Mi frío pasado

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Había decido hacía ya tanto que no volvería a pensar en aquellos sentimientos.. Pero allí estaban, una vez más. Por alguna razón, su pasado siempre volvía. Se las ingeniaba para arruinarle la vida una y otra vez. A diferencia de Milo, quien aseguraba no haberse dado cuenta de lo que sentía sino hasta que fue demasiado tarde, él sí se había percatado. Podía recordar con suma claridad los fuertes sentimientos que su amigo en ese momento le arrancaba, así como el dolor de quererlo y no tenerlo. Por mucho tiempo convivió con su corazón hecho trizas, pero fue la elección que tomó y que, hasta hace apenas semanas atrás, celebraba haber tomado.

Él había decidido por propia voluntad callar, silenciar lo que por Milo sentía. Y de allí, por supuesto, es que venía su enojo. Por miedo al rechazo, por miedo a la humillación, a la burla, es que había silenciado su corazón. Jamás, ni una sola vez desde que lo conocía, había tenido la esperanza de que el griego lo mirara con otros ojos. Eran amigos y lo sabía, se lo repetía todo el tiempo. Fue imposible, sin embargo, no verse involucrado. De nada le había servido intentar convencerse de lo contrario, se había enamorado del griego en muy poco tiempo. Recordaba lo inaudito que en ese entonces eso le parecía teniendo en cuenta cómo había sido el inicio de su relación y los prejuicios que sus diferencias le habían traído. El tiempo, una vez más, se había encargado de acomodarlo todo. Una amistad que en un comienzo parecía imposible acabó convirtiéndose en real y, no conforme con eso, el cariño que tenía por él se había transformado en mucho más.

No tenía la menor idea de cuándo había sido la última vez que había pensado en todo aquello. Lo había enterrado tan pero tan bien en su pasado que, aunque quisiera, no podría dar con una fecha. Y es que, para él, el asunto estaba más que terminado. Su situación actual, no obstante, lo cambiaba todo. Las emociones que creía estaban sepultadas hacía años, se presentaban con tanta frescura que lo desconcertaba. Como si el tiempo no hubiese aplacado en lo más mínimo su existencia, reflotaban como si de tablas en el mar se trataran. La única diferencia, claro está, es que ya no sentía lástima por sí mismo. El dolor, sin embargo, no había tiempo suficiente que consiguiera borrarlo.

Apenado, recordaba lo que su propia versión del pasado había experimentado. Su amor por Milo había surgido de una forma totalmente inesperada. Y aunque intentó con todas sus fuerzas apaciguar sus sentimientos, llegó un punto en que le fue imposible frenarlos. ¿Qué es lo que lo había enamorado? Pues todo. Su sonrisa, su voz, su mirada despierta, curiosa, traviesa. Su falta de tacto, su humor, su fuerza, coraje e impulsividad. Su libertad, falta de prejuicios y hasta sus caprichos. En pocas palabras, sus enormes diferencias. Jamás sería como él ni tendría la mitad de sus cualidades. Pero mientras lo tuviese podría seguir disfrutando de aquellas pequeñas cosas que ofrecía y que la vida había decidido que él no tuviera. Recordaba haberse quedado viéndolo por horas mientras dormía, ambos sobre la hierba; haberlo acompañado a lugares a donde nunca iría por otra persona, hasta haber hecho cosas que sólo por sus discípulos habría hecho. Y es que, ¿qué no hubiera hecho por Milo? Enamorado o no, el enorme cariño que sentía por él era innegable.

Aquella, justamente, era la razón por la que había tomado la decisión de olvidarlo. Le había llevado un buen tiempo pero con voluntad y paciencia, había conseguido convencerse de ello. Milo no era para él, aunque le doliera esa era la verdad. O eso había pensando..

A donde quiera que fueran, el escorpiano siempre era el centro de atención. Ya sea en viajes por ocio o por trabajo, éste se robaba las miradas de todos los que por al lado le pasaran. Con sólo una sonrisa habría conseguido que todas esas personas hicieran lo que él quisiera. Y si debía ser sincero, no podía culpar a nadie por ello. Había que ser imbécil para no fijarse en Milo. Era y seguía siendo bellísimo. Dueño de un color de ojos que ni el cielo en su mejor día hubiese sido capaz de imitar, de una sonrisa tan pícara como lasciva y unos rasgos tan insoportablemente perfectos, el griego se sabía deseado. Lejos de parecerse a la belleza que ostentaba Afrodita de Piscis, por dar un ejemplo, la del escorpiano era insufrible. No por que la del doceavo caballero no lo fuera (aunque no sea de su tipo), sino por lo diferentes que eran. Milo era un pecado capital andante. Jamás había conocido a una persona que representara tan bien a la lujuria como su amigo. Más allá de lo que éste hiciera con su vida privada, más allá de sus perfectos rasgos físicos, era su forma de ser, su forma de hablar, de moverse, de sonreír, las que emanaban sensualidad a toda hora. Siendo plenamente consciente de ello, Milo había aprendido a sacarle provecho. No necesitaba que nadie se lo dijera, sabía la enorme competencia que en ese entonces tenía y ante la cual había elegido tirar la toalla.

Revolución (MiloxCamus)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora