Un lugar para descansar

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Cuando ambos primos iniciaron su inesperado viaje hacia el pueblo, apenas y pasaba del mediodía. La alegría y la motivación invadía su pecho, y sus pies adolescentes avanzaban con determinación. Sin embargo, ahora que las horas habían pasado y el cielo adquiría otro color, parecía que sus rostros juveniles recibían igual otra entonación.

La tarde caía sobre los dos, iluminándolos entre matices rosados y anaranjados de verano. Sus cuerpos, jorobados y cansados, se movían a un paso más lento que con el que habían iniciado, y el sudor les corría por las frentes como a las hojas les escurre el rocío mañanero. Brendon se había alineado al paso que se le había recomendado, pero no por eso dejaba de estar más cansado. Mildré sólo podía observarlo, tropezando a veces por las piedras y guijarros que se cruzaban en el camino, el cual, parecía eterno. A veces, le tocaba esperarlo; el pobre pelirrojo se detenía a mitad de la marcha, agotado y jadeando como si requiriera el apoyo de un inhalador. Esto no sólo le hacía sentir mal por el menor, sino que también le hacía consciente de su propio dolor: Entre el peso de la mochila y la prisa, ya sentía que se deshacía.

—Aguanta... Aguanta un poco más, Brendon —decía, mirando con anhelo hacia la carretera—. Recorramos otro tramo, ¿ok? Sólo un poquito más...

A estas alturas, Brendon ya se habría quejado del sobreesfuerzo al que lo exponía el mayor, pero desafortunadamente lo tenía mudo el cansancio. Así que nomás asentía, respiraba hondo, y sonreía adormilado. Mildré se puso a su lado, dándole algunas palmaditas para empujarlo. Sin embargo, mientras avanzaban, el rostro del mayor también se mostraba cada vez más preocupado, y por supuesto, desanimado.

Durante todas esas horas que habían caminado, ningún automóvil había pasado. El camino no mostraba señales de vida en lo absoluto, ni siquiera un sonido; parecía como si de la nada la hubieran cerrado, o incluso prohibido el paso. ¿Pero que no se suponía que debería estar transitada, y más aún con el periodo vacacional? Debería haber autobuses, carros, un tráiler, o algo... ¡Pero no! Mildré y Brendon se hallaban de verdad solos, abandonados a su suerte. Sus únicas esperanzas se encontraban en sus pies, mucho más lentos que un auto y menos eficientes. Y claro, a juzgar por el flojo paso que llevaban, su transporte estaba más que averiado...

—... Durante el verano, la gente prefiere las playas, no un pueblito antiguo —explicó Brendon, adivinando el pensamiento de su primo—. Sería muy raro encontrarnos con un auto en esta dirección.

Mildré no dijo nada, pero apartó por fin la mirada de la carretera. Suspirando en derrota, se detuvo, y volvió su vista al cielo, rosado y violeta de un lado. Al sentir el aire fresco invadir su desesperada nariz, paró a Brendon, y apoyó la mano sobre su hombro, cansado. La marcha de hoy había terminado.

—Paremos —indicó—. Ya fue suficiente tramo.

Brendon suspiró con alivio, y cayó sobre sus rodillas como un descanso dramatizado. Mildré se mantuvo aún de pie, y comenzó a cuestionarse las opciones que la situación les ponía encima. Si no iba a pasar al menos un auto, y no podían continuar sin antes haber descansado, la necesidad de buscar un refugio instantáneo se volvía su prioridad. Pero, ¿dónde hallarían un lugar de descanso en ese abandonado lugar? Era casi obvio que no podían descansar a la orilla del camino; la oscuridad no les favorecería si llegase a pasar un auto bastante orillado a toda velocidad. Además, ¿qué pasaría si llegara a atacarlos un animal salvaje? Era bien sabido que se acercaban de noche a la carretera para cruzar en busca de alimento, y si de casualidad se encontraban con los primos, no dudarían en pensar que son parte del servicio a domicilio.

Era definitivo: ambos necesitaban un techo, algo que les proporcionara descanso y refugio ya.

Mirando hacia el bosque, profundo y misterioso, Mildré pensó que estar rodeado de árboles de hoja perenne era algo muy útil en momentos como este. A lo mejor, si ambos ponían un esfuerzo, lograban hacerse un techo o un pequeño tipi como los que usaban los nativos norteamericanos. Esa idea lo motivó, y considerándolo la única opción que les quedaba, hizo acopio de las fuerzas que había reposado, y avanzó calmado hasta Brendon. Acarició sus cabellos, como a un buen perro, y le tendió la mano para levantarlo. Su sonrisa cansada fue lo único que le presentó entre las sombras de su rostro al atardecer.

Booze n' Buzz: Cerveza de Abeja | YA DISPONIBLE EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora