18. Los Siete Pecados Capitales (Pt.1)

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Lujuria

Cada mañana despertaba en una cama diferente, con hombres y mujeres a mi lado de los cuales ni siquiera recordaba sus nombres, no me interesaban quiénes eran, cómo eran, de dónde eran o por cuál mierda del destino habían terminado por cometer los mismos errores que yo. Pero culpaba a las noches sola que llegaban a ser abrumadoras, en especial si tu mente adora gritarte por todo aquello que odias de ti mismo, todos aquellos errores que te matan sin piedad hasta el día de hoy. La noche se volvía mortífera, la mente se ahogaba en palabras irretractables. Sin embargo, despojada de todo suplicaba un poco de tacto, pero a la vez se sentía tan lejana esa posibilidad.

Lo único que importaba era encontrar esa gota que llenara este vaso vacío, aquella persona que logrará llenarme por completo y sin tener que sufrir en el proceso. Buscaba a alguien con el equilibrio exacto entre ser perfecto y que no me dañara, pero el problema era que esa persona no existía. No obstante, yo seguía recorriendo ese desierto eterno en busca de una lluvia que calmara la sequía, o aunque sea una gota que limpiara mis heridas. Pero aún nada aparecía en ese desierto infinito.

No sé por qué creí que esta era la manera, la lujuria se apoderó de mi en mi momento más débil y me deshidrataba, era dolor eterno que no llegaba a matarme, aunque lo deseara. La lujuria me cegó, me enmudeció y no pude pedir ayuda. Puso una venda sobre mis ojos y me dirigió como su marioneta. No podía abandonarla, ella me necesitaba a mi como yo la necesitaba a ella, después de todo ya no quedaba nada más que esto.

En medio del camino, mientras esperaba aquel oasis que me salvara, muchos llegaron fingiendo ser agua y terminaron envenenándome más y más, hundiéndome en un pozo sin fondo, intentando llegar a la luz, aún así el desierto seguía en mi.

Todo caía, pero no como la nieve, lento, pacífico y perenne, sino que cayó como rayo que llegó para destruirlo todo, me quemó, nos quemó, atacó para matar pero no llegó a hacerlo, me hirió y nos separó por diferentes caminos. Intenté escapar pero ya era tarde, pronto ya no quedaría nada, ni el más mínimo recuerdo, porque ya no me acordaba de como ser feliz. Ya todo terminó y me dejó sin nada.

-S.M Doufor

El invierno eterno de tu corazón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora