La Posada de las Hojas Secas

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—Gracias de nuevo por el suéter, Mildré. No era necesario que me lo dieras, pero lo aprecio mucho —decía Brendon a su primo mientras subía el cierre de la prenda prestada, protegiéndose del fresco que calaba su espalda. El rubio respondió con un "no fue nada", y volvió su rostro a su izquierda para seguir observando el paisaje ahora oscuro que iban pasando, fijando su mirada en los diminutos puntos luminosos que se colaban entre las ramas entrelazadas de los gigantescos árboles que les rodeaban.

Ya habían pasado casi dos horas desde que habían salido de la tienda, y si sus cálculos no fallaban, eso significaba que muy pronto ya estarían llegando a la posada, por lo que ambos primos estaban más que atentos a cualquier letrero, señal luminosa o edificio que se les pusiera enfrente, pues de esa manera, sabrían el momento exacto para comenzar a desentumecer sus piernas y darse un buen estirón que truene sus espaldas, tan necesitadas de un descanso digno y de recibir la suavidad de un colchón suave y mullido bajo ellas. Mildré masajeó su coxis ante este pensamiento, urgido por aliviar el dolor punzante que le agobiaba desde la noche anterior. Brendon fingió que su pie no se hallaba dormido para que su primo no se preocupara, y discretamente lo sujetaba por el tobillo y lo subía y bajaba con tal de hacerlo reaccionar, estirando y encogiendo sus dedos bajo sus Converse a la vez para que circulara la sangre.

—Huh, pues para ser la única posada que parece haber en toda la carretera, sí que le hace falta mucha publicidad... —mencionó Brendon, extrañado al notar que todavía no se veía ni pista alguna de que se acercaban a su destino.

—Tal vez, pero si tuviera demasiada entonces arruinaría la ilusión de los viajeros —dijo el mayor, rascándose la barbilla—. Piensa en que encontrarse una posada en medio de la nada después de horas y horas de viaje es casi como hallar un oasis en el desierto; si sabes que lo hallarás, entonces no te esforzarás en buscarlo, y cuando te encuentres con él por casualidad, ni lo vas a apreciar.

Brendon no comprendió del todo las palabras de su primo, creyendo incluso que el cansancio hacía que soltara palabras sin sentido alguno, y después de sólo asentir para que no creyera que no le ponía atención, el pelirrojo volvió a alzar su cabeza algo modorra en busca de algún rastro de civilización. Aún si su visión era levemente borrosa, y la poca iluminación no ayudaba en mucho, no dudó en recorrer todo el panorama con ella, pasando de un extremo a otro de la carretera. Cuando se talló uno de sus ojos, bostezando, pudo enfocar con el rabillo del ojo y de forma parcial una señal en el camino, una de esas con contorno hexagonal. Iba coloreada de amarillo mostaza, con franjas reflectoras en su perímetro, y aunque no pudo distinguir sus letras, pudo ver claramente la silueta de una manzana. Y sobre ella, una hoja seca.

Sus ojos se abrieron de par en par ante el hallazgo, y sólo faltó que la camioneta diese vuelta en un camino de tierra para indicarle que estaban a punto de estacionarse.

—¡Mildré, mira, la encontramos! ¡Ya estamos aquí! —exclamó, sacudiendo el hombro de su primo con una mano para llamar su atención—. ¡Es la posada, por fin llegamos a la posada! ¡Vamos, sí!

Enseguida, Brendon señaló un segundo letrero a su derecha, y la velocidad del vehículo disminuyó mientras lo pasaban, acción que Mildré aprovechó para leerlo mejor. Efectivamente, ahí había una hoja seca sobre una manzana, pero, además, el dibujo de una flecha. En negro y en letras medianas, pintadas a mano aparentemente, se leía la anhelada inscripción de "Bienvenido a La Posada de las Hojas Secas".

Aquello fue como una inyección de motivación para los primos, quienes no pudieron evitar ponerse de rodillas y asomar sus cabezas por encima de la cabina en un intento de visualizarlo todo. Y en cuanto avanzaron unos cuantos metros, el césped los abandonó de nuevo y se convirtió en el tan anhelado pavimento.
Frente a ellos, atravesando el estacionamiento, se hallaba una grande e iluminada cabaña de madera, misma cuyo balcón permitía que sus cortinas se agitaran con el viento a modo de saludo, y que dejaba ver por el humo que emanaba de su chimenea lo rústica y acogedora que era; aquella era la tan ansiada Posada de las Hojas Secas.

Booze n' Buzz: Cerveza de Abeja | YA DISPONIBLE EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora