El engaño

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Se ocultó detrás de una columna, cerveza en mano y totalmente pasmado. Su corazón latía a una velocidad alarmante y su pecho subía y bajaba sin poder frenarlo. Le había dicho a Camus que iría al baño y de paso compraría otro trago, cosa a la cual su amigo se había negado. Era el cumpleaños de Aldebarán y, como de costumbre, habían ido a un bar a celebrarlo. Pocas eran las veces que el francés accedía a acompañarlos, siendo los cumpleaños prácticamente los únicos eventos en los que podía sacarlo de Acuario. De haber sabido que sucedería lo que acababa de ver, sin embargo, no habría insistido tanto.

Un hombre apenas más alto que su amigo había aprovechado su corta ausencia para acercársele. De cabello negro y corto, ojos verdes y tez morena, el tipo no se veía nada mal. De más está aclarar que, aunque eso pensara, con sólo correr su mirada un par de centímetros a la izquierda (lugar en donde estaba Camus), toda esa descripción se iba al diablo. En todo ese maldito lugar, ni en toda Grecia, había alguien que superara la belleza de su mejor amigo. Muchas veces lamentaba que éste no se diera cuenta, que apenas le prestara atención a lo bello que era. El acuariano era una persona que tranquilamente podría no haber tenido un sólo espejo en su casa, no por desaliñado, todo lo contrario, sino porque no le dedicaba el menor interés a esas trivialidades. El francés cuidaba su higiene pero no perdía tiempo estando detrás de cánones de belleza. La suya era una natural, genuina. Los dioses le habían regalado los ojos más hermosos del Universo, así como los rasgos más delicados. Su amigo era perfecto por mucho que éste le restara importancia.

¿Cuántas veces le había dicho "estás hermoso, Cam" y éste tan sólo le había revoleado los oscuros ojos, como si estuviera exagerando? Él no mentía. Jamás lo hacía y menos que menos lo haría a su amigo. Ahora que veía que su belleza no era sólo apreciada por él, no obstante, sentía una cosa extraña en el estómago. ¿Qué diablos tenía ese tipo que decirle a Camus? ¿No había pasado todo el tiempo con él, acaso? Era obvio que el francés esperaba a alguien. Maldito hijo de perra. Probablemente los había juzgado como amigos a decir por cómo se trataban y había estado esperando su oportunidad para acercársele.

Aún oculto y sin que ninguno de sus compañeros lo viera, observó cómo se desarrollaba la conversación entre ellos. Le habría gustado oír lo que decían pero la música del lugar se lo impedía. ¿Y si se acercaba y ya? Él no era el que estaba de más allí. Sí, eso haría. Pero cuando se disponía a hacerlo, vio cómo su propio amigo se quitaba de encima a aquel hombre. Educado como de costumbre aunque fulminante con su mirada, el acuariano rechazó cortesmente a su interesado y él nunca agradeció tanto que los ojos de Camus fueran dos témpanos de hielo.

- ¿Quién era ese? - preguntó sentándose a su lado.

¿Por qué se sentía tan molesto?

- No lo sé - minimizó su amigo.

- ¿Y qué quería? - insistió.

- Hablar conmigo, al parecer.

- ¿Hablar? - repitió. - ¿Hablar sobre qué?

- No tengo idea, Milo. ¿Qué importa?

Pero a él si le importaba. Enfurecido, clavó su mirada en el hombre. Desde la otra esquina del bar, éste no le quitaba de encima los ojos a su amigo. Él no desvió los suyos sino hasta que consiguió que el tipo también lo mirara. Si lo que transmitía en ese momento no era suficiente para quitarle las ganas de husmear en donde no debía, se pararía y lo encararía. Pero por suerte, aquello no hizo falta.

- ¿Estás bien? - lo devolvió al presente el acuariano.

- Sí - respondió veloz.

- Dicelo a tu cara.

Camus tenía razón. No estaba bien. Algo allí no estaba bien. Se sentía muy molesto, tanto que con gusto habría podido luchar con cualquiera que en ese momento lo hubiera picado aunque sea un poco.

Revolución (MiloxCamus)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora