Sorpresa

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Si bien había tomado la decisión de no seguirle los pasos a Camus, tenía que reconocer que luego de su enfrentamiento en el Coliseo se le había hecho bastante difícil cumplir. No podía dejar de pensar en que le había dicho que iría, que algún día lo visitaría. Creaba en su mente mil y un escenarios posibles. Imaginaba cómo lo recibiría, qué le invitaría, de qué hablarían. Estaba hecho un completo imbécil, ¡pero no podía evitarlo! De sólo pensar que cada día que pasaba representaba para él una oportunidad para que eso sucediera, lo ponía de los nervios. Unos nervios incómodos pero a la vez muy agradables.

No podía ignorar, por otra parte, que pese a su promesa los días pasaban y él no llegaba. Muy de vez en cuando cruzaba su templo, pero ni de casualidad el acuariano se detenía más que para saludarlo y atravesarlo. Tanto era el tiempo que había pasado que hasta lo había visto partir y regresar de Siberia. ¿En toda su estadía en el Santuario no había tenido ni una sola tarde libre? ¿O simplemente no había querido compartirla con él? Dentro suyo, algo le decía que quizás la segunda opción fuera la más probable. No creía que Camus fuera una persona que aceptara propuestas por compromiso, pero ¿por qué no iba a verlo? ¿Sólo para él era obvio que lo estaba esperando?

El tiempo, sin embargo, le había regalado la posibilidad de pensar muy bien en ello. Una parte (gran parte) de él quería creer que Camus iría, que se llevarían bien, que su relación crecería. La otra, sin embargo, no lo deseaba en lo más mínimo. Sabía el peligro que el acuariano representaba para él tanto como sabía que debía tener cuidado. Nunca en su vida nadie había puesto en jaque su autocontrol, su estabilidad mental, como el onceavo caballero lo hacía. Camus tenía un poder sobre él que ni el mismo tenía ni comprendía. En pocas palabras, estaba jugando con fuego. Y aunque su compañero fuera conocido como el mago del agua y el hielo, no debía olvidar que el frío también quema.

Un rosa intenso adornaba el cielo del Santuario esa tarde. El sol caía y la noche comenzaba a adueñarse poco a poco del firmamento. Hacía tres días había regresado de Siberia, días en los que se había enfocado en terminar con la corrección de los trabajos de sus alumnos, así como en la proyección de su próximo viaje a Rusia, cosa que tenía ya pactada para el día siguiente.

Apoyado en uno de los tantos pilares de la entrada del octavo templo, se dedicó a contemplar cómo la luna reclamaba su turno. Muy tranquilo, esperó a que su guardián se percatase de su presencia. Sonrió débilmente al recordar las palabras que Milo pronunció aquel día en el Coliseo. Cada vez se sorprendía más de lo fácil que se le hacía al escorpión leerlo. No estaba acostumbrado y en verdad lo desconcertaba su enorme capacidad para hacerlo.

¿Si lo estaba poniendo a prueba? Pues.. Era lo que normalmente hacía con las personas. Observarlas. Observarlas mucho y luego así sacar un juicio sobre ellas. Así era su forma de conocerlas. Después de mucho tiempo de haberlo hecho, no podía negar que Milo llevaba cierta ventaja en comparación a los demás. Resultaba inaudito pero esa, más que ninguna otra, era la razón de que estuviese allí.

Sabía que alguien se encontraba en su casa y que esa persona no tenía intenciones de irse. Caminó un tanto desganado hacia la entrada, ya que no tenía muchas ganas de socializar. Se sentía sumamente frustrado y no tenía ganas de ponerle voluntad a una forzada conversación con uno de sus pares. Lo último que se esperaba, por supuesto, es descubrir que el visitante no era otro sino a quien había estado esperando hacía más de un mes. A los pocos metros lo descubrió, más no fue sino hasta que llegó a su encuentro que Camus lo miró. Y en sólo un segundo, su molestia se esfumó.

Cálido, sabía que el acuariano con aquella mirada lo estaba saludando. Así era él. Tan escueto de palabras a veces, pero tan expresivo a la vez para quien tuviera verdaderas ganas de conocerlo. Le había llevado mucho tiempo conseguirlo pero ahora que podía leer entre sus líneas, se sentía sumamente privilegiado de poder hacerlo. Con una sonrisa en los labios, se apoyó en el pilar siguiente al del francés.

Revolución (MiloxCamus)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora