Capítulo 9.

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Isabella

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Isabella

—Con cuidado —dije entre dientes por el esfuerzo.

Y allí nos encontrábamos Demián y yo, aproximándonos hacia mi hogar —a unas horas imprevistas—. Abrí la puerta con esfuerzo, intentando hacer el menor ruido posible, pero cuando entramos, nos recibió el silencio. Mis progenitores no se encontraban, no obstante, sentí un inmenso alivio cruzarme el pecho.

Bajo su atenta mirada, el azabache recorrió cada piso, el cual estaba dividido en secciones por pasillos, y cada artículo lujoso que adquirimos, alcanzaban los miles de euros.

—Ésta —murmuró entrecortado—. ¿Ésta es tu casa? —Una nube ensombreció sus ojos verdes.

Aparté la mirada de mi vivienda para observarlo a los ojos. Intenté descubrir su reacción, aunque no me era del todo fácil de descifrar; tan solo alzó una de las comisuras de sus labios. Por lo visto, parecía gustarle.

Me reí entre dientes, acercando la contextura hasta casi rozar su oreja con mi boca.

—Lo es.

Me separé de él, poniendo distancia, examinando la manera en como tragó saliva ante mi cercanía.

«Vamos a mi habitación.

—¿A qué te refieres con »vamos«? —inquirió alzando ambas cejas, mientras dirigía descaradamente una de sus manos hacia su pantalón, intentando acomodar su erección, relamiendo sus quebrajeados labios.

—Idiota —balbuceé—, ¡Solo voy a curarte!.

Me dirigió una mirada cargada de diversión y desdén, que un segundo después, se convirtió en una mueca, debido al toque que le provoqué en sus lastimadas costillas.

—¡Isabella! —gruñó con el ceño fruncido.

—¡Qué? Hace unos segundos te veía con energías.

Me encogí de hombros, riendo descontroladamente por sus muecas y el revoleo de sus ojos. Subimos los peldaños de la escalera despacio, con demasiada cautela, temiendo por el ligero dolor que podía causarle en sus extremidades; en cuanto llegamos al cuarto rosa pastel, el entrecejo fruncido de Demián indicó que no era de su agrado el magenta. Sellé la puerta una vez que entramos adentro, y una luz brillante nos envolvió.

—A mí tampoco me gusta el color... Pero mi madre me obligó a elegirlo.

La habitación era espaciosa y extravagante, con las paredes tintadas de rosado, el techo blanco, en el cual un enorme candelero de cristal colgaba del centro, y cortinas fucsias. Un enorme escritorio, con solo una computadora, un cuadro apenas visible y una lámpara inasequible, adornaba al lado del inmenso ventanal junto a el sofá de felpa. En sí, había decoraciones "singulares".

Guié al ojiverde paso a paso hacia la cama para después recostarlo sobre ella, sin objetar. Deslicé una mano bajo mis hombros, comenzando a masajear los músculos contraídos ante el dolor que se formó por el exceso de fuerza. Sin embargo, su expresión alicaída y somnolienta hicieron que me diese cuenta de la culpabilidad en su mirada.

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⏰ Última actualización: Aug 25, 2020 ⏰

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