Capítulo 1: Ventana

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Diane observaba el salón del edificio principal. La luz del sol reflejaba sobre la alfombra siluetas coloridas al atravesar los vitrales. Cuántas historias de Instagram no había subido ya de aquella vista. 

Desde la oficina del director, el recinto parecía mucho más pequeño que desde la entrada del edificio. Pero desde allí podía vigilar la entrada de los estudiantes que poco a poco iban llegando de vuelta al internado.

--Los nuevos que dijiste, ¿entran a mi curso? --Preguntó sin darse la vuelta para mirar a Warren.

--¿Hmm? Dos de ellos. Uno al B y otro al C --respondió, levantándose del escritorio para ponerse el saco y acomodarse la corbata en las solapas de la camisa. Había que estar presentable incluso antes de la ceremonia.

--Uff, ni hablar --murmuró Diane, viendo cómo Anne salía por la puerta de la capilla, en su ya habitual vestido gris oscuro.

--Sé amable.

--Por desgracia, tengo que serlo siempre --dijo, esperando que se notara el tono de broma.

--No eres la única --le reclamó él, poniendo una mano sobre su hombro. Diane esta vez sí se giró para verlo y sonrió. Warren no lo hacía. 

--No hace falta que me lo digas --respondió ella sin borrar la sonrisa--. Pero que sepas que cuesta, ¿eh?

--No lo niego. Pero sé paciente. Ahora mismo, es lo que menos necesitas.

Diane se giró de nuevo, justo a tiempo para ver a Charles entrar con una maleta chica colgada del brazo, mirando el salón con una mirada altiva.

--Tienes razón --contestó viendo a Charles tomar camino hacia la capilla--. Es lo que menos necesito.

***

Miró la lista que había hecho en la sección de notas de su celular. Por décima vez esa mañana, se aseguró de que no faltaba nada. Hubiera sido muy tarde para darse cuenta, puesto que estaban doblando la calle que conducía a la avenida que daba al internado.

Enmarcado por dos filas paralelas de árboles, por los cuales la luz del sol se filtraba y dibujaba motas de sombras y luz en el adoquinado, abrió la cámara y tomó una foto para subirla a sus historias de Instagram.

Marion suspiró y se guardó el teléfono en la bolsa del pantalón. Hacía fresco por la mañana pero no había querido sacar un abrigo de la maleta para no revolver todo. Además, dentro de los edificios el clima estaba ajustado por el termostato, así que ¿para qué apurarse? Se miró en el reflejo del cristal polarizado, solo para corroborar, de nuevo, que todo estaba en orden. Por mucho Balenciaga o Armani, si uno lucía descuidado, ¿cuál era el punto?

Se tocó la oreja para sentir el pendiente de oro que le había dado su padre al despedirla la noche anterior. Todavía ni siquiera empezaban las clases y ya lo estaba extrañando. En ese sentido, todavía era una niña pequeña consentida por sus padres. Pero todos en el Watt Desmard lo eran, ¿o no?

El coche entonces cruzó la reja de herrería negra que bordeaba el internado. Terminó de guardar sus cosas y las envolturas de los dulces que había comido en el camino. Descruzó los pies y miró a través del parabrisas desde el asiento trasero, esperando divisar rostros conocidos.

--Me ha pedido la señora Gautier que te recuerde llamarla cuando termines de instalarte --le pidió Emil, el chofer, cuando se aproximó por la pequeña glorieta frente a la fachada.

--Gracias, lo haré --respondió. 

--Y el señor Gautier me pidió que solo le avisaras al señor Grünewald cualquier queja que tuvieras. 

In The Room Where You SleepDonde viven las historias. Descúbrelo ahora