Prólogo #2: Ranmaru Kirino

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Con la piel pálida, ojos claros y un rosado intenso en el color de mi cabello, desde que entré en sociedad era solo cuestión de tiempo que sufriera por aquello. A día de hoy, ya con 17 años, me encuentro en mi habitación, limpiando con papel mis labios ensangrentados, acababa de salir de un partido de fútbol, partido que no terminé tras ser expulsado de la cancha trás iniciar una pelea, o bueno, "iniciar". Lo cierto es que últimamente no ando de ánimos, mucho menos si quienes me molestan son desconocidos. Porque si, el partido era oficial, al menos así lo era bajo los términos del barrio en el que se jugaba. Pero para entender el porqué de mi estado actual, quizás deba viajar a mi infancia.

Mi familia era de un perfil muy bajo, hasta hace unos años vivía con mi madre y mi abuela, hoy solo vivo con mi madre. De ella heredé mi físico, bastante refinado, delicado y hasta cierto punto afeminado; no obstante, eso nunca me acomplejó, al menos en un principio. Solo fue cuestión de tiempo antes de que entrara al jardín infantil, una época que sufrí bastante, siempre fui muy tranquilo, y aplicado en lo estudiantil, los profesores me querían, no así mis compañeros, quienes luego de entrar en confianza comenzaron a hacer mofa de mi aspecto físico. "Niñita" "Afeminado" e incluso "Gay" eran palabras que día a día escuchaba, al menos por un tiempo, pues los profesores se encargaban de impartir el orden y el respeto, lo cierto es que era bastante raro que niños tan pequeños fueran así de hostiles, pero con el tiempo aprendí que el mundo sería muchísimo peor.

Pasaron los años y entré a la primaria, ya con inseguridades plasmadas en mi ser y una mirada llena de debilidad en mis ojos, y fue entonces cuando lo peor llegó, la convivencia con mis compañeros se expresaba de 2 maneras: insultos y golpes. Era de esperarse, es decir, muchos de mis compañeros en esa escuela estuvieron junto a mí en el jardín.

La única diferencia entre mis primeros años y mi ascenso a la priemaria fue una, y es que ahora a los profesores no les importa as, al menos no como me gustaría, con suerte tu nombre se sabían y estaban demasiado ocupados pensando en como llegarían a fin de mes con su precario sueldo y el estrés de ser docente en un colegio de bajos recursos.

Demasiado ocupados para preocuparse por el acoso que recibía. Por supuesto, entonces no lo sabía. Pasaron los años y mis inseguridades aumentaban, junto con mi dolor y remordimiento hacia quienes hacían de mi vida imposible, dolía mirarme al espejo, me avergonzaba de mi mismo, cada vez que veía mis ojos en el reflejo, no podía evitar soltar lágrimas vacias.

Lo único que lograba era llegar a mi casa con moretones, los cuales provocaban una inmensa angustia en el corazón de mi madre, más de una vez lloró mientras curaba mis heridas, pidiéndome que sea fuerte, y que con el tiempo las cosas cambiarían para bien. No fue sino hasta la muerte de mi abuela a mis 9 años que algo en mi cambio, había llegado de la escuela, herido como siempre, pero ningún dolor físico se comparaba a lo que experimenté en ese momento, ver a mi madre llorando mientras mi abuela estaba tirada en el piso. Mamá temblaba, su teléfono estaba en el piso, lo que me hizo entender que la ambulancia no tardaría en llegar. Esa tarde solo supe que la vida de mi querida abuela cesó gracias a un paro cardíaco.

Al día siguiente las cosas fueron distintas a lo habitual, fui a la escuela desganado, no quería pensar en nada que no fuera mi madre, o recordar a mi abuela. Pero el destino no me lo pondría tan fácil, y como siempre, los mismos patanes intentaron abusar de mi, y digo intentaron pues, como imaginarán, esta vez respondí, recuerdo los golpes que di y que recibí, patadas, rasguños, el sabor de la tierra al caer al piso y la sangre gotear de mis rodillas al levantarme. Esa pelea la perdí, pero gané algo mucho más importante. El respeto, por llamarlo de alguna manera, desde entonces comencé a responder a cualquier provocación, y poco a poco me hice un nombre como un chico problema. Hasta que finalmente, luego de un año, ya nadie se metía conmigo, nunca fui de muchos amigos, por razones obvias, sin embargo esta vez sí sentí la felicidad de conocer a personas reales, personas que se acercan a mí con intenciones nobles.

Se puede decir que mi vida mejoró bastante, junto a mi autoestima. Mi apariencia afeminada ya no era motivo de inseguridad, sino que, a mis ojos, eran el reflejo de mi fortaleza, deje crecer mi rodada cabellera y hoy la llevo recogida en 2 coletas. Comencé a practicar fútbol al llegar a la secundaria y me dediqué bastante a trabajar mi cuerpo, seguía siendo delgado, pero mis músculos resaltaban en mis piernas, piernas fibradas y con músculos capaces de sostenerme ante cualquier dolor. Ya no caía, podía resistir y seguir en pie. Mis piernas son el resultado de mi cambio a mejor, y a pesar de que cuando juego las tapo con unas mallas, quizás por vergüenza, o porque aún necesito mantener una cara dura a expensas de mi integridad emocional.

Si de algo estoy seguro es que desde entonces, puedo ver sonreír a mi madre, y eso me hace sentir más pleno que cualquier otra cosa en este mundo...

Ahora bien, ¿Por qué acabo de ser expulsado de un partido? Lo cierto es que a día de hoy las calles son dominadas por una organización, desconozco su nombre, pero sé que sus actividades incluyen tráfico de drogas, armas y se tapan bajo una máscara, máscara que representa al fútbol. Son organizadores de partidos y se podría decir que han desarrollado su propia "liga" poblacional. Y sus ingresos a través de los partidos que ellos mismos arreglan, se basan en las apuestas.

Participar de dichos partidos tiene sus beneficios, es decir, no me han asaltado desde que juego para la liga, y te haces de un nombre para los jugadores y los aficionados.

No les mentiré, me duele tener que participar en esta clase de partidos, no es verdadero fútbol, pero es la ley de la calle, cazar o ser cazado. Es el día a día en la llamada "jungla de cemento".

Hace tan solo unos minutos estaba en un partido, se supone que ganaríamos 2-0. Contra un equipo de personas que no conocía, pero uno de ellos no me dio buena pinta desde el principio, su juego era hostil, brusco y no tenía ningún reparo en hacerte una entrada fuerte, y es lo que me ocurrió, caí al piso con un inmenso dolor, y al abrir los ojos, lo vi con una sonrisa, eso me hizo enojar.

No tardé mucho en devolverle el favor, conseguí darle una fuerte patada que lo mandó directo al asfalto.

Me sorprendí al ver lo rápido que se levantó y se lanzó hacia mi, y comenzamos a pelear. Lo último recuerdo es que nos separaron, nos sacaron a ambos de la cancha, y al irme, solo escuche un grito de su parte.

—¡Pobre de ti que te pille solito en la lleca maricón!—

Tendría que tener cuidado. Pero ningún enano peliazul me daría miedo. No, no lo haría...

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Bueno, fiándome de los buenos consejos que hace poco recibí, tengo el gusto de presentarles  el segundo prólogo de mi fanfic, esperando que sea de su agrado, pues lo he escrito lleno de emoción y felicidad, no ha salido del todo como he querido, sin embargo poco a poco iré organizando los prólogos para comenzar finalmente con la historia.

Eso sería todo por el día de hoy, un gusto, y si llegaron hasta aquí, dejen comentarios uwu.

Ghetto 0.6 - Inazuma Eleven GODonde viven las historias. Descúbrelo ahora