba flaqueando. Se cuidó mucho de ella hasta el final. Tu abuela sufrió mucho, normal era su madre. Menos mal que estaban los nietos, nuestros hijos. La vida seguía su ritmo. Mi suegro los acogía cada vez más. Había comprado uno de los primeros televisores de la región así que les encantaba a los niños. "Vamos a casa de papi a ver la caja con fotos."

Los domingos por la tarde, ahí, los pasaban. Era el principio de la tele. Había bodas de príncipes, noticias, deporte y la vuelta ciclista a Francia. A mi suegro, le encantaba verla. Echaban imágenes borrosas en blanco y negro de ciudades y pueblos. Solía quedarme fijo frente a la pantalla cuando pasaban los ciclistas en el sur de Francia. Quizás que en el público reconocería a mi madre; me daba vértigo. Más tarde vimos circos, películas, series y juegos en las provincias. Allí también, pensaba que podía estar el público, pero nada.

Ito Jorge enfermó. Tuvimos que ingresarlo y mandarlo a una residencia. Fue víctima de una trombosis que lo paralizó y lo enmudeció. Íbamos a verlo cada día. Le llevamos flores y le hablábamos, le contábamos lo nuestro. El reclinaba un poco la cabeza a modo de acertar, pero me daba la impresión de que ella se había "ido".

Las lágrimas de GuernicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora