Cuando Mildré despertó al mediodía, esperaba que el autobús ya se encontrara a las puertas del hotel para enseguida descender con su primo al lado, listos ambos a pasar su semana en el festival. Pero en realidad, no estaban ni un poco cerca de su destino o de cualquier rastro de civilización conocida. Pues a mitad de la carretera, rodeados de lo que parecía ser un inmenso bosque, el autobús luchaba por funcionar de nuevo, indicando un claro problema que el chofer había tratado en vano de reparar. Todos los pasajeros habían descendido del vehículo, rodeando en un círculo de curiosos al chofer y a uno de ellos que presumía ser mecánico, pero no había respuesta alguna por más que se intentara reparar la falla. Indudablemente, estaban varados, olvidados en medio de la nada...
Al no haber nada que hacer al respecto, más que esperar, Mildré decidió unirse a su primo en un pequeño espacio al lado del autobús, donde unas grandes rocas les servían de asiento comunal. Al menos, aquello era una excusa para descansar.
—¿Qué tal va eso? —preguntó Brendon, sacando una manzana de su lonchera. Mildré suspiró fastidiado.
—Sin respuesta aún —respondió—. A este paso, llegaremos al pueblo hasta la noche.
—Bueno, al menos tendremos mucho tiempo para platicar —dijo Brendon, sonriendo—. Podrías contarme más historias, o alguna anécdota reciente.
—¿Para qué? Todo ha sido tan aburrido como siempre —afirmó Mildré, colocando un brazo sobre su rodilla flexionada. Brendon alzó los hombros, y se dedicó a quitarle la cáscara a la manzana con una navaja antes de morderla.
—Ya no me cuentas nada últimamente, Mildré. Eso es raro para mí.
—El que no ha contado nada últimamente eres tú. ¿De dónde sacaste esa navaja? —preguntó Mildré, reconociendo aquel filo que tuvo a centímetros de su muñeca días atrás. Creyó haberla lanzado lejos, se supone que no debería verla otra vez... ¿No es cierto?
Brendon se la tendió para que la observara mejor, mostrándosela con cierto orgullo como si fuese un premio de feria.
—¡Ah, la encontré tirada en el jardín antes de venir! —dijo emocionado—. Había salido a ayudar a tu mamá a tender la ropa, y la hallé olvidada en el pasto sin ninguna pista de su dueño anterior. Tu mamá me dijo que podía quedármela, así que ahora es mía.
Mildré no creyó ni una sola palabra de lo que el pelirrojo había dicho, por lo que sin dudar ni un segundo más, le arrebató la navaja a su primo, alejándola con precaución. Brendon se sorprendió por aquello, y frunció el ceño mientras estiraba el brazo para recuperarla. Sin embargo, al final no lo logró, y tuvo que ver decepcionado cómo su primo la cerraba y guardaba en sus pantalones con tal de que no volviese a tocarla.
—Conociendo a mamá, ni loca te hubiera dejado conservarla —afirmó—, y mucho menos tocarla. Así que por mentirme, te la voy a decomisar hasta que seas mayor de edad.
—¿Eh? ¡Oh, vamos, eso no es justo! —reclamó Brendon—. Yo la encontré, es mía, ¡la necesito!
—¿Para qué? ¿Afeitarte la barba? —preguntó el rubio, aliviado por haberla recuperado. Buscando una excusa para mantener a su primo lejos de ella, explicó—: Una navaja es un objeto peligroso, y sabes que me preocupo por ti. No quiero que te lastimes por no saber manejarla adecuadamente.
—¡Puedo aprender a usarla! —insistía el menor—. Ya casi soy un adulto, y no le veo ningún problema a tener una navaja en mi bolsillo en caso de una emergencia.
—He dicho que no. Punto. —finalizó Mildré, y se levantó en busca un lugar donde deshacerse del arma sin problemas. Brendon se sintió indignado por esto, y mostró su lengua al aire en cuanto su primo le dio la espalda. Mordiendo y masticando su manzana, se puso a maldecir en voz baja mientras desviaba la mirada lejos del paisaje.
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Booze n' Buzz: Cerveza de Abeja | YA DISPONIBLE EN FÍSICO
JugendliteraturAbrumado completamente por sus problemas y cansado de todos los abusos a su persona, Mildré Baggot, un joven universitario cuyo único talento aparente es ser inmune al alcohol, decide suicidarse antes de que terminen las vacaciones de verano. Sin em...