Capitulo 9: Desperdicio

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Diane le extendió la mano y él se la tomó con fuerza. Se sentó a su lado y le acarició el cabello con delicadeza. Ella aceptó el contacto de sus manos, algo familiar y suave en medio de la noche que la había engullido. Aun sentía como si algo le obstruyera la garganta, y el nudo en su estomago no lo borraban ni las calidas luces de su cuarto, ni las voces de Marion y Joe conversando, ni Andrew sosteniéndole la mano.

Sus otros dos amigos aun no se daban cuenta de que había despertado y se alegraba de que así fuera. Cerró los ojos. Andrew pulsaba como una puerta esperando por ser abierta. A Diane la corroía la curiosidad, pero el miedo que todavía le llenaba los ojos de lagrimas la hizo desistir. Quería espacio para pensar, pero tampoco quería quedarse sola después de...

Frunció el ceño. El pulso de Andrew había cambiado, estaba preocupado.

―¿Estás mejor? ―le preguntó en voz baja y Diane se decepcionó de romper el pequeño secretismo cuando Joe y Marion volvieron a fijar su atención en ella.

―Sí. Solo me duele la cabeza ―respondió para tranquilizar a sus amigos. Miró a Joe, y después a Marion y sintió una pizca de enojo cuando notó que ninguno de los dos se daba cuenta de lo que pasaba. Solo Andrew. Apretó con más fuerza la mano delgada del muchacho.

―Auch ―dijo él a modo de queja, pero no apartó la mano.

―Lo siento mucho, amigos ―comenzó ella―. Me... asusté demasiado. No sé qué me pasó

Andrew era el único que la entendía. Podía verlo en su mirada. Podía verlo en su reacción en el sótano. Podía verlo en la manera en que dudaba, en que se acercaba a ella queriendo preguntarle si había sentido lo mismo, en la manera en que se acercaba a ella para no ser el único que temía, el único que sabía de algo que no comprendía.

Quería un montón de respuestas a preguntas que no sabía cómo formular.

―No pasa nada ―repuso Marion y se sentó a los pies de la cama. Diane sospechaba que su amiga se alegraba en parte de haber encontrado una razón para no escapar a la ciudad. Miró el reloj de su pared. Faltaban cinco horas para el inicio de sus clases. Sería mejor que fueran a dormir.

―Sí, no pasa nada ―le aseguró Joe con una sonrisa―. Aún quedan muchas noches en las que podemos ir a Hinbisen de contrabando.

―Vayan a dormir ―les pidió, esperando que se negaran, pero, como era natural, se despidieron de ella, no sin antes preguntarle si no necesitaba nada más.

Andrew esperó un poco más para despedirse, y a medio camino del dintel de la puerta se detuvo, se giró y le preguntó sin mirarla a los ojos.

―¿Tu padre... descubriría si alguien se queda en tu cuarto?

―¿Qué estás insinuando?

Andrew cerró la puerta con suavidad, sin hacer ruido.

―No me siento de ánimos para...

―No, no es eso ―la interrumpió y se acercó para sentarse otra vez en donde estaba hacia un momento―. Tampoco me jugaría el pellejo así, no soy tan valiente, Diane.

Ella rio.

―No has contestado a mi pregunta.

―Ni tú a la mía. ¿Qué pretendes?

―Quiero pasar un rato más contigo.

―Pero yo quiero dormir.

―Entonces, ¿puedo dormir contigo?

Diane no hizo nada por ocultar su asombro.

―¿Por qué?

Andrew no contestó. En lugar de eso se recostó encima de Diane, encima de su estómago. A su alcance, ella no pudo evitar juguetear con su cabello rizado, húmedo por la llovizna y el fresco de la noche.

In The Room Where You SleepDonde viven las historias. Descúbrelo ahora