Eran las 9 de la mañana y aún William seguía dormido en el sillón de Hannibal acurrucado sobre sí mismo cuidándose del frío que azotaba la mañana, a Hannibal le solía disgustar ese tipo de comportamientos. Sin embargo, con William las cosas habían sido diferentes, esta mañana se encontraba de buenas por la visita de este alguien tan curioso, tan tierno.
Lecter permanecía sentado frente a su clavicordio sonriente y estudiando con la vista las partituras del Nocturne de Chopin decido a tocar como todos los días, tenía un gran apego con las música clásica. Empezó suavemente hundiendo las teclas del clavicordio con una expresión de mero deleite cerrando los ojos a momentos para disfrutar de las suaves notas de su clavicordio y la característica afonía de este.
La canción era lenta y apasionada, relajaba cada músculo de Lecter destensandolo así y alivianando su sonrisa, se introducía cada vez más en su burbuja de ensoñación dónde sus dedos se sabían la canción al pie de la letra y su trabajo era totalmente monótono quitándole el trabajo. Cerró sus ojos suavemente y se trasladó a un viaje dónde era posible divisar grandes pinturas de edades antiguas, recordando el Nacimiento de La Venus. Su cuerpo ya no estaba presente y solo podía escuchar la música en sus oídos haciéndole olvidar por completo el mal clima que hacía hoy.
Por lo más profundo de su mente se pudo encontrar con el rostro de William haciéndole suspirar, su piel blanca era tan vivida, su cabello castaño, la voz que le hablaba con tanta suavidad, su tacto y lo que más le encantaba a Lecter los increíbles ojos imposiblemente azules de aquel hombre, la forma en que le miraban, la forma en que le cautivaban. Frente a sus ojos se encontraba aquella obra de arte, envidiada con egoísmo por Miguel Ángel lamentándose de su trabajo que era duramente devaluado por aquel. Lucifer estaría celoso y arrepentido de todos sus pecados si aún es que su pecado más grande pudiese haber sido aquel hombre con tal belleza angelical, William Graham.
La última nota fue tocada con mucha paciencia, tomándose su tiempo para finalizar la canción, finalizar aquella ensoñación tan pura de Lecter. Al abrir sus ojos notó que su sillón se encontraba vacío y su sábana estaba puesta en la cabecera desordenada anunciando que Graham ya habría terminado su siesta, pero sus zapatos seguían ahí, en la misma posición que los dejo él mismo. Volteó a su izquierda y encontró a unos ojos azules mirándole curioso, William se habría sentado hace un rato a su lado para disfrutar más la canción y hacerle compañía mientras que una sonrisa escapaba de los labios de Hannibal encantado por aquella hermosa vista.
–¿Te gustó?
Preguntó el doctor mientras sus miradas se sostenían demostrandose cómplices del secreto que se tenían. William movió su cabeza en señal de aprobación mientras el pecho del contrario se llenaba de alegría y orgullo. Tomó su manó derecha acariciando los dedos de Lecter con los suyos propios fijando su vista en estos mientras el propietario miraba el rostro de este con compasión. Los dedos suaves envolvían con su calidez los suyos tratándolos como si aquellos tuvieran magia. De pronto soltó una risa característica de él que vibraba en las lindas orejas rosadas de William, este se alejó de sus manos con un color carmín devorando su rostro en una lenta agonía en la cual intentaba mantener sus ojos alejados a todas costa del contrario.
Lecter dirigió su palma que se encontraba cálida gracias al ejercicio anterior a la mejilla sonrosada de Will mientras que con su pulgar acariacaba con cariño la parte alta de sus mejillas haciendo el color subir más, Will se vió obligado a mirarle tan cerca haciendo que su mirada hablase como tantas veces lo había hecho, la marea de sus ojos le susurraba sutilmente palabras que con mucha tristeza no podía escuchar. Estás eran suplicantes, sus ojos tenían el mismo brillo de los ojos de un cachorro que suplicaba por tacto, por cariño. Lamentablemente su deseo no pudo ser concedido.