Entre sus brazos descansaba tranquilamente la estatua más bella de la Villa Adriana, labios entreabiertos por la presión de su mejilla y músculos de sus brazos, sus párpados inmóviles que calmaban su alma porque nada estaba aterrando a Will en sus sueños, los cabellos rizados eran un desorden ensortijados unos con otros. Su piel siempre estaba fresca como el yeso y blanca como la leche, sus vellos oscuros lo hacían mármol y sus lunares constelaciones de su propio cielo. El sol no podía calentar la piel del hombre más grande como Will Graham calentaba el corazón de su amante. Cerró finalmente los ojos después de tanta adoración recordando hasta en sus sueños el rostro del hombre creador de la inocencia y destructor de las creencias.
Habían sido unas cuántas horas más de sueño reparador hasta que su cama de pronto de volvió aburrida sin razón aparente, entre sueños intento buscar el otro cuerpo sin éxito alguno de encontrarlo, pero aún su lado se sentía cálido hasta que sintió la luz del sol pegar directamente a su rostro sin cortinas que lo cubriesen. Abrió los ojos con pereza creyendo que seguía soñando o algo parecido, pero él realmente estaba muy equivocado. Se reincorporó sentándose en la cama y viendo una silueta mirando por la ventana con el sol a su alrededor cuál ángel mensajero.
Era William solo en bóxers refrescándose con la brisa y porque un nuevo día le había iluminado. Los ojos de Lecter gozaban de la imagen mientras permanecía en silencio, aquella figura esbelta parada con mucha imponencia y segura de su belleza, figura bañada en oro y forjada por Dédalo, hijo de Afrodita y bautizado por Jacinto, obra de Dioses y gracia de pecadores. El doctor se sentó descubriendo su pecho de las sábanas y haciendo sonar la cama llamando la atención de William quien volteó con sorpresa de verlo despierto y sonrió haciendo doler el estómago de Hannibal por tantas emociones en un efímero momento. El se sentía afortunado, orgulloso y egoísta viendo a Will Graham, no tenía que pagar por ver belleza como lo había hecho antes en museos, era el único que lo veía despertar por las mañanas y quería que así sea toda su vida pero aun con su complejo de Dios, no se sentía digno.
William bajo la cortinas considerando que su pareja apenas despertaba y el sol iba a atacar a sus ojos cuando el más parecía concentrado en verle a él y no al sol, camino lento hasta su pareja y cada paso ponía ansioso al otro, odiaba más el frío por el hecho de haberle prohibido ver al hermoso hombre de esa manera. Tomó asiento en su regazo abrazando la espalda del otro como podía, era tan frágil entre los músculos del otro hombre y encontraba delicioso el calor que el otro le proporcionaba, el sol debía ocultarse porque aquel Dios por supuesto, ya no lo necesitaba.
–Buenos días...
Y claro que lo eran a su lado.
–Buenos días joven ángel.
Sintió lo sonrisa del hombre canoso dibujarse detrás suyo provocando la suya, retrocedió los dos mirándose felices y luego a los labios donde a la tentación caía y el diablo asomaba para su contemple.
–No puedo soportar tu belleza si no es en mis labios.
Había dicho Hannibal para romper el silencio y tomar una mejilla del otro asegurando que su rostro siguiera ahí, tan real que doliera. Sus labios se abrieron paso a la boca entreabierta de su pareja quitándole el aliento, sus manos agarraron el cabello cenizo con desespero, cabello refugio de las manos inexpertas y temerosas de William, pero de todas las cosas, besar a Hannibal era una de sus favoritas, su primer beso y también quería que el fuese el último.
El doctor acerco más a su cuerpo a su amante por la cintura, sin tener cuidado ni darse cuenta de la situación, ni tampoco de las consecuencias causando que William suelte sus labios de golpe cerrando los ojos con fuerza.
Un quejido había salido de su boca.
Una nota del arpa de Apolo, tocada por los dedos amaestrados de Bach pero, nunca agradable para el juez divino. Algo que nunca había entrado en su mente había ocurrido al final. Había rosado con dureza sus entrepiernas vestidas al juntarlo a su cuerpo, si aún esperaba la culpa invadirle, está nunca había llegado con él. Will estaba rojo y preocupado, no sabía si significaba lo mismo para su pareja, podía hacer perfiles de asesinos pero no interpretar a su pareja ahora mismo, esperaba quieto que las cosas pasaran, no tenía miedo pero no quería adelantarse a las cosas. Por su parte, el cuerpo de Hannibal había reaccionado sin compasión al roce y al sonido, se sentía esclavo y títere del deseo. Deslizó su mirada entre sus cuerpos y había sido el mayor deleite de sus ambiciosos ojos, nada más que el genital de William hinchado bajo su ropa interior, nada comparado cuando estaba parado en frente a las ventanas, no la tranquilidad que había visto en su cuerpo. William se asustó por un momento al observar al otro muy quiero viendo hacía esa parte de él, no entendía aún que sentía Lecter.