El sudor fluye en cada centímetro de mi piel y las pequeñas gotas de agua se dispersan en la acera. Pero me di cuenta de que no era sudor, sino recuerdos monótonos vagando por mi alma.
«Deja de comer, ¡gorda!... ¡Te prohíbo bailar, Isabella!... ¡Serás animadora toda tu vida!... Los tenis no son para una señorita, debes usar tacones».
Detallé el reflejo, un reflejo propio, mi reflejo. Por un momento era un retrato mío en el salón de artes y no el objeto que me plasma. El cansancio en mi faz se hacía apreciar, el sudor, el despeinado, y el deseo de poder volar libremente por los prados, sin tener que estar cavilando lo que piensan y recriminen los demás sobre mí.
Una punzada de dolor atravesó mi pecho, como si de una flecha se tratase. Aquella huella, eran maltratos psicológicos que provocó mi madre desde que sostengo mi uso de razón.
Con la mandíbula apretada hasta rechinar los dientes, los músculos del cuerpo rígidos y los ojos cristalizados, inhalé y exhalé sucesivas veces, trancado de contener la impotencia en su lugar.
Mi cuerpo comenzó a moverse por si solo, con la melodía interna resonando en mi corazón. No deseaba reprimir, ni mucho menos seguir conteniendo el dolor que oprimía mi pecho. Alcé el rostro, girando el cuerpo hacia la izquierda, meneé las caderas, subiendo las manos por mi abdomen, dejándome llevar por una adrenalina electrizante.
Me dejé guiar, moviendo cada centímetro de mi cuerpo hasta que el calor, sudor y cansancio se hicieron presentes. Apacigüé cada temor, amortigüé cada miedo y liberé cada una de las sombras que desbordaban mis inseguridades; decidí danzar, porque mi contextura lo pedía a gritos. Agité el cabello, sonriéndole a mi reflejo opacado, comenzando a jadear de placer, asfixiada por las sensaciones.
De repente, un olor penetrante se filtra por mi fosas nasales, haciendo que me detenga bruscamente por la irritabilidad, junto al agotamiento de mis pies. Dudosa, circulé la sala con mi mirada, sin lograr dar con el culpable de aquella fétida esencia.
Retorné mi visión en el cristal del gran espejo, cuando mis ojos consiguen captar una silueta en el exterior, oculta entre los grandes ventanales, mientras que el humo, circulante, se hacía observar, introduciéndose por la ventana.
Volteé ofuscada con el corazón martillandome en el pecho. Recogí mi cabello rubio en una coleta alta e improvisada, mientras fruncía el entrecejo.
¿Quién demonios está espiándome? ¿Cuánto tiempo lleva allí desafiando las reglas?. No teníamos permitido fumar en la institución...
Nuestras pupilas se encontraron en una fracción de milisegundo, lo cual provocó en mi interior un sentimiento peculiar. Quería decirle un par de barbaridades, pero las palabras se atascaron en mi garganta, impidiendo salir cualquier pequeño sonido; detallé con la mirada sus rasgos, sin poder creer lo que veía.
—Es guapo el condenado... —murmuré, maravillada.
Dos pozos jades sin fondo alguno, se hacían detallar desde la distancia, tal vez por su color tan singular y atractivo. Era tan alto que me podía llevar dos cabezas de diferencia, sin dudar.
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Simplemente Demián
RomanceSi volvernos adictos a lo que más nos destruye, fuera pecado, ¿cuál es la adicción del pecado en destruir la destrucción?