Mi pecho subía y bajaba al compás de mi respiración entrecortada. Había huído a mayor velocidad de las garras de Jaden, desorientada. La brisa fría del exterior me golpeó el rostro con suavidad, exhale el aire que mis pulmones habían estado conteniendo y me dispuse a recorrer con la mirada los diversos grupos que se hallaban reunidos fuera de la institución.Los bocinazos de los autos lujosos resonaban por el lugar, acompañados de gritos y euforia. Alice las arrugas invisibles de mi falda, mientras que con cautela admiraba una exquisita figura: Se atinaba anclado, entre las sombras, bajo un árbol, fumando un cigarrillo sobre el manubrio de su motocicleta, mientras apoyaba sus anchos brazos en ésta
Le eché más de una ojeada y su silueta, evidentemente, mostraba aquel trasero firme y voluminoso, que se distinguía sobre sus pantalones negros ajustados con cadenas desprendidas de estos. Y ni pensar de sus piernas tonificadas, que hacían resistencia para sostener el equilibrio de la motocicleta
«Sin duda, la palabra Dios Griego le queda pequeña»
Al ver evaluar su alrededor con aquellos ojos gatunos, me aproximé dando cortos y firmes pasos al frente, antes de que pudiera detectar mi presencia y darse cuenta del modo en que lo estudiaba.
—Demián —apelé a su nombre, captando toda la atención de sus ojos musgo.
Me lanzó una mirada fría e inexpresiva, reflejando el vacío del abismo de quien no teme ser impulsado; esa frialdad propia que emana, hizo que se me erizara el vello y un escalofrío se apoderara de mí, de pies a cabeza.
—Súbete —ordenó, sin más, con firmeza.
—Jamás me he subido a uno de estos vehículos —susurré, medio temerosa, y también, emocionada ante la idea de estar, otra vez, cerca de él.
—¿Crees que me importa? Súbete, niña —volvio a repetir, frígido—¡Ahora! —su voz terminó por bramar.
Jugué con mis manos, algo incómoda por su rudeza.
—P-pero... —vacilé, en un vago intento de refutarle.
Clavó su mirar en mí y una ráfaga de emociones se percibió en aquellos auténticos ojos. Su rostro era frustración y cólera pura, expresándose a través de la irritabilidad.
—¡Se acabó! Mi jodido tiempo es valioso, rubia —gruñó, sin tener la capacidad que requiere la calma; donde logré divisar la poca paciencia que le quedó agotándose en un segundo.
Tiró el sobrante del tabaco al pavimento, para, luego, inclinarse hacia mí y envolver sus manos alrededor de mí cintura, hasta presionar su pecho contra el mío.
Me alzó delicadamente, y muy despacio, como si temiera que en cualquier momento me fuera a romper. Sentí los tensos y fuertes músculos de su pecho contra mí, e inhale y absorbí su exquisito olor, provocando agua en mi boca. Aquel tacto envió un sinfín de descargas eléctricas que viajaron en zonas de mi cuerpo; sin duda, son como pequeñas hormigas recorriéndome la piel.
ESTÁS LEYENDO
Simplemente Demián
RomanceSi volvernos adictos a lo que más nos destruye, fuera pecado, ¿cuál es la adicción del pecado en destruir la destrucción?