1

20K 570 145
                                    


Nunca había sido una chica que llamara la atención: era simple, una chica que puedes ver en una biblioteca leyendo algún libro, o en un parque usando su celular. Nada estrambótico.

Aquella mañana Vancouver (Estados Unidos) había mucho más frío que en días anteriores, pues era entendible ya que se aproximaba la época más fría del año.

Mis planes para aquel fin de semana, mientras observaba el techo pálido de mi habitación, eran simples: leer algún libro, dormir y hacer tareas. Estos planes se vieron obstruidos por un mensaje que llegó a mi teléfono.

"Estoy en cinco en tu casa"

Había soltado un bufido, ahí estaba de nuevo, era ella, Diana Thompson, mi mejor amiga. Ella era, en resumen, todo lo contrario a mí. Ella resaltaba, era alegría donde llegaba, llamaba la atención, era divertida y risueña. Pensé en que ella era la razón por la que había dejado de llorar todas las noches, era increíble cómo persona.

Pensaba en todo lo que acontecía mi vida, lo patética que podía llegar a ser cuando me sumía en mi mundo, más volví a la realidad al escuchar el portazo que dió alguien al entrar en mi habitación.

Ahí estaba ella.

Sonrisa brillante, mirada café que impresionaba al transmitir tanta seguridad y su ropa tan colorida pero perfectamente combinada, le daba un aire a quien en realidad era: una chica sencilla pero hermosa. Su perfume delicado inundó mis fosas nasales incluso antes de que abriera su boca para pronunciar lo que no quería escuchar...

—¡Hoy nos vamos de fiesta! —casi lo gritó.

Tanta emoción en su voz no era normal, pero decidí no darle tanta importancia. Me centré en el verdadero significado de sus palabras y lo que esto acontecía.

—Por favor, no —fue un susurro lo que salió de mis labios, casi insonoro. Maldije que ella gozara de buen sentido del oído.

—Oh, nena, claro que sí —volvió a pronunciar con emoción, aunque con voz más moderada. Agradecí por eso.

Yo no era de ir a fiestas, prefería ver películas en casa o leer un libro, ¿qué había de divertido en una fiesta? No le veía la ciencia: beber, sudar, fumar, besarte con chicos y en casos extremos acabar en la cama de un desconocido. No gracias, amaba mi virginidad.

—Diana, son las nueve de la mañana —recordé observando la hora en mi teléfono.

Sacudió su larga cabellera negra y se movió hasta estar frente a mi armario. Lo abrió y rebuscó.

—Es la hora perfecta para ir de compras —soltó, risueña.

Rodé los ojos, por supuesto que ella no me vio —pues estaba de espaldas—, donde me viera hacerlo, me golpeaba.

—Es la hora de recostarse en la cama o sentarse en un sillón a ver una película mientras bebes chocolate caliente —dije rogándole al cielo, si es que había algo allí arriba, que la hiciera cambiar de opinión.

No, yo era Sophia Anderson, las cosas nunca eran como yo quería.

—Hoy no —comentó arrojando ropa a mi cara. Luego fue a rebuscar en los cajones—. Ponte eso, y aquellas botas.

Me arrojó un sostén a la cara y señaló las botas en una esquina de mi habitación. Observé la ropa y pensé en que no recordaba haber tenido esa ropa. Fruncí el ceño. ¿Cómo lo hizo?

—Los gemelos nos esperan abajo —me apresuró.

—Pues que esperen —espeté ante la mirada pesada de Diana.

DAMIAN (PAUSADA POR CORRECCIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora