Mi elección

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Era una noche cálida, agradable. Un cielo despejado iluminaba la onceava casa y su jardín, en donde ambos caballeros se encontraban. Su guardián había regresado de Siberia hacía tan sólo un par de horas y aunque en un comienzo había decidido esperar hasta el día siguiente para ir a verlo, no se aguantó. Era demasiado para él tener que soportar no ver a su amigo cuando éste ya se encontraba en el Santuario, a tan sólo un par de escalones de distancia. Largas eran las semanas en que tenía que esperarlo, días en los que nada sabía sobre él o sobre sus asuntos. Nunca había querido interrumpir su trabajo aunque sólo fuera telepaticamente y por un momento. Por respeto a sus discípulos, a su labor y a él mismo, no había querido jamás cruzar ese límite. Es por eso que se encontraba allí en ese momento.

Con cada viaje del francés a Rusia, él más extrañaba su compañía. Camus era su cable a tierra, la persona que le hacía sentir que ser un cabellero de Athena también podía ser divertido. Esperaba con ansias su regreso y cuando eso pasaba muy difícil era para él no pegarse a su compañero. Por suerte, Camus le cumplía cuánto capricho él quisiera. Lejos de retarlo por habersele adherido cual chicle desde su llegada, era el francés quien había sugerido que fuera con él hasta Acuario. "¿Vamos?", le había dicho dando por sentado que eran ambos los que habían estado aguardando por el otro. Y aquella complicidad, era lo más hermoso que tenían.

- ¿Le pides deseos a las estrellas fugaces, Cam? - miró a su compañero.

Echados en la hierba, miraban el firmamento mientras que disfrutaban de la frescura que el templo irradiaba desde su interior. Habían estado jugando por largo rato a quién adivinaba mayor número de constelaciones pero era imposible ganarle al francés. Se conocía el cielo como la palma de la mano, a diferencia de él que muy olvidadas tenía ya sus clases de astronomía y tan sólo podía pegarle a las más populares. Una de sus mayores diversiones consistía justo en eso, en desafiar a Camus. A lo que sea que se le ocurriera, el punto era sacarlo de quicio, cosa que lo divertía en exceso. Y a decir verdad, el francés accedía bastante a sus juegos.

- No - respondió a su pregunta.

- ¿Nunca lo has hecho? ¿Ni siendo un niño? - se interesó ladeando su cuerpo para poder admirarlo mejor.

- No - le sonrió éste ante su insistencia.

- ¿Y si tuvieras que pedir algo? - insistió de repente picado por la curiosidad. Conocía muy bien al acuariano pero, ahora que lo pensaba, no podía asegurar ser capaz de responder por él esa pregunta. - ¿Qué sería?

- No lo sé - afirmó su amigo con la mirada perdida. - La verdad es que no lo había pensado nunca.

- Hazlo - lo animó. - Tiene que haber algo que quieras más que otra cosa.

- ¿Qué me dices tú? ¿Sabrías qué pedir?

Imitándolo, volvió su cuerpo hacia el cielo. Si estaban hablando de un deseo que fuera cual fuera sería cumplido, tenía que pensar muy bien lo que diría.

- Lo pensaré y te lo diré - resolvió una vez que entendió que no quería dar cualquier respuesta.

Con la mirada en el firmamento nuevamente, eligió guardar silencio. Hacía ya varias horas que estaba en Acuario, al menos dos o tres, aunque bien hubiesen parecido menos. Como sucedía siempre, el tiempo que pasaba con Camus parecía transcurrir demasiado rápido. No sabía si al acuariano le pasaba lo mismo pero a él, por lo menos, no había dejado de sucederle ni con el pasar de los meses. Algo que sí sabía les sucedía a ambos, era que a ninguno le molestaba el silencio del otro. Como en ese momento, podían estar juntos, en completo reposo, y sentirse absolutamente cómodos con el otro. Sin necesidad de buscar qué decir, qué tema de conversación abordar. Él no se consideraba precisamente una persona silenciosa pero Camus sí lo era y había aprendido a disfrutar de esa cualidad compartiéndola también.

Desviando la vista de la infinidad de estrellas, clavó sus ojos en Camus. Este se encontraba recostado justo a su lado, por lo que podía ver cada detalle en su rostro sin ningún esfuerzo. Mantenía los ojos cerrados, más no estaba dormido. Pensando, seguramente, vaya a saber en qué. Tal vez en su deseo, ahora que lo pensaba. El cabello le había crecido varios centímetros desde su llegada al Santuario. Siempre lacio, delicado. Sólo los mechones que cubrían su frente eran algo rebeldes. Su nariz, de una simetría envidiable, apuntaba al cielo. Sus negras pestañas, largas y finas, adornaban su blanquecina piel al igual que sus pálidos labios.

¿Hacía cuanto no observaba a Camus con tanto detenimiento? Debía ser hace mucho, pues ya lo había olvidado. Sonrió al recordar lo idiota que se ponía al verlo cuando lo conoció. Aquellos eran días que no extrañaba. Camus conseguía que perdiera los estribos, lo volvía loco hasta el punto de creerse totalmente obsesionado. Quería ser aceptado por él, quería que lo escuchara, que le hablara, que lo mirara. ¿Quién iba a decirle que ahora lo tendría al lado, apenas a un par de centímetros de distancia? ¿Que ambos disfrutarían tanto del otro?

No le molestaba haber sentido todas esas emociones al conocerlo. Camus era un viaje de ida y, como sucede con cosas de ese estilo, estas siempre vienen cargadas de nuevas emociones. Le había costado mucho tiempo entenderlo y ni siquiera estaba del todo seguro de haberlo logrado. Hoy, sin embargo, podía detenerse a observarlo sin perder la cabeza, o eso creía. Camus jamás dejaría de ser quien era y siempre, siempre, recordaría lo mucho que había conseguido revolucionar su corazón.

¿Lo quería? Muchísimo, más que a nadie en el mundo. ¿Le gustaba? También. Había asumido, sin embargo, que no estaba mal que así fuera. Camus siempre le gustaría, como a quien le gusta la forma de ser de una persona, una cualidad particular o simplemente su aspecto físico. En el caso del guardián de la casa, por supuesto, todas esas cosas se sumaban. Sin embargo, no era algo que pudiera cambiar. Se había ya cansado de intentarlo. No podía cambiarlo y ya no sentía intenciones de hacerlo tampoco.

- Eres un gran amigo, Camus.. - dijo al fin, poniendo su corazón en cada una de las palabras que iba diciendo. Al oírlo, éste abrió sus ojos y también lo miró. - El mejor que he tenido, de hecho..

- Me alegra descubrir.. - murmuró el acuariano con una leve sonrisa en los labios. - Que pese a lo difícil que eso es, sigamos encontrando que tenemos cosas en común, Milo.

La respuesta de Camus no pudo más que hacerlo reír. Le devolvió la sonrisa, más que conforme con aquellas palabras. No había pedido ninguna señal pero de haberlo hecho, con esa habría sido suficiente. Lo que tenían era una amistad fuera de lo común, una tan pura, tan entregada y tan sincera que nada podría superarla. Imitando a su amigo, volvió a contemplar las estrellas, los inmensos dibujos que éstas formaban con su esplendor. Se sentía en paz con su elección. Se sentía feliz.

- ¿Sabes? - comentó sin desviar su mirada del firmamento. - Creo que no hay nada que pudiera desear. Tengo todo lo que quiero justo aquí. Una noble diosa a quien proteger y servir, el cargo por el que tanto me esforcé y al mejor amigo que pudiera tener - miró al de azules ojos que, con suma calidez, también lo miraba. - ¿Qué más podría pedir?

Hola ♡ Si llegaste hasta acá, en primer lugar ¡muchas gracias! Espero que el Fic te esté gustando.

Y en segundo lugar, quería aclarar que aquí termina la primer parte. El próximo capítulo estará ubicado temporalmente unos años después de este último, que es donde Milo se "autoconvence" de querer ser amigo de Camus.

Aquí las cosas comenzarán a cambiar, que es lo que creo, todos queremos ♡

Quizás les resulte un poco largo pero siempre fui amante del desarrollo. Que todo se resuelva en uno o dos capítulos no es lo mío.

Espero a ustedes también les guste.
Sin más, un beso a cada uno ♡

Julia Belaqua.

Revolución (MiloxCamus)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora