Capítulo 2: Frío

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Philippa había estudiado francés desde que era niña, soñando que pasaría su tiempo en París acompañando a su madre. En vez de eso, estaba ahí, todavía en Alemania, atrapada.

Al menos tenía algo de lo que alegrarse, y era de que compartía cuarto con Lu. Siempre era grato encontrar alguien con ideas afines, porque de otro modo, sería incómodo como menos, el explicar por qué necesitaba tantas velas y tanto orden específico con los muebles y la decoración. 

Se suponía que la decoración excesiva estaba prohibida en los dormitorios, pero si el dinero tenía una virtud es que podía hacer flaquear cualquier norma. Eso era algo que su padre le había enseñado bien.

Aún así, era mejor no llamar demasiado la atención. Por eso Lu le caía tan bien. Ella había crecido en Nueva Orleans, así que nada de lo que Philippa hacía le asustaba, y hasta habían compartido conocimientos. Caso contrario a Safia, maldita sea.

Se cambió el cardigan por una chaqueta corta y empezó a acomodar sus cosas en los cajones y en el ropero, dejándole a Lu su propio espacio. ¿Tardaría mucho en llegar?

Miró la hora en su celular antes de seguir guardando, pues había que ir a registrarse después a los gimnasios y talleres y como presidenta del club de debate, tendría que estar puntual para recibir a los nuevos y a los ya conocidos. Esta vez el horario se ajustaba perfecto, porque le habían asignado a los de baile un nuevo salón en el Edificio Jardín, así que el club de debate podría usar el auditorio desde más temprano. 

Eso la dejaba libre por las noches. 

Alzó la vista cuando alguien tocó a la puerta, pero esperó a terminar ese cajón antes de abrir. Lu no podía ser, a menos que hubiera perdido su llave…

Del otro lado no había nadie. Extrañada, se asomó a ambos lados, pensando que tal vez los prefectos ya habrían empezado a verificar las habitaciones ocupadas, o que algun empleado se habría equivocado al llevar las maletas… pero no había nadie.

--¡Phil!

Philippa soltó un gritito, pero se calmó cuando vio que quien la había llamado estaba al final del pasillo. Hubiera preferido un fantasma antes que ver esa cara de caballo. 

--Bernard --dijo ella, a modo de saludo, pero se apresuró a llevarse el teléfono a la oreja para evadirlo cuando vio que se acercaba--. ¡Holaa! ¿Ya llegaste? 

Cerró la puerta y aventó el teléfono a la cama antes de tumbarse ella también. Jamás creyó que llegaría a odiar el acento británico hasta que conoció a Bernard.

Y ahora dormiría en el mismo edificio. ¿Es que ya no lo querían tampoco en el Jardín? Su teléfono empezó entonces a vibrar, tenía desde un número oculto. Dudó un poco antes de contestar, pues no atendía llamadas de desconocidos, pero al final deslizó la pantalla para atender y se retiró el pelo para ponérselo en el oído. 

Al instante tuvo que apartarse, pues el sonido estridente, parecido a un rasguño sobre metal oxidado, le ensordeció. Escuchó estática viniendo del otro lado de la línea, acompañado de un leve pero claro sonido de una verja abriéndose con un chillido. Puso el altavoz, asustada, para escuchar mejor, pero en cuanto lo hizo, la interferencia terminó y con ella la llamada. 

Confundida, pero manteniéndose racional, buscó el número en el registro. Su sorpresa fue mayor cuando vio que no tenía marcada ninguna llamada entrante ese día. 

***

--Wotefok.

Si Sasha no hubiera tomado la iniciativa, nadie se habría atrevido a romper el silencio. Marion veía, incrédula, el lugar de donde había desaparecido Andrew. Diane se había levantado del asiento sin haberse percatado, pero no quiso volver a sentarse.

In The Room Where You SleepDonde viven las historias. Descúbrelo ahora