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Freddy salió de la tienda de mascotas luego de largas horas de agonía. Se había esforzado un montón y esperaba que su elección le agradara a la pelirroja.

Llevaba en las manos un minino de mediano tamaño y manchas en el pelaje, y anhelaba que esa tranquilidad con la que dormía se le pegara a Leticia, y así aliviar un poco el peso sobre sus hombros.

Odiaba verla siempre nerviosa, despeinada y desvariante. No se parecía en nada a la seria psiquiatra que se había pasado meses atendiéndolo, y la culpa volvió.

Se apresuró para llegar a su moto, pero se detuvo en seco al notar una figura esbelta apoyada en ella.

Tragó en seco. Era Luisa.

—¿Puedo ayudarte en algo?—preguntó desde una distancia que consideró prudente, poniendo al gato de vuelta en su caja.

Ella se quitó las gafas de sol que llevaba, y Freddy se quedó atónito mirándola.

Era hermosa, y ese aire de misterio y oscuridad que la envolvía le daba un porte sensual y peligroso a la vez. Por eso él aumentó la tensión en sus músculos.

Estaba nervioso. Creía saber todo de lo que esa mujer era capaz, pero estaba terriblemente equivocado.

—Sí—ella le dedicó una sonrisa de medio lado—. Vengo a hacer las paces contigo.

Freddy abrió los ojos de una manera quizás demasiado exagerada. No se lo esperaba. Por su mente habían viajado montones de razones por las que ella lo estaba buscando, pero una disculpa no figuró nunca en la lista.

—Estás bromeando, ¿verdad?

—¿Te parece que bromeo?

—No lo sé, no te conozco.

—Mira, solo...ya sé que vas a ver a Luisa todos los días—él tragó en seco—, y estoy harta de esta situación. Ella te quiere, y aunque no me guste, mi misión es hacerla feliz. Si eso significa que debo acabar mis riñas contigo, pues que así sea.

Sus palabras tenían sentido, pero él aún no estaba seguro del todo.

Algo le decía que no podía confiar en aquella chica por más bonitos que fueran sus ojos, o seductores que fuesen sus labios.

—Está bien entonces—le extendió la mano que tenía libre, y ella la estrechó con una sonrisa de boca cerrada.

Freddy frunció el entrecejo. Estaba llevando guantes de cuero.

—¿Vas para el hospital?—las palabras de Luisa lo sacaron de sus pensamientos.

—Sí.

—Puedo llevarte si quieres.

—Gracias, pero...ya voy en mi moto.

—¿Llevando un gato? ¿Y si tienes un accidente? No digas nada más, te vienes conmigo.

—Pero...

—Fin de la discusión—ella lo agarró por la camiseta que llevaba y lo condujo hacia el otro lado del aparcamiento. Una vez allí subieron al auto de Luisa y emprendieron la marcha.

Dentro el ambiente era tenso. Ambos lo notaban. Nadie decía ni una palabra. Solo se escuchaban los débiles maullidos del animal que viajaba en la parte de atrás, y la música que pasaban por la radio.

De repente Luisa recibió una llamada y colocó el manos libres.

—Dime, Isabela.

Ya está listo lo del yate, hermana.

—Gracias. Avisaré a los compradores. Te debo una grande. Beso.

Colgó, y la curiosidad empezó a carcomer a Freddy.

¿Un yate para qué?

Cuando se dio cuenta ya no estaban yendo para el manicomio. El paisaje había cambiado. En ese momento se divisaban algunos barcos anclados en los muelles, y el mar a lo lejos.

El pánico creció desmesuradamente en su interior.

Se detuvieron.

—Te pido disculpas—sonrió Luisa con un enorme folleto en las manos—: debo entregar estos murales antes de la tarde a unos clientes franceses, y he tenido que desviarnos del hospital—le mostró varias pinturas expresionistas, y notó la preocupación en su mirada—. Si lo deseas te pido un taxi y puedes regresar.

Salieron del auto. Él creyó que lo mejor era volver, pero la manera en que Luisa intentaba cargar de una sola vez unos cuantos lienzos más grandes que su cuerpo le causó diversión.

Aunque sabía que después se arrepentiría de su decisión, la ayudó a llevar el material hacia su destino.

Luisa le agradeció la ayuda y lo condujo hacia un yate enorme anclado en una parte apartada del último muelle, y luego de mostrarle su identificación y permisos al guardia, le indicó dónde debía colocarlo para que los compradores lo vieran.

—Esta es la última pintura. ¿Te gusta cómo se ven, Luisa?—preguntó Freddy con el cuerpo algo sudado y una respiración entrecortada.

No obtuvo respuesta alguna.

Escuchó un clic y volteó extrañado.

La mujer le estaba apuntando con un arma.

Levantó entonces las manos de manera mecánica, como si fuese el protagonista de una de esas antiguas películas del oeste que tanto le gustaban a su padre, y sintió como el corazón empezó a latirle con furia.

El miedo a la muerte, una vez más, se estaba apoderando de sus sentidos, y no le gustó para nada esa sensación.

—Tranquila. No vayas a cometer una locura, ¿sí?

—Oh, por favor, no me digas estupideces como esa, ¿estamos?

Freddy respiraba con bastante dificultad, pero no dejó que los nervios lo consumieran por completo.

Una idea apareció en su mente de pronto.

Aún no habían abandonado el muelle, así que si lograba neutralizar a Luisa tendría cierto chance de huir y salvar su pellejo.

Era arriesgado, pero era la única alternativa que tenía. Si no hay riesgo no hay premio, se dijo a sí mismo, e intentó golpear a la morena con la pierna.

Grave error.

Ella lo agarró al vuelo, y con un movimiento diestro y veloz acabó neutralizándolo bajo su cuerpo. Una sonrisa extraña apareció, y la morena introdujo el cañón de la pistola en la boca de su espantada víctima.

—Ya veo que eres más estúpido de lo que creí—rió sádicamente.

Él siguió llorando y soltando mocos por doquier.

Había fallado.

Su única oportunidad de alcanzar la libertad se esfumó con la misma rapidez con que la maravillosa idea del escape apareció en su mente.

El rostro sonriente de Luisa fue lo último que vio antes de caer inconsciente por un profundo golpe dirigido a su cabeza.




¡Hola a todos, y Feliz Día de los Padres!        \(◎o◎)/ Espero que pasen una linda jornada junto a sus seres queridos, y coman mucha tarta y helado (╯°□°)╯︵ ┻━┻

Se vale darme un trocito por lo menos           (・–・) \(・◡・)/

Y aquí lo tienen. El próximo capítulo será definitorio para la historia, así que prometo actualizar pronto.

Los quiere,
Willy

Sólo somos constelacionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora