Capítulo 9

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—No son buenos —me miró el Doctor—, la infección está muy avanzada, si puedes fijarte... el virus ha llegado hasta las estructuras óseas y el problema es que avanza exponencialmente —me enseñaba los análisis con la luz—. A este ritmo, cruzar un punto irreversible... —intentaba aguantarme las lágrimas con el nudo en la garganta.

—Pero tenemos muy poca información, ¿no? —interrumpí y el doctor asintió—. Necesitamos más tiempo.

—No hay —soltó sin dudarlo. Yo negué con la cabeza.

—Debe de haber un error —suspiré y él me miraba atento—. No es posible... —me paré de la mesa preocupada y comencé a caminar por todo el consultorio—. Doctor, esos análisis tienen que estar mal, no pueden ser míos —alcé la voz tratando de aguantar las lágrimas—, no me puede estar pasando esto y menos ahora, yo no me... —no pude terminar la frase.

—Son tuyos, lo siento mucho —dijo firme—. Debes estar consciente que el virus puede llegar a más zonas en una brevedad de tiempo —solté una lágrima tratando de contener las demás, me tomé la cabeza con las dos manos y cerré los ojos.

—Lo sé, en unas semanas puede pasar —abrí los ojos y me limpié las lágrimas que caían en mis mejillas. Suspiré y alcé mis hombros—. Voy a hacer lo imposible, porque no me va a vencer un virus de mierda —tomé mis cosas y salí azotando la puerta dándole la espalda al doctor.

—¡Corte! —gritó el director desde el fondo del set. Encendieron las luces que daban hacia el escenario y yo volví a entrar por la puerta falsa del consultorio.

—¡Wow, felicidades!, creo que les encantaste —me decía el actor que hacía el personaje de doctor. Era un hombre de unos cuarenta y dos años con barba y pelo canoso—. Buen trabajo

—Lali —contesté mientras nos dábamos la mano. En eso vi que se acercaban el director y el actor principal.

—Muy buen trabajo, señorita. Espósito —soltó el director, un hombre bajo y con acento mexicano, parecía muy simpático—. Me gustó mucho el trabajo que hiciste, pudiste fusionar bien las emociones sin dramatizar tanto, el azotón de puerta, de diez —hacía con sus manos el cero—. Eugenio Derbéz, director de la serie.

—Mucho gusto, Señor Derbéz —le tendí mi mano.

—Él es Nicolás Cabré, el protagonista de la serie —me tendió la mano y me dio un beso en la mejilla. Bastante canchero el hombre, le calculaba uno setenta de altura, tenía unos ojos enormes y se notaba que tenía personalidad. Me sonrió todo el tiempo que estuvimos ahí.

—Y ella es... —no sabía de quién hablaba porque me percaté que venía detrás de mí. Así que me giré.

—Eugenia Suárez —soltó y me quería morir. Estaba con un traje sastre perfectamente blanco y con partes de encaje, un maquillaje simple que resaltaba cada detalle de su cara y una coleta estirada alta que le ayudaba a definir sus facciones—. ¡Lali, cuánto tiempo! —dijo mirándome con una sonrisa.

—Eugenia —sonreí lo poco que pude—, ¿qué tal? —me saludó de beso, nunca antes visto.

—Apa, así que ya se conocen —soltó el director— ¡Me encanta!

—Sí, nos conocemos desde la Universidad, tuvimos un par de clases juntas, ¿no, Lali? —me preguntaba con una actitud por los cielos, como en los viejos tiempos. Yo sólo la miraba algo intimidada. No sabía nada de ella desde que nos graduamos, nunca tuvimos una relación y tampoco cruzábamos palabra, aunque ella se dedicaba siempre a fastidiarle la vida a toda persona que se le cruzara, como a mí. Cuando empezaron a correr los chismes sobre Andrés y yo, ella estaba claro que se quería dar con él desde el minuto uno que entró por la puerta como el niño nuevo, supongo que por envidia y celos de mi amistad con él, se dedicó a hacerme la vida de cuadritos en las clases de arte dramático, incluso en una de las funciones de la obra que hicimos, rompió el vestuario de la primera escena, por suerte, el director tenía uno de repuesto, o cuando en las regaderas de la Universidad, le puso colorante a mi jabón corporal y estuve 7 días con todo el cuerpo de color azul, me apodaron "pitufa" casi por un año entero, hasta que se les olvidó. Pero como buena niña popular, rica y cheta, le dieron una semana de servicio social como castigo y no pasó a más.

A Mi ManeraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora