Yacía sobre mi cama, observando el níveo color del techo, cubierta de sudor, con el pijama mojado y jadeando agitadamente, mientras escalofríos recorrían toda mi piel y mis pezones se endurecían contra la tela blanca con rayas rosadas. Mi parte íntima ardía—a través del encaje blanco de mis bragas—, recordando la forma en que fui tocada en el alocado sueño.«Demián» cavilé su nombre.
Los canales verdosos de Demián se reproducían una y otra vez en mi mente, tratándose de una lenta y embelesante tortura.
«¿Por qué te ha de afectar tanto, Isabella?» pensé, vagamente, con la respiración acelerada.
Observé de reojo el despertador, aún somnolienta y con los ojos entrecerrados, el cual marcaba casi las cinco de la mañana. Era crucial cuando el reloj señalaba aquel tiempo, ya que debía despertar, obligada, a estas horas no apropiadas.
Me removí excitada, incómoda y frustrada en mi sitio. Mi progenitora—con quien siempre he tenido un mal trato—no tardaría en adentrarse en la habitación y ver el estado en el que me encontraba a causa del sueño. Era atemorizador.
Mi rutina de la jornada escolar comenzaba a las ocho menos cinco. Sin embargo, siempre ha sucedido que esa adorada mujer exige despabilarme al mismo horario, todos los años, para adiestrarme al menos una o dos horas con la coreografía de las animadoras.
«Debes de ser la mejor, Isabella. Ninguna de esas niñatas egoístas y engreídas pueden superarte»
Sus palabras son como el bisturí en la mano de mi padre. Eran dagas hipócritas, sin escrúpulos.
En un acto de pereza, poso mis pálidas manos sobre el edredón morado para retirarlo con paciencia, mientras me incorporo en el lugar, meto mis delgados pies en las pantuflas de felpa y me estiro, aliviando todas las tensiones acumuladas. Tres golpes hacen eco por la silenciosa habitación, niego cerrando los ojos, aguardando que su voz se haga presente.
—¡Isabella!...
Frote mi faz con ambas manos en un reflejo de total fastidio.
—¡Isabella! ¡Arriba!.
—¡Ya estoy despierta! —grito, esperando que mi madre se marche. No quiero que me vea en este estado, mi aspecto era horrible.
«Estúpido sueño. Estúpido Demián» murmuré entre dientes.
—¡Apúrate, Isabella! —insiste, volviendo a golpear la puerta de roble, aún más fuerte que antes. Dejo escapar todo el aire que contuve al escuchar el traqueteo de sus tacones por el corredor, alejándose.
Me dirijo hacia el baño, me desvisto y regulo el agua fría para bajar la excitación sexual y dejar que mis músculos se relajen un poco. Empero, me ducho lo más rápido que puedo.
Al terminar, salgo del sanitario envuelta en una toalla y enciendo la pequeña radio, mientras muevo todo el cuerpo al compás de la canción que resonaba, a la vez que me dirigía al armario. El sonido era pegajoso y electrizante.
Al bailar, he descubierto el sentido a todo lo que hago. Las tormentas de emociones que oprimen mi pecho—esas que hacen que todo se vuelva oscuro—, son liberadas. Y es ahí, donde por fin me doy cuenta que estoy viva y que soy una persona.
Rebusco entre la ropa tratando de hallar alguna vestimenta "digna", que pudiera usar en el día de hoy. Reuní un juego completo de prendas que consistía en una falda de tubo color rosado, que le faltaba tres dedos para llegar a la rodilla, una blusa blanca con sutiles flores bordadas y una chaqueta de cuero negra. Observé con tristeza la ropa de segunda mano, que se ubicaba apartada en el fondo del armario, rodeada por algunas prendas de marcas.
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Simplemente Demián
RomanceSi volvernos adictos a lo que más nos destruye, fuera pecado, ¿cuál es la adicción del pecado en destruir la destrucción?