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***

El aire helado producía ardor en mi nariz irritada, la nieve bajos mis pequeñas botas se sentía suave y elevé mi mirada para observar el cielo despejado y soleado. Mis mejillas ardían por el frío y una mano grande apretujaba mi mano, transmitiendome su calor a través de los guantes de lana.

Me sentía llena, alegre.

Miré mis botas húmedas por la nieve y observé las del hombre que caminaba a mi lado también, sacándome una sonrisa porque estaban igual de sucias que las mías. Desde mi posición lo observé, era alto, muy alto. Me devolvió la mirada con una hermosa sonrisa. Mi papá era el mejor.

—¿Papi, podemos ir por un helado? —hice un puchero.

Él me observó como si me hubiera salido un tercer ojo en la frente.

—Soph, no puedes con este frío —se negó—. Solo mira como cae la nieve, te puedes resfriar, tu madre no...

—Por favor, mami no lo sabrá —suplicaba.

Lo abracé, haciendo pucheros. Yo sabía que no se podía negar, yo era su pequeña.

Soltó un suspiro y miro a su alrededor como si alguien nos estuviera vigilando. Y sonreí.

—Está bien pero mamá no se puede enterar.

Di un brinco de felicidad y lo guié a nuestra heladería favorita. Papá casi nunca estaba en casa pero cuando lo hacía yo no quería separarme de él ni un instante pues nunca estaba más de tres días con nosotras. Era la niña más feliz cuando él estaba, él era mi luz.

La heladería seguía siendo igual que siempre. Amaba pasar tiempo con mi padre cuando volvía de su trabajo, era militar pero no entendía porque se perdía durante meses y volvía solo un par de días antes de marcharse de nuevo. Esta era nuestra pequeña tradición, amaba cuando me contaba historias asombrosas y cuando me abrazaba con fuerza diciéndome lo mucho que me amaba.

Papá me señaló una mesa junto a la ventana y tomé asiento mientras él iba a por los helados. Volvió al cabo de unos minutos con dos helados grandes de chocolate con fresas y chispas de colores. Gustosa comencé a comer mientras notaba a mi papá un poco ido y pensativo.

—Cielo, escúchame lo que te quiero decir —me detallaba—. Y prométeme que nunca lo olvidarás.

Papá me hablaba con suma seriedad pero con amor en su mirada la cual lucía nublada ese día.

—Sí, papi.

Sentí curiosidad.

—En el mundo hay personas buenas, claro que sí. Pero los malos son más —su mirada oscureció—. Por ello tienes que saber que no puedes confiar en nadie, cariño.

Yo solo lo observaba mientras comía de mi helado.

—Ni en tu propia sombra... Ni siquiera en mí. Todos ocultamos secretos.

***

Amaneció nublado. Sentía mi cuerpo pesado pues no había dormido nada la noche anterior, entre pensamientos y cavilaciones. El latir de mi corazón desbocado cada que recordaba a Damián y esa sensación de hormigueo en mis labios. Estrujé mi cara frente al espejo en el baño luego de bañarme.

Me negaba a sentir algo por Damián, no después de todo lo que sabía (lo cual no era mucho) acerca de él pero sabía que solo me engañaba, el pelinegro me comenzaba a gustar y eso me frustaba.

DAMIAN (PAUSADA POR CORRECCIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora