III : Rizado.

5.4K 701 286
                                    

La alarma perturba los sueños de Will y el sonido escandaloso que hace le obliga a pararse para poder apagarla. Él solo la usaba para días especiales.

Winston hace que caiga y risas dulces cortan el silencio de la mañana, las lamidas en su rostro hacen que olvide todo el sueño que tuviese. Sin duda sus perros lo mantenían alegre y acompañaban su estancia en ese apartamento, no necesitaba de una persona para tener un amigo. Le iba mejor socializando con perros que con personas.

El piso se encontraba muy frío y Will solo tenía ganas de quedarse arropado en su cama, sus perros siempre le buscaban para recibir dulces abrazos de Will, los calentaban y no permitían que el frío pase más.

"Hannibal... ¿También tendrá frío?" Se cuestionó en su cabeza.

Fue a dar al baño dudando algunos minutos para entrar, Winston se sentaba a esperarle siempre fuera de la regadera, olía el miedo que sentía Will, tenía el pensamiento de que algún fantasma de sus pesadillas aparezca.

–Winston... No quiero bañarme – el frío era demasiado y a Will no le gustaba. Sus ojos lagrimearon a causa del mismo pero sin embargo era una obligación.

Por su lado Hannibal permanecía en el sillón de su consultorio con las piernas cruzadas, moviendo una de ellas ansiosamente aunque sea de mala educación. Pensaba seriamente que la ansiedad le hacía olvidar todos ellos. Revisaba el reloj de su muñeca cada cinco minutos. No quería ser impuntual con Will, sabría que también le esperaba o caso contrario estaría durmiendo como la mañana anterior y lo sorprendería en paños menores.

Una imagen mental le hizo sonreír, era un chico muy diferente sin duda, no pronunciaba casi ni una sola palabra que no se vea centrada en sus intereses. Aún así, Lecter consideraba que su silencio en realidad, le susurraba muchas cosas al oído y que sus ojos cumplían la función que no llevaba a cabo su boca. Su mirada le hablaba sin duda.

Sin embargo, no lograba ver más allá de ellos. Como si construyera una barrera para no dejarlo pasar a su mente. Claro, inconscientemente.

Podía recordar aún el tacto sobre su mano, sus dedos eran suaves al tocarle pero denotaba su nerviosismo en lo húmedos que se sentían. Como si cayeran gotas de lluvia lentamente aún si no tuvieran la intención de mojarlo.

Su timidez al hablar, era armoniosa. Hannibal no hubiera tenido paciencia al escucharle si no fuese de tal modo. Eran palabras que rozaban con delicadeza sus tímpanos y se instalaban en su cerebro dejandose caer como una pluma. 

Cuando menos lo esperó reviso su reloj ya más calmado, pero sintió como si una cuerda de su amado clavicordio se rompiese en su mente. Estaba pasado de la hora, exactamente 15 minutos.

Efectivamente aquel chico había desechado sutilmente su noción del tiempo.

¿Dónde quedó el Hannibal puntual?

Vistió su abrigo a la velocidad de la luz y bajo haciendo resonar sus zapatos rápidamente pasando una mano por su cabello cerciorandose de que cada cabello permanezca en su lugar. Cruzó el parque a paso ligero para no llamar la atención, no era muy propio de él correr.

Respiró profundo cuando estuvo en la puerta del edificio de su nuevo acompañante matutino, pasó sus manos como si de una plancha se tratase para quitar cualquier arruga de su traje y alisó el cuello de su camisa. A su suerte, salía alguien del edificio dejando la puerta abierta así inconscientemente dejándolo pasar.

Subió sin hacer mucho ruido, pero más rápido de lo habitual. Cuando estuvo en el cuarto piso se calmó y siguió su rumbo hacia el apartamento de William.

Tra le dita.© -HannigramDonde viven las historias. Descúbrelo ahora