XI : Carta

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Winston olisqueaba la mano de Hannibal casi trepando la cama debido a que William descansaba en el brazo extendido del psiquiatra tendido en esa cama, los rayos del sol casi no entraban y no podían fastidiarle ni perturbar su sueño por ahora, no hacía calor pero no era tan frío como otros días, Hannibal en sus sueños podía sentir el cuerpo medio caliente del otro entre sus brazos abrazándole, muy adormecido como para ser el primero en levantarse o despertar al otro, sentía su brazo extendido adormecido pero no era molestia alguna ahora, tenía todo lo que quería haciéndole compañía y durmiendo placenteramente cerca de su cuerpo enciéndose como una febril llama quién era gentil con los viajeros que extrañaban el dulce calor de sus recuerdos que no podían abrazarle en lo frío del invierno.

William era un Botticelli de día que se despertaba como un Ferri cautivando con su figura y rizos castaños la mañana, dichosos aquellos ojos que le veían en el amanecer de la luz, un Caravaggio por la tarde cuando las habitaciones se bañaban de su belleza haciendo que la calle se sintiera furiosa y dejé de alumbrar por dentro, era Goya por la noche, cuando el sueño atacaba y el exterior se rendía dejando de alumbrar hasta el día siguiente por volver a tener su belleza y finalmente era Kubin en sus pesadillas, las cosas más grotescas, con las cosas más bellas. Una Venus hecha hombre que descansaba en sábanas que eran muy ásperas por la agonía de no poder tener todo el tiempo esa la piel tan suave como la crema y el clima, era solo un miserable esclavo de su belleza que no podría florecer hasta que se decidiera por salir los veranos haciendo que el sol sea generoso por el placer efimero de bañar su cuerpo.

El doctor abrió los ojos más despierto, apareciendo ante él la obra macabra del pecado, persona que no debería tener nombre por lo desgraciado de su creador de dejarlo en la tierra. Los recuerdos de la noche lo atacaron y quiso sostener a William muy fuerte entre sus brazos, hacerlo fundirse en piel y carne, no quería separarse de él todavía. Dejó un beso en la frente del joven y se paró estirándose sin hacer mucho ruido, había un poco de sol afuera que se asomaba siendo bloqueado por las cortinas, un solo rayo de luz ingresaba iluminando una parte de la cama donde dormía el ahora amante de Morpheus, muy aferrado a él, la inconsciencia gozaba de este momento llevándose consigo el sueño de William.

Abrió las cortinas iluminando toda la cama alimentándose de la belleza radiante que era ahora, contemplando y guardando este momento muy profundo en su mente, imposiblemente sería borrado o arrancado de allí. El cabello lucía más claro, cualquier rastro de bello en su rostro era brillante y miel, incluso sus labios entreabiertos recibían la luz gustosamente haciéndole brillar mientras el psiquiatra en esa habitación recordaba esos besos vivamente y con el corazón en la mano. Tomó su celular silenciosamente, reflejaba la hora con lo temprano que era, abrió la cámara viendo la doble imagen de su ángel capturando una sola foto como tal crimen, suspiro y volvió a dejar el celular.

Porque en realidad tenía miedo.

No porque se sienta poca cosa, por lo que fuese o como fuese, era lo irreal del hombre del que estaba enamorado y dolía fuertemente en su pecho si alguna vez encontraba a alguien más, todas las cosas y cada segundo que adoraba de él. Y también estaba seguro que nadie mas entendería esa forma de amar y adorar que necesitaba Will Graham, no solo era una persona ni una pareja, el entrelazo de muchas cosas complicadas y la maldad de Adonis eran parte de él.

Se acostó nuevamente irrumpiendo en el espacio del castaño, está vez sus brazos fueron intrusos debajo de la parte superior de la pijama del otro recorriendo casi fugazmente cada piel y hueso que encontró en su camino hasta que llegó a los hombros atrayendolo consigo mismo y apretando su torso contra el suyo despertandole casi asustado ganándose un sonido de miedo y agitando su respiración que ahora sonaba en sus oídos.

–Ag- Ha-nnibal...

–Buenos días, Will.

Acarició la espalda del otro mientras ese bostezaba y limpiaba su boca en el hombro desnudo del psiquiatra que lo sostenía, aún siendo inconsciente, la sensación era demasiado regocijante para el otro.

Tra le dita.© -HannigramDonde viven las historias. Descúbrelo ahora