Un gran amor

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El mismo rayo de sol de cada mañana lo despertó. Perezoso, abrió como pudo sus ojos y miró la hora. Sobre su mesa de luz, el reloj le mostraba lo mucho que se había permitido dormir. Eran ya pasadas las diez, bastante tarde en comparación a su horario habitual pero algo de esperarse luego de haberse acostado tan tarde.

- Camus.. – pronunció al percatarse de sus propios pensamientos. Se había dormido tarde por estar con él, no por otra razón.

Desesperado, miró a su alrededor buscando algo que constatara que el francés sí había estado allí, que no había sido un sueño o un producto de su imaginación. No encontró, sin embargo, señal alguna de su presencia. Abandonando de un salto la cama, se dirigió resuelto a la salida de su templo. Una vez allí, clavó los ojos en la onceava casa. Sabía que no lo había soñado. Tan calmo como su propietario, el cosmos que emanaba Acuario no podía ser de otro que el de Camus. Instantáneamente sonrió. A veces era tan estúpidamente sensible..

Cómo te gusta llorar, Milo.. - se dijo. Y es que no podía evitar que sus ojos se le llenaran de lágrimas.

Se sentía feliz, más feliz de lo que en toda su vida había sido. Recordar las palabras que el acuariano le había dicho horas atrás en complicidad con la noche y en la privacidad de su habitación, lo llenaban de una profunda emoción. Aún podía sentirlo entre sus brazos, podía recrear la sensación de su piel, de su voz susurrándole al oído. Podía, también, evocar el brillo en sus ojos, su timidez y sus nervios. Con qué gusto lo habría arrullado para que se durmiera encima suyo, para nada eso le habría molestado. Y aunque le costó despedirse y posteriormente dormirse, lo hizo rebosante de alegría. En cuestión de pocas horas, sabía que lo vería. Así Camus se lo prometió, por lo que animado con esa idea, realizó cada una de sus tareas sin demoras. Se bañó, desayunó con más hambre de la que había sentido en semanas y hasta ordenó su habitación.

No veía ya la hora de verlo, de tenerlo. Quería abrazarlo, besarlo. Quería cuidarlo. Y no le importaba en lo más mínimo el hecho de que, claramente, Camus no necesitaba que nadie lo cuidara. Nada podía interesarle menos, pues por muy fuerte que esté fuera, él lo mimaría y protegería como si de lo más frágil del mundo se tratara.

En la tranquilidad de su habitación, estando aún acostado, elevó la mano que el griego le había besado a la altura de sus ojos. El sólo hecho de recordar cómo se había dado esa secuencia conseguía sonrojarlo. No concebía que sus labios, los de quien por años había sido su mejor amigo, se hubiesen posado allí, en su piel. Tenían tantos pero tantos recuerdos juntos que resultaba asburdamente increíble imaginarse que su relación había cambiado. El amor que sentía por Milo era inmenso y aunque sabía que así había sido desde un principio, era difícil dejar de verse como amigos. Esa, sabía, era la principal razón de su timidez. En el pasado resultaba tan sencillo hablar con él. Sólo con Milo se mostraba tal cual era y ahora hasta eso le daba vergüenza.

Por años se habían tratado con cariño, pero siendo indiferentes a su amor. Ese pasado hoy, en cambio y por decisión de ambos, había quedado atrás. Sabía que le costaría, no por falta de deseo sino por pudor. No tenía idea de lo bien que se sentía que sus brazos lo rodearan de esa manera. Acostumbrado a que lo hicieran de forma amistosa, aquel abrazo lleno de amor y de pasión lo había dejado helado. Que sus dedos lo acariciaran, que sus manos lo tocaran y sus ojos lo miraran era lo más hermoso que le había pasado con otra persona que no fueran sus alumnos. Quería todo con él, ¿para qué engañarse? No sabía bien cómo aún, pero vencería a su timidez. Tenía al mejor maestro, pues Milo no lo dejaría a la deriva. Lejos de ser capaz de experimentar vergüenza alguna, sabía que él lo guiaría y lo esperaría. Con los ojos aun en su mano, dibujó una pequeña sonrisa. No pasaría demasiados días en el Santuario, no había tiempo que perder. Abandonó la cama de inmediato entonces, pues sabía que un revoltoso escorpión estaría esperando también por él.

Revolución (MiloxCamus)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora