DEMIÁN.El sol emitía su energía, como intensos componentes hirientes, donde los rayos de luz —que generaba con fuerza— se atravesaban por el escaso ventanal de mi habitación, causando un molestar en mi rostro.
Suscitando el parpadear de mis ojos, ante la encandilación, me despabilé aturdido y ofuscado, con un inusual gran apetito, el cual ignoré por completo.
Con un inmenso esfuerzo por recordar los acontecimientos de la noche anterior, los recuerdos se rememoraban y esparcían por mi mente. Aunque por alguna causa solo eran imprecisos.
Volteé con resignación todo mi cuerpo, hundiendo la nariz respingada en la almohada, que se halla sobre mi costado, y aspiré la fragancia que desprendía.
—Fresas —gruní, fascinado.
Los mil recuerdos vinieron a mi mente otra vez, pero ya no eran indefinidos. El rostro de Isabella se hacía detallar en estos, por sí solos, haciéndome soltar una ronca carcajada ante aquellos sucesos.
—Que traviesa, muñequita —susurré, pícaramente, mientras sonreí contra la almohada—. Pronto, muñeca. Pronto te voy a follar. Duro y salvaje.
Sabía que si cerraba los ojos, anhelaría sentir mis manos acariciando su tersa y suave piel, reaccionando al hambriento deseo de poseerla. Sin embargo, quería perderme de cualquier forma -mediante la mente o el alma-, donde sus grisáceos ojos y el perfume de su piel, me consumía por dentro.
—Ella se fue, Demián —Me reproche a mi mismo, a la vez que apoyé mi cabeza en el brazo que me servía de almohada.
«Me dejó varado en los recuerdos»
Llevaba tanto tiempo sin sentir la calidez de los brazos de alguien, que mi cuerpo pedía a bramidos que fuera Isabella a quien pudiera conceder dicho hecho.
Sostuve la pesadez de mi cuerpo, apoyando los antebrazos sobre el colchón, impulsándome hacia arriba. Una vez fuera de la cama, estiro los músculos, algunos de ellos crujen, provocandome un pequeño y punzante dolor.
Salí de la habitación y aprendí camino hacia el diminuto cuarto de baño, donde la humedad se hacía percibir en las paredes. No obstante, a pesar de aquello, el sanitario no disponía suciedad.
Abrí el grifo de la ducha, generando que surjan gotas de agua congeladas, las cuales bastaron para llevar consigo la mugre que tenía emprendida. Empero, no iba a utilizar agua cálida, debido a que no podría tolerar que Drión se enferme ante mi egoísmo.
Me enrosqué una toalla en la cintura, levanté la vista y observé mi reflejo en el espejo quebradizo que tenía delante. Llevaba un aspecto horrible y devastador, con sólo analizar la pigmentación oscura en la zona debajo de los ojos, que denotaba el claro cansancio de mi faz.
(...)
Los peldaños de la envejecida y reseca madera emiten una especie de crujido a través de cada paso que doy al descender de las escaleras.
De forma directa, me dirijo a la solitaria cocina, donde no me molesto en abrir la nevera, ya que desde hace días no funcionaba. Descubrí el único mueble —que contenía en la cocina—, apresurado al oír mi estómago rugir, y de su interior tomo los elementos necesarios para elaborar el desayuno.
Las paredes están completamente desnudas, salvo por los utensilios algo oxidados que utilizo para preparar nuestra comida, en estos momentos, la fabricación de unos cuantos Waffles.
Me movía por el estrecho lugar, cuando escucho como Drión se introdujo donde me encontraba.—¡Hey, enano cachetudo! —saludé, reprimiendo una carcajada al verlo tan desorientado y somnoliento, mientras frota sus ojos hinchados con ambas manos, bostezando.

ESTÁS LEYENDO
Simplemente Demián
RomanceSi volvernos adictos a lo que más nos destruye, fuera pecado, ¿cuál es la adicción del pecado en destruir la destrucción?