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No perdí ningún detalle de su rostro magullado. Inclusive el labio inferior me tembló al pensar en el motivo que lo llevó a tener esos golpes en su cara. La piel tan clara hacía que los moretones resaltaran mucho más.

Un pequeño corte en su ceja, un moretón oscuro bajo uno de sus ojos, su labio inferior un poco hinchado y un rasguño en una de sus mejillas.

Ya era costumbre sentir como la temperatura parecía descender unos grados con su cercanía, inclusive la forma en la que el ambiente se tornaba más pesado y el tiempo parecía correr más lento cuando me observaba. Aún no superaba la opacidad de su mirada y el vacío que ésta transmitía a pesar de ser grises. Grises como una tormenta.

Siempre me había considerado buena para leer miradas pero la de Damián parecía indescifrable. Era como si no sintiera emoción alguna para transmitir y eso me erizaba la piel.

—¿Qué te pasó?

Mi voz había sido un tono muy bajo pero la cercanía y el silencio del lugar dió cabida para qué escuchase a la perfección.

De nuevo sonrió de lado.

—Me parece que hay un cajón de primeros auxilios aquí en la cocina —ignoró mi pregunta señalando con el mentón detrás de mí.

No tardó en moverse por la estancia buscando el cajoncito blanco y volver a mí, tomando asiento en uno de los banquitos del mesón.

—¿No puedes hacerlo tú? Yo ya me iba.

Quería evitarlo a toda costa porque a mí mente llegaron los flasheos de la noche en la fiesta, en el baño y... Mierda. Ni siquiera podía evitar el sonrojo que me acaloró las mejillas.

—La verdad es que me apetece que tú lo hagas, hermanita —se burló.

Sentí vergüenza.

—No soy tu hermana, ni siquiera tú amiga —le dije sintiéndome más nerviosa cada vez.

La sonrisa que diseñó en sus labios me hizo pasar saliva. Su mirada se profundizó tornándose un poco más oscura y fue cuando mi cuerpo comenzó a actuar por sí solo: abrí el botiquín y agarré un pedazo de algodón remojándolo en alcohol.

Mi cuerpo parecía máquina reaccionando a órdenes de otra persona pues mi cerebro estaba estupefacto preguntándose qué demonios sucedía. Yo no quería hacer eso y aún así lo hacía, había perdido poder sobre mi propio cuerpo. Era algo que había sucedido otras veces, recordé, y pronto entendí que era producto de Damián.

—Tú... ¿cómo lo haces? —escupí ciertamente molesta.

Ladeó ligeramente su cabeza y no hizo mueca alguna cuando apliqué alcohol en el corte de su ceja.

—Te mueres por saber tantas cosas, ¿no? —sonsacó—. Este es uno de mis... dones.

—¿Dones?

Asintió.

—De dónde vengo cada uno tiene un don, capacidad, habilidad... cómo gustes decirle —explicó—. Y yo sí que tengo varios.

Las ganas de atiborrarlo en preguntas no faltaban, pero no hallaba un orden para emitirlas sin parecer loca. Además tampoco tenía la certeza de que respondería.

—Lo del baño en la fiesta de Lovelace, cuando tú y yo...

—Sí, sí —lo interrumpí mientras pasaba otro pedazo de algodón con alcohol en su mejilla—, no tienes que recordarmelo.

—De hecho sí. Por mi parte no me arrepiento.

El calor en mis mejillas era insoportable en comparación con el ambiente gélido que había. Incluso mi corazón ahora latía desbocado. No se arrepentía... ¿Qué podía pensar de eso?

DAMIAN (PAUSADA POR CORRECCIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora