XV: El arte del amor

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En las aceras andaban el par de enamorados hacia su hogar. Dawkins seguía cogiendo en el camino, se estaba agotando del cansancio de dar pequeños saltos con sus patas no lesionadas. Él se sentía de maravilla; sentir la brisa fresca en su pelaje, respirar nuevamente el aire del exterior sin contaminar, mojarse las patas en los encharcamientos que se estaban evaporando por la intensa ola de calor en Camden Town.

Da Vinci se sentía mejor que antes, más al caminar a lado de su amado dálmata. Era el príncipe azul que tanto ha deseado en sus sueños. Su amor es tan grande hacia él que no lo dejaría en un momento de apoyo emocional y de cariño. La pintora no dejaba de imaginas los primorosos momentos que tendrá con Dawkins en su amor —no lo hacía por presumir, pero se sentía en la dálmata más feliz del mundo—. Por disposición de discreción, no dio una palabra al respecto del tema.

Llegaron al hogar y todo estaba callado; ni siquiera en la entrada había una actividad.
Cuando Dawkins cerró la puerta principal del hogar, los cachorros de la familia salieron de los rincones del hogar gritando «bienvenido, Dawkins» por su llegada. El cachorro dálmata se alegró mucho, hasta se conmovió del detalle del resto de sus hermanos. Un cartel rectangular de lona colgando en el techo, globos inflados con helio en el techo y paredes, serpentinas, confeti en el suelo y Dylan cargaba un pastel hecho de croquetas orgánicas.

—Gracias, chicos; por este bello detalle —comentó Dawkins halagado por el trabajo de todos.

—A nosotros nos alegra que estés aquí de vuelta. Nos hacías mucha falta, hermano —replicó Dax dejando el pastel en el suelo con cautela.

—¿Pero cómo sabían que ya había terminado mi tratamiento?

—Yo se los dije, Dawkins —intervino Da Vinci—. Nuestra madre me informó que ya estás en buenas condiciones, sano, aliviado. Y por eso decidimos hacerte una pequeña bienvenida de tu regreso.

—Que lindo de su parte. Sinceramente me encantó. Tan maravillado estoy que no tengo la forma de agradecérselos.

—No es necesario, Dawkins —dijo Dylan acercándose al cachorro y a tomar su hombro—. Con que hayas regresado a casa es más que suficiente.

Estaba completamente agradecido por el detalle de la bienvenida después de tres semanas de su ausencia. Extendió sus patas que simbolizan una preparación de recibir un abrazo de parte de sus hermanos pequeños. Ellos lo entendieron, y se abalanzaron sobre él procurando no lastimar su pata lesionada. Estaba muy contento de ver a su familia nuevamente, que hasta lagrimeó de la felicidad.

Al final, después del abrazo de sus hermanos, la cachorra pintora quiso darle uno igual desde la espalda del cachorro. Ya todo está bien, Dawkins; dijo ella con una voz ahogada. Eso hizo que Dawkins sonriera, acariciando la cabeza de su amada.

El par de cachorros enamorados salieron al patio trasero del hogar a tomar aire fresco. El abrazo que recibió el cachorro lo dejaban sin respirar al momento de recibirlo.

Da Vinci sugirió al dálmata que cerrara sus ojos para darle una sorpresa. Siento gentil, no desobedeció su orden; cerró sus ojos, dejando seguir por la voz de la dálmata pintora. Ella desplegó de un lienzo el mantel blanco que lo cubría. Mostrando en plena luz solar un recuadro de ella y Dawkins durmiendo juntos abrazados. Esa misma obra que quiso entregarle antes si no fuera del momento que le rompió el corazón. Sugirió que los abriera, y obedeció a la primera. Que quedó sorprendido y sonrojado. Lo conmovió mucho que sonrió y le dio un abrazo a su querida dálmata.

—Gracias, Da Vinci. Es hermosa esa pintura —comentó él.

—De nada, querido. Tenía planeado entregártelo antes, pero lo que pasó contigo y Destiny, ya no mostré el valor de hacerlo —replicó ella desanimándose—. Y aún así lo conservé, porque sabía que tú volverías como el de antes —agregó volviendo a sonreír.

Ciencia artística Vol. IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora