Capítulo 13: Firmeza

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―No se supone que yo deba de estar aquí pero necesitaba respuestas.

Warren alzó la mirada. No lo escuchó llegar, pero tal vez estaba demasiado perdido en sus pensamientos. Miró por la ventana, la lluvía no se detenía y él apenas se cubría con un abrigo que estaba colgado sobre el perchero.

La camisa y la ropa mojada le habían entumecido todo el cuerpo y se sintió patético, tiritando ante la mirada de aquel hombre. Lo había visto antes, cuando tenían aquellas asambleas larguísimas y aduladoras.

―¿Conoces mi nombre? —le dijo aquél—. ¿Sabes quién soy?

Warren no contestó, su mente estaba entumida también y lo último que quería hacer en ese momento era extenderla y tocar algo. Pero ese hombre, de manera milagrosa y a diferencia de todo lo que había conocido, no lo llamaba. No vibraba, invitándole a entrar. Se puso alerta, su primer instinto al notar algo inusual, que gritaba antinatural.

―Tú eres Warren Ellis Grünewald. Tu hijo es estudiante en el Instituto y tú eres profesor ―le dijo el hombre, cerrando la puerta tras de sí―. Me saludaste hace un par de horas en el brindis. ¿Me recuerdas?

Warren recordó, en ese momento, el rostro de su interlocutor. En contra de su voluntad, conteniendo un sollozo por el temor de lo que pudiera encontrar, se extendió para alcanzarlo, averiguar qué era lo que quería de él el más grande benefactor del Instituto Watt Desmard. Su esfuerzo por contener un gemido de conmoción cedió cuando por más que estiró sus fuerzas para llegar hasta él, no pudo leer nada. En la habitación había un total silencio.

―Yo fui uno de los que votó a favor de aprobar tu solicitud para ser docente aquí. Sabes lo que quiero decir con esto, ¿no?

Warren se mantuvo inmóvil, mudo. Pensó en un animal asustado acorralado contra una jaula, pero luego se preguntó quién de los dos sería la bestia.

―Aeschelman no puede llamar a nadie antes de solucionarlo aquí dentro. Tienen a todos los alumnos encerrados en sus habitaciones. Tuvo muy mala suerte de que todo esto ocurriera la única noche en donde recibía a tantas personas de fuera.

El hombre se había acercado, con su serenidad inhumana, al sofá donde Warren estaba postrado, rendido. Lo miraba desde su altura intimidante, con unos ojos que rozaban la oscuridad de afuera. Ni siquiera así, Warren podía obtener algo. El hombre señaló su camisa empapada de llovizna y de sangre.

―Sabes lo que pueden hacer contigo.

Warren cerró los ojos, estrujando su propio corazón para mantener la compostura. Estaba solo, de pie ante la tempestad y ese estirado venía a burlarse de su fortuna.

―Yo también tengo una hija. Y desde que nació he querido lo mejor para ella.

Warren abrió los ojos cuando el hombre se sentó a su lado, colocando una fría mano sobre su hombro. Incluso así, todo era silencio. Su mente viajaba a los extremos. Cualquier destello de luz le hacía pensar en las luces de una sirena, cualquier sonido detrás de la puerta le parecía el final. Las palabras de este hombre lo llevaron a Diane.

―Yo puedo ayudarte. Pero tienes que decirme qué fue lo que viste, Ellis.

Por el rostro de Warren rodaron lágrimas al recordar la visión del sótano. Al sentir, todavía impregnado, lo que había escuchado, desgarrándole por dentro.

In The Room Where You SleepDonde viven las historias. Descúbrelo ahora