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Leticia escupió el cristal con ira y se alejó de la habitación.

Se limpió un poco la sangre de sus manos en la tela de la playera, y se encontró a sí misma en la sala del apartamento. Siguió buscando a Freddy, pero no lograba divisarlo. Se acercó a los muebles del centro y vio un polvo blanco esparcido sobre la mesa para café.

Droga, estaba segura.

Levantó la vista y distinguió al chico sentado en la baranda del balcón. Estaba de espaldas, envuelto en una nube de humo pasajera, así que intuyó que estaba fumando.

—¿Te sientes mejor?—le preguntó él sin voltearse a sabiendas de que lo estaba espiando.

—Sí, gracias.

—No hay de qué—le dio una calada al cigarrillo que tenía en las manos.

—Y...¿de qué querías hablarme?

Hubo silencio.

Leticia estaba expectante, y la paciencia con que Freddy se lo tomaba todo la exasperaba más.

Necesitaba respuestas, necesitaba saber qué cosas ocultaba detrás del dolor y la amargura. La ansiedad la carcomía desde el interior, desde el centro de cada una de las células que componían su nervioso organismo.

—Primero quiero preguntarte algo—soltó despacio el humo del cigarrillo por sus fosas nasales—. ¿Qué es lo que ves cuando me miras?

Leticia apeló a la poca cordura que le quedaba, y supo que era una pregunta trampa. Claro que no le diría que le encantaba, que lo encontraba increíblemente lindo y atractivo, que sentía que se volvería loca si no conseguía, al menos, besarle una vez.

Claro que no.

Entendió que todo se echaría a perder si declaraba sus intenciones, le decía frases de aliento, o aquellas cosas típicas que sólo los miopes de corazón notan, porque lo que menos Freddy necesitaba era alguien que le tuviese lástima, o que no comprendiese lo mínimo para ir más allá.

Recurrió entonces a los elementos que su némesis(*) le había legado.

—Para mí eres un enigma.

Él rió sin gracia y volvió a darle una calada al cigarrillo.

—¿Y eso por qué?

—Pues porque pareces algo abstracto, y sin embargo, sé que no es así.

—¿Cómo es eso posible? Explícate mejor.

Ella se acercó y se encendió un cigarrillo para sí misma. Hacía años que no fumaba; desde que había conocido a Luisa, de hecho, y ahí estaba: intentando parecer cool para aumentar la curiosidad de su víctima.

—Freddy, pareces una pintura llena de furia, de dolor, de autodestrucción..., un peligro del que todo el mundo debería huir, una bomba hecha con C-4 a punto de estallar. Eso es lo que veo.

Él la miró de soslayo. No le gustaba el rumbo de los argumentos que soltaba y entrecerró los ojos intentando descifrar sus pensamientos.

Ya no confiaba en la estabilidad mental de Leticia, pero decidió callar y seguirle el juego. Ya vería de lo que ella era capaz.

—¿Qué te hace pensar que en mi interior no hay lo mismo que ves ahora?—fingió interés.

—Tus ojos me gritan lo contrario—lo miró fijamente, envuelta en un mar de sensaciones negativas a causa de la nicotina—. Siento que por dentro eres alguien sensible, un sentimentaloide de los peores, una persona que busca cariño y comprensión, o al menos, una mínima cercanía con otro ser humano. Eres muy dependiente. Intuyo que necesitas que aquellos a quienes amas estén bien para experimentar lo que erróneamente llamas felicidad, que ahora mismo estás buscando un faro guía para seguir avanzando, que has tocado fondo y añoras un camino para cazar el futuro que tu pasado te ha negado toda la vida, que la soledad es tu mejor amiga en estos momentos, pero no porque hayas tenido la oportunidad de decidirlo—suspiró—, que temes enfrentarte solo a las criaturas que te lastiman desde el interior..., esas que buscan acabar contigo.

Sólo somos constelacionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora