Capítulo 15: Misión

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Un criado le abrió la puerta. Dentro Joseph se puso de pie para recibirlo, al igual que Caroline. Andrew les dirigió una inclinación de cabeza y se giró para mirar a Norman, sentado a la cabeza de la mesa.

–Andrew –dijo él, como todo saludo.

–Buenas noches, padre.

Se sentó a la izquierda, justo frente a Joe. Carolyn recogió sus cosas para cambiarse a un lugar más cercano. No esperaba que Andrew se sentara tan pegado a su padre.

–¿Cómo les ha ido instalándose?

–Sin problemas, gracias, padre.

Andrew asintió con la cabeza, esperando que mencionara algo de sus visitas a la enfermería. Norman Hargrave no dijo nada más. Andrew le correspondió, mirándolo para asegurarse de que tampoco le prestara demasiada atención.

–¿Padre?

–Buenas noches, querida mía. Pasa.

Marion sentía un ardor particular en los pies. Había deambulado todo el día por el edificio, atendiendo la junta del comité, había perseguido sin éxito el rastro de herr professor, de Diane, hasta que recibió la llamada de Emil avisandole que su padre no se había ido de Hibinsen. Luego había tenido que caminar por todo el campus de vuelta a su dormitorio, prepararse y encaminarse al despacho del ala norte donde la estaba esperando.

–Padre. Pensé que estarías ya en París.

–¿Sin despedirme, mi niña?

Marion cruzó la distancia del despacho vacío para acercarse a su padre que la recibió con un abrazo. Entre la confusión y la extrañeza de apenas los primeros días del año escolar, el familiar aunque frío contacto del cariño de su padre le dio unos segundos de paz, de certeza.

–He venido porque me lo pidió Grünewald –dijo Norman, con su tono serio e impasible–. Acaba de convocar a una junta con la mesa directiva y junto con Gautier tuvimos la reunión preliminar. ¿Cuánto dará al año?

—¿Disculpa? —le inquirió Joseph.

–Gautier, se mantiene a la cabeza de los benefactores a pesar de todo lo que he pagado para que estén aquí.

Joe volteó a ver a Andrew de manera disimulada.

–Al menos Gautier no es desagradable como los Goldschmidt, familia de alimañas. Si ustedes dieran el ancho, le habría pedido al ministro la mano de la mayor.

Andrew pensó en Diane y la reacción que tendría si escuchara esos comentarios. Probablemente se mantendría impasible, como siempre, pero apenas abandonara la habitación, se desharía en improperios y comentarios pasivo-agresivos dirigidos a su padre. Se preguntó, por un momento, qué opinaría Norman de alguien como Diane. Sacudió la cabeza, mejor ni siquiera considerarlo.

–¿Y cómo está Lilian? –le preguntó Joe para rescatar la conversación y quizás hacerla más amena.

–Tal vez llegue mañana por la mañana. A su madre le gustaría verlos también.

–No se si mañana nos dejen salir, a esa hora estamos en clase.

–No sería la primera vez que la decepcionas.

Joe volteó a ver a su hermano, pero, para sorpresa suya, Andrew permaneció indiferente, estático como una fotografía. Tal vez le había aprendido algo a Diane. Andrew había escuchado cosas peores. De repente su padre pareció un enemigo pequeño. Uno al que no había que intentar ganarle, uno que no merecía la pena.

Se ahorró las ganas de contestar que de todas maneras Lilian no era su madre, de decirle que en cuanto se graduara correría y huiría lejos, muy fuera de Europa. En vez de eso, cruzó las manos sobre la mesa. Joseph reconoció ese gesto, y apartó la mirada. Andrew odiaría escuchar, otra vez, del parecido con su padre.

In The Room Where You SleepDonde viven las historias. Descúbrelo ahora