El viaje

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El amanecer había llegado mucho más rápido de lo que hubiera deseado y ni el consuelo de su pasada conversación conseguía animarlo. Camus se iba, ese día partiría. Angustiado, no quería siquiera mirar la hora y ésta, lamentablemente, no paraba de avanzar. Aquel sería el primer viaje a Siberia desde su confesión y dolería, dolería demasiado. Estaba acostumbrado a sus continuas ausencias pero ahora.. Todo era distinto.

No era su amigo quien partiría, pues por mucho que lo extrañara no se comparaba con lo que esta vez sentía. Era el amor de su vida, su razón de ser, al que dejaría de ver. Si tan sólo pudiera pasar las últimas horas en su compañía como antes lo hacía, tal vez su dolor menguara, pero nada más alejado de la realidad, tanto él como el francés estaba cada uno en su casa. Conocía tanto la rutina de su amigo que a ojos cerrados podría haber enumerado la infinidad de detalles que éste estaría preparando. Ejercicios, tareas, clases enteras y de todo tipo de área, pues Camus no sólo instruia a sus discípulos como futuros caballeros sino como los niños de su edad cumplen yendo a la escuela. Infinidad de veces lo había ayudado, siendo aquella la primera vez que no lo hacía. Por supuesto que eso lo entristecia, pero cuando recordaba la noche anterior y la promesa que le había hecho, el deseo de correr a su lado se corregía. La noche llegaría pronto y con ella la desgracia de verlo partir. Ahora sí, no quedaba sino esperar su regreso.

En todo el día no había querido salir, sus otros compañeros recordándole que el francés partía habría sido una tortura. Aún así, las horas se le habían desvanecido como agua y ahora que lo sentía atravesar su propia casa, no sabía qué hacer. Moría de ganas de salir a despedirlo, de abrazarlo aunque no tan amistosamente como en el pasado lo había hecho, quería apretarlo y estrujarlo contra su propio cuerpo, mataría por hacer realidad ese sueño. No podía, sin embargo, dejar de pensar en los deseos de Camus más que en los suyos.

¿Qué querría él que hiciera? ¿Le molestaría una última despedida? Tal vez la de anoche ya lo había sido. Había, sin embargo, una cuestión que estaba ignorando. Por más que se muriese de ganas, sabía que verlo también implicaba verlo irse. Un golpe demasiado bajo como para presenciarlo pero.. ¿Qué importaba más? Verlo. Siempre sería su prioridad verlo, aunque se estuviera marchando de su lado. Con la mente de repente llena de claridad, corrió entonces a su encuentro.

Atravesó la casa de Escorpio consciente de que su guardián estaba despierto. No era noticia para Milo que él se iba. La noche anterior eso había quedado muy en claro. No lo culpaba, de todas formas, por no salir a despedirlo. Entendía, por el contrario, como debía de sentirse. Él también estaba triste. Angustiado, por un lado, por tener que abandonarlo a su suerte, por no poder acompañarlo y cuidarlo; pero alegre, por el otro, de volver a ver a sus discípulos. Tanto Isaac como Hyoga lo estaban esperando, probablemente extrañandolo demasiado, tanto como él mismo lo hacía. Su responsabilidad estaba primero con ellos, aunque no le gustara no poder ser equitativo con Milo.

Lamentó, pese a ello, no verlo una vez más. Aquel sería un largo viaje, mucho más que el habitual y eso el griego no lo sabía. No había querido decírselo para que no sufriera antes de su partida, más si no salía a recibirlo sería algo que comprobaría por sí mismo con el pasar del tiempo. Al pisar el último escalón de la entrada de Escorpio y cuando ya se había resignado a que la de la noche anterior fuera la última imagen que tuviera de él, el guardián de dicha casa apareció.

- Empezaba a pensar que no te despedirías - le sonrió.

- Por poco no lo hago - reconoció agitado el escorpiano.

Como se lo imaginaba, el griego tenía el aspecto de haber estado encerrado durante todo el día. Estaba en pijama, despeinado y descalzo.

- No sabía.. - balbuceó con dudas. - No sabía si tú querrías..

Revolución (MiloxCamus)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora