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Obedeció y con un gran sobresalto, miró a su alrededor. Ya no estaba en la habitación de Fernando.

Se tocó el cuello y realizó un rápido escaneo de su cuerpo. Ya nada le dolía.

Una alarma se encendió en su cerebro, y fingió alivio. Algo dentro de sí mismo le decía que el tormento solo había comenzado, así que empezó a caminar sin rumbo fijo, deseando encontrar la salida de aquella pesadilla.

Ya no se sentía tan seguro como antes. Le dolía una parte de su alma que no era capaz de tocar, y la angustia creció. Al levantar la vista, se encontró con una nueva puerta.

El picaporte era negro, así que se preguntó si era seguro entrar o no. Recordó entonces las advertencias de Francisco, y admitió que él tenía razón. Lo que estaba haciendo no era sencillo, pero necesitaba llegar al final; sentía que la verdadera muerte le alcanzaría si no completaba su misión, así que armado de un valor que no era suyo, cruzó el umbral y se adentró en una nueva tortura.

Se estrujó un poco los ojos para lograr ver en medio de la oscuridad, y perdió el aliento enseguida.

Era el cuarto de un niño pequeño, pero todo estaba destruido. Marcas negras de manos abundaban por todo el lugar, y empezó a avanzar lleno de dudas y miedos.

En el centro se hallaba una cuna hecha añicos con una pequeña TV y una mecedora al lado. Por las paredes retumbaba el audio pegadizo de un programa infantil que se estaba reproduciendo en la pantalla del artefacto. Freddy escuchó con atención la invitación a buscar la olla de oro al final del arcoiris, y frunció el ceño.

La conocía, joder, la conocía.

Intentó apagarla, pero no funcionaba. Pateó el televisor, lo golpeó, y aún así el asqueroso sonido hacía eco por todas partes.

En mitad del alboroto se escucharon unos sollozos débiles. Trató entonces de seguirlos y se topó con un mueble enorme. Haciendo un gran esfuerzo logró moverlo, y se encontró con un niño escondido en un agujero escarbado en la pared. Sus manitas, cuyas uñas estaban destrozadas, daban a entender que él mismo lo había hecho.

Intentó acercarse, y el pequeño abrazó con fuerza al peluche que llevaba mientras lloraba. Con dolor Freddy vio que las mismas marcas que estaban esparcidas por la habitación llenaban casi en su totalidad su escuálido cuerpo.

—Hola campeón, ¿cómo te llamas?

Él no contestó.

—Yo me llamo Freddy, pero apuesto a que tú tienes un nombre mucho más lindo—continuó el silencio—. ¿Quieres que te ayude a salir?—le extendió una mano y el niño se apretujó más en su escondite. Sabía que aquello no iba a funcionar, pero no podía dejar de intentarlo—. Te prometo que no te haré daño.

—Soy Flavio—suspiró el niño como si hubiese olvidado incluso cómo se habla—, y no quiero salir. Él puede encontrarme.

—¿Quién es él?

El pequeño no contestó y Freddy no lo intentó más. Se sentó frente al agujero y comenzó a analizarlo con el mayor disimulo posible. Lo último que necesitaba era espantarlo más.

Tenía los ojos color ámbar, las ropas rasgadas, el cabello largo y castaño, y las manos repletas de tierra y sangre. Incluso el enigmático peluche que supuso debió de haber tenido un tono violáceo en algún momento, parecía salido de una película de terror. Ni siquiera se podía distinguir si era un conejo, un oso o alguna clase de mapache. Lo que estaba claro era que los botones que actuaban como ojos habían sido arrancados con fuerza, pues de las cuencas sobresalían varios trozos de relleno.

La destrozada televisión se encendió de pronto, la canción volvió a sonar, y Flavio comenzó a llorar. Freddy intentó calmarlo, pero en cuanto puso una mano en su cuerpo, notó que las huellas quedaron marcadas en la piel del niño como si fuesen hierros candentes.

El pánico comenzó a crecer en su interior a penas vio que la habitación había empezado a derrumbarse. Intentó agarrar al pequeño para huir, pero cuando dirigió su vista a él, se alejó apresuradamente. Ya había salido del agujero y lo miraba; lo miraba con ira, con rabia, con miedo. Lo miraba sin ojos, con las cuencas vacías y huecas, como las del peluche. Lo vio lagrimear un líquido negro, viscoso y maloliente, y gritar con fuerza. Su piel no parecía humana. Las marcas de manos se hacían cada vez más grandes y notorias, y Freddy temió por su vida.

Podía sentir un dolor interno muy fuerte, como si tuviese un parásito dentro, algo que lo estaba devorando despacio, algo que le estaba drenando los deseos de vivir.

Flavio se agachó frente a él y le mostró un cuchillo. Con una sonrisa sádica comenzó a pasarlo por varias partes de su cuerpo, causándose heridas profundas. Quería probar el filo del arma que durante tanto tiempo había guardado en el interior de su preciado peluche.

—Ya está aquí.

¿Pero quién, quién había llegado?. Freddy miró a su alrededor y no había nadie.

No podía moverse, siquiera respirar bien, y empezó a sudar frío. Sabía que el niño quería matarlo, tal vez por haber sido un cobarde, por no haber opuesto resistencia, por haberse resignado a esa vida de miedo y desolación total; y rompió a llorar no supo si por la desesperación que le provocaba la situación en la que se encontraba, o por los recuerdos que habían vuelto, sin querer, a su mente.

—Lo...lo siento. Lamento no haberte defendido... nunca quise lastimarte—susurró ahogado entre las lágrimas, el espanto y la presión—. Yo también sufrí, lloré, quise morir... quise tantas cosas, deseé con todas mis fuerzas que alguien me abrazara y me dijera que todo estaba bien, que me ayudara a quitarme esa horrible sensación, ese horrible toque...

Sintió un calor extraño y abrió los ojos, asustado. Flavio lo estaba acurrucando con unas manitas que no abarcaban ni su pecho, y suspiró al verlo más feliz, más tierno, más vivo que antes. Siguió llorando, pero sólo para desahogarse.

Se lo merecía.

Hacerse el fuerte no le había salido tan bien como él lo hubiese planeado: su interior estaba destrozado; necesitaba esa caricia calentita que nadie le había dado en años, y se sintió desfallecer en cuanto la experimentó.

Qué irónico que el niño traumado que fue cuando todo sucedió le estuviese reconfortando de aquella manera.

Su corazón latía de emoción y vitalidad, no por la monótona costumbre a la que había sido obligado a trabajar, y la sonrisa que antes era falsa ahora tenía un aire natural que la volvía maravillosa.

Había hecho las pases con su niñez.

Su pasado le estaba abrazando para mostrarle que ya era hora de avanzar, de olvidar las penas que ahogan los sueños, de recorrer el mundo libre de ataduras y amargas cadenas oxidadas.

Flavio le besó inocentemente la frente y lo invitó a ponerse de pie. Le dedicó una sonrisa justo antes de que desaparecieran las marcas de manos que llenaban su cuerpo, y de desvanecerse, como si fuese un espejismo hecho de puro humo.

De nuevo estaba Freddy en mitad de la nada, pero se sentía mejor.

El peso de su corazón y su alma ya no estaba, y se sentía ligero como una pluma. Tal vez las viejas cicatrices habían sanado finalmente luego de tantos años.

Cerró los ojos, y seguro de que el niño lo oiría donde quiera que estuviese, le agradeció con la voz de su corazón por la ayuda. Luego sólo continuó con su camino de manera optimista sin pensar en las cosas malas y traumáticas que vería con sus otros yo.

Holiwis de nuevo.

¿Qué les parece la cosa hasta ahora?

Ya han visto a tres personalidades, pero falta lo mejor, o...siendo honesta, lo peor.

*ríe dramáticamente, pero llora por dentro.(〒︿〒)

¡Mantengan en alto sus paraguas, que se vienen los vergazos de verdad! ψ(`∇')ψ

Besos traumáticos,
Willy💜

Sólo somos constelacionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora