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A pocos metros se encontró con una nueva puerta, pero esta no era blanca como las demás.

El color negro de la madera le causó una sensación de pánico que tardó en aplacar.

¿Debía de entrar allí?. Ya estaba agotado y quería descansar. Sentía que se lo merecía, pero esa voz en su cabeza le susurraba que debía continuar, ser valiente por un instante y acabar por una vez con todas con sus demonios, así que agarró el picaporte púrpura y atravesó el umbral lleno de seguridad.

Sin entender mucho miró a su alrededor en búsqueda de pistas. Estaba en una habitación completamente negra, y podía afirmar que esta era la que más desconcierto le causaba.

Las paredes estaban llenas de obras de arte que parecían antiguas, y cadenas gruesas. Habían varios estantes de caoba herméticamente cerrados colocados por doquier, fustas y demás artefactos raros colgados en lonas como si fuesen trofeos o adornos, y numerosos frascos brillantes encima de las repisas del fondo. En el centro había una cama donde una silueta se movía con desespero.

Escuchó varios gruñidos y se acercó con el ceño fruncido. Era una mujer, una chica que estaba atada a los estribos de la cama con gruesas cadenas. Su boca estaba cubierta por una mordaza, y con los ojos le rogó que la soltara.

Freddy lo intentó, pero no lograba hacerle ningún daño al acero de sus ataduras, y se desesperó ante el llanto constante y ahogado de la joven.

Necesitaba ayudarla, salvarla cuanto antes. En su interior sabía que algo malo podía pasarle si no lo conseguía.

—No creo que eso vaya a funcionar.—alguien se burló detrás de él, y se volteó de manera casi mecánica.

Otra personalidad suya estaba ahí, pero esta se veía normal. Su seriedad le recordaba bastante a Francisco, pero sus ojos de un azul eléctrico lo inducían a cosas provocadoras, y el descaro de sus gestos y vestimenta le hicieron dudar unos instantes: tenía puestos unos vaqueros holgados y rasgados que resaltaban su figura atlética, y con horror, él notó que poseía el mismo tatuaje en el brazo izquierdo.

Fernando y Francisco no lo tenían, de eso estaba seguro, entonces...¿cómo...?

—Tú...—lo señaló—, fuiste tú quien me hizo ese dibujo...—se tocaba el brazo con miedo y estupefacción.

—Ah—se miró el tatuaje con picardía—, esto fue un intento fallido.

—¿Intento fallido?

—Creí que así podría recordar a la estrella más brillante de todas—acarició levemente el asteroide donde estaba la rosa, y Freddy vio de golpe la imagen de Cecil—, pero no funcionó. Mala suerte.

La chica empezó a sollozar con más fuerza en cuanto logró divisar a su raptor. Algo malo estaba a punto de pasar.

—No dejaré que la lastimes.

El otro yo se rió con notada picardía y sarcasmo.

—¿De la misma manera en que nos protegiste del tío Daniel?

Algo dentro de Freddy se rompió. Los recuerdos volvían, y aunque ya no dolían como antes, provocaron que algo nuevo y oscuro comenzara a penetrar en su interior.

—Ya he superado eso...ya no vas a poder lastimarme. Ninguno de ustedes lo hará. Flavio—

—¿Flavio?—su homólogo lo interrumpió con diversión—. Flavio es sólo un niño estúpido, ¿lo sabías?

—No te permito que lo insultes—lo amenazó—. Mi pasado no me atormenta más. Soy libre del dolor y él también.

El chico se quedó en silencio. Lo miró sin ningún sentimiento reflejado en sus ojos, y Freddy se sintió incómodo.

Sólo somos constelacionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora