19

49 18 4
                                    

Freddy cruzó el muro con facilidad.

Conforme pasaban los días iba cogiéndole la vuelta al asunto, y demoraba poco tiempo. Así corría menos riesgos de que algún guardia lo pillara en el acto, y avanzó hacia la habitación de Leticia.

Aún no lograba comprender por qué ella no quería salir al patio, y lloraba a cada rato sosteniendo un cubo de basura, pero prefirió no hacer preguntas. No quería escuchar la respuesta si no era estrictamente necesario. Algo en su corazón le decía que no debía conocerla, y apeló a sus instintos por una vez en la vida.

Entró y la encontró entre lágrimas. Corrió entonces a abrazarla y a acariciarle el cabello. Sabía que eso la calmaba.

—¿Qué pasa, cariño?

—Estoy triste—susurró ella.

—¿Alguien te hizo daño?

—Sí.

—¿Quién fue?

—La perra envidiosa de Luisa.

Freddy se estremeció.

En todo su tiempo de visitas furtivas había notado que Leticia había desarrollado un profundo odio hacia su esposa, y se preguntó cuál sería la causa.

Esa mujer, con todo y mal genio, era buena, y se notaba que la amaba y se preocupaba por su bienestar y seguridad. Aún no lograba comprenderlo, como mismo no era capaz de entender la mayoría de las cosas que se paseaban por la mente de la antigua psquiatra.

—¿Qué te hizo?

Ella agarró el cesto y lo pegó a su cuerpo. Entonces arrancó a llorar de nuevo. Freddy intentaba calmarla tan bien como podía hacerlo.

—Quemó el libro que me regalaste.

Al chico aquello le perturbó al mismo tiempo en que le dió algo de gracia. De seguro Luisa no deseaba destruir el libro, sino a él mismo, a sus recuerdos y a su dolor en un intento por disminuir el daño que le había causado a su única familia.

—No importa. Puedo comprarte todos los que quieras.

—Ya no quiero más libros. Esa bruja puede venir y acabar con ellos en cualquier momento.

—Entonces, ¿qué quieres que te regale?

Los ojitos de Leticia adquirieron de pronto un brillo extraño, único.

—Un gato.

Freddy frunció el entrecejo.

—¿Es en serio?

Ella asintió.

—Me siento sola cuando tú no estás, y quiero tener cerca de mí a un animal tierno y cariñoso que me haga compañía mientras te espero.

A Freddy aquella idea le parecía descabellada. Si ya de por sí era complicado atravesar la seguridad del lugar por su cuenta, ¿cómo haría para introducir ilegalmente a un bicho peludo?

—Pero...—intentó hacerla cambiar de opinión.

—Por favor—le rogó haciendo un puchero—. Nada me haría más feliz que tener un gato.

En contra de cualquier pensamiento lógico que pudiese tener en aquel momento, él acabó cediendo.

Era lo mínimo que podía hacer.

—Mañana tendrás aquí a tu preciada mascota.

—Muchas gracias—lo besó—. Te amo.

Sólo somos constelacionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora