XX

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Reproduzcan la canción.

Al pasar los días desde su partida, Joaquín además de sentirse destruido, se sentía malhumorado, molesto por el mínimo detalle que pudiera notar.

-No me gusta, hazlo de nuevo- gruñó y le devolvió los papeles a su secretaria- Lo quiero para dentro de una hora.

-Pero señor, me ha tomado todo el día de ayer para hacerlo y...- fue interrumpida.

-Para una hora dije, vete ya.

La chica por poco no salió corriendo de allí.

A Joaquín no le gustaba en lo que estaba transformándose, ni decir siquiera cuando se miraba al espejo.

No le gustaba, lo odiaba y odiaba la forma en que su mismo dolor no dejaba avanzarlo en las relaciones. Nadie era Emilio.

Ni siquiera ese admirador secreto que le envió las entradas, las flores, postales de Francia; de la Torre Eiffel y de un museo.

Su cuerpo no podía olvidar sus abrazos, sus besos, su toque.

Su cabeza se negaba a dejar ir el recuerdo de su voz, de su risa, de... Su teléfono sonó, la voz de su secretaria se escuchó.

-S-señor Bondoni, una persona lo esta buscando, dice que es por las propiedades que quiere comprar en New York.

-No tengo tiempo.

-Insiste, dice que le interesa.

-Dile que vuelva mañana- gruñó Joaquin - No tengo tiempo para él.

-Si pero... ¡Señor espere!- se escuchó y la puerta se abrió.

Cuando Joaquín elevó su cabeza para insultar a cualquiera que haya entrado, su boca se secó.

Abrigo marrón, lentes ovalados, una boina marrón oscuro y su sonrisa... su maldita sonrisa.

-No quieres que me enfade Joaquín.

El nombrado tragó saliva y le habló a su secretaria.

-Retirate... quiero hablar con él.

La muchacha salió rápidamente de ahí, y entonces lo tenía, frente a él, más alto, piel bronceada, su cabello rizado un poco más largo, y su mirada tan gélida y caliente al mismo tiempo.

-¿Disfrutaste las entradas?- giró su vista hacia el escritorio- Todavía tienes las rosas, aunque están secas en tu libro.

Joaquín no podía decir mucho, no porque no tuviera ideas, sino porque no sabía que decir primero.

Lo vio moverse por la que había sido su oficina.

-No has movido ni un mueble.- Los segundos pasaron en silencio.

-Es ridículo ¿no?- murmuro Joaquín, no queriendo decir su nombre por miedo a que todo eso sea un sueño.

Lo vio hacer una mueca, como las de antes, como el hombre duro y frío; entonces esperó a que alguna palabra dura saliera de su boca.

-No he podido besar a nadie por miedo a terminar borrando la sensación de tus labios- habló bajo, Joaquín contuvo su respiración- ¿Qué tan ridículo es eso para tí?

Joaquín solo lo miraba.

Caminó un par de pasos hasta alcanzar su cuerpo y quitarle la boina, su cabello castaño rizado cayendo largo en su frente.

-Es muy ridículo, es muy ridículo sabiendo que eres el león de la selva de concreto - murmuró acariciando su rostro lentamente.

Le dio una media sonrisa antes de que sus frentes se apoyaran juntas.

-Tengo tantas cosas que explicarte- suspiró acariciando su mejilla con su mano grande.

-No tienes que hacerlo si no quieres...- respondió, cerrando sus ojos.

-Quiero, puedo y debo, ya no soy el mismo y te necesito como el aire.

Joaquín trató de evitar las lágrimas que se juntaron en sus ojos.

-No soy el mismo sin tí, no me gusta- Joaquín negó con la cabeza.

-Lo siento cariño- susurró, acercándose a sus labios- Debía hacerlo...

Y entonces Joaquín se animó a decir su nombre.

-Emilio...- jadeó dolido y sus bocas se juntaron. Sus manos abrazando su cintura y las otras las mejillas.

El beso fue tan lento y sin prisa, necesitando volver a sentir esa emoción que explotó cuando Emilio lo abrazó contra sí por su cintura.

-Te extrañe - confesó Emilio entre el beso- Te extrañe tanto amor.

Joaquín lo abrazó por los hombros, tomando todo lo que podía.

-No es un sueño,... eres real... eres real - repitió Joaquín contra sus labios- Volviste... por mí.

-Siempre volvería por tí- confesó Emilio, mirandolo a los ojos- Eres el único capaz de ponerme de rodillas.

Joaquín lo abrazó tan fuerte contra él.

-Quedate hasta siempre conmigo, por favor... quedate conmigo.

Y, cuando el cielo se volvió oscuro chispeado de estrellas, Joaquín sentía el cuerpo de Emilio sobre él; abrazándolo, apoyando su cabeza en su pecho.

-Volví Joaquin - susurró Emilio en medio del oscuro silencio- Volví y esta vez es para siempre.

-Te amo- murmuró Joaquín acariciando su cabello- Siempre te amaré.

Emilio elevó su cabeza para que poco a poco, sus bocas se encontraran una vez más.

Mátame LentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora