Érase una vez... frío de mediodía

60 5 5
                                    

Will

Lana salió corriendo del ascensor haciendo repiquetear las llaves entre sus pequeños dedos. Observé silencioso como Evan la ayudaba a elegir la llave correcta y ella empujaba con todas sus fuerzas la puerta, como si fuese su enemigo a batir para alcanzar la victoria: entrar en casa.

- Bienvenido - dijo él con naturalidad mientras se adentraba cruzando el recibidor con las bolsas de la comida aún entre sus manos.

A primera vista era un bonito apartamento familiar. Se notaba la buena situación económica que tenían los padres de Evan con sus respectivas carreras profesionales. Era amplio y muy luminoso, algo normal en un noveno piso. El amplio y alargado recibidor estaba pintado de blanco, con una mesa circular de madera clara coronada por una orquídea blanca y algunas piezas cerámicas donde yacía el juego de llaves que se acababan de usar para entrar.

Las paredes estaban vestidas con molduras sencillas en el mismo tono blanco y completadas con un espejo y un par de pinturas al óleo enmarcadas.

- Tienes una casa muy bonita - alcé la voz para que me escuchara.

- Mi madre se entusiasma con el diseño de interiores, es su profesión frustrada. Puedes darle todo el mérito - contestó él desde el fondo.

Abandoné la entrada y acabé en un espacioso conjunto de salón-comedor-cocina, en ese orden, delimitados por  tres amplias puertas de cristal que daban a una especie de terraza. La luz entraba a raudales, era una fantasía.

- Vale, ahora no me quiero ir de aquí. Es preciosa - dije sin saber dónde dejar mis cosas sin estropear la bonita armonía de aquel espacio.

- Es pura fachada Will, esta es la unica estancia ordenada. El resto de la casa esta llena de juguetes y rotuladores. Por favor, suelta las cosas donde quieras, no vas a estropear nada que no se haya arreglado ya con pegamento extrafuerte - dijo frunciendo el ceño y poniendo los ojos en blanco.

No pude evitar reir ante aquel comentario. Parecía que me hubiera leído el pensamiento.

-¿Dónde están tus padres? ¿Trabajando? - pregunté con timidez. No sabía si era buena idea preguntar por familia. Pero me había entrado la curiosidad.

- Mi padre sí. Mi madre está de viaje.

Le ayudé a organizar la comida y, para mi sorpresa, ambos hermanos fueron directos a una de las puertas que daban al exterior con sus platos. Al cruzarlas vi que había una pérgola de madera cubierta bajo la cual se encontraba una mesa y seis sillas de exterior.

- Siéntate aquí - le pidió Evan a su hermana pequeña mientras le ponía una servilleta bajo el cuello para que no se manchara.

Lana presidía uno de los extremos y Evan se sentó a su lado. Yo arrastré con timidez la silla que había frente a él y me senté mientras miraba su reacción a mi elección de asiento.

Como acostumbraba a hacer, me empecé a recoger el cabello con una goma de pelo antes de comer. Odiaba el cabello en la cara cuando alimentaba mi cuerpo, me parecía sucio. No sé, era de esas manías que llegan para quedarse contigo y no te das cuenta.

- Nunca me había fijado en que tenías tan largo el pelo - me dijo tras engullir una buena cucharada de arroz con setas.

- Los rizos engañan - confesé. Me gustaba que se fijara en lo que hago.

- Me gusta como te queda, deberías llevarlo recogido más a menudo.

Una sensación de placentera satisfacción me llenó el vientre tras escuchar su halago. Me hubiese encantado decirle que a mí me gustaban sus ojos, su nariz, sus pestañas rubias, la anchura de su mandíbula... todo. Pero no era el momento ni yo quería parecer estar obnubilado con él. Suficientemente rarito era ya.

CAÍDA LIBRE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora