NO ME ENSEÑASTE - Cap. 5: Sin ti

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"Llama, no importa la hora que yo estoy aquí

Entre las cuatro paredes de mi habitación

Es importante al menos decirte

Que esto de tu ausencia duele

Y no sabes cuanto"

Thalía


El líquido granate se vertía en el cristal transparente por quinta vez esa noche. El vino sobrepasaba la mitad de la copa y la primera botella quedaba vacía a un lado de la encimera de la cocina. Le dio un sorbo y salió a caminar por la casa. La iluminación de todo el lugar era tenue, con un eco silenciador y la soledad era una compañera que generaba monstruos en su cabeza. Realmente quería dejar de pensar, dejar de pensar-la. Nunca se imaginó que iba a terminar así, se sentía ridícula, porque todo pasó frente a sus narices y nunca lo vio a venir. Se detuvo en la sala impoluta, intocable y tan blanca, dio otro sorbo a su copa. La sala se sentía más grande que de costumbre, los muebles como objetos transparentes no eran capaces de llenar los vacíos. Las flores que decoraban el lugar se veían marchitas, como si nada pudiera florecer en ese lugar. ¿De qué servía tener una casa tan grande si estaba sola?

Los grandes ventanales dejaban entrar la luz artificial que iluminaba la noche. Se admiró en el reflejo y detesto ver su silueta, por lo que siguió la marcha para poder tomar aire. Habían elegido la casa por las maravillosas vistas y cuántas veces el privilegiado paisaje que tenían de la ciudad pasaba a segundo plano, porque su interés principal era perderse en los ojos verdes del amor de su vida. Suspiró, extrañaba morir lentamente en ellos cuando sus cuerpos se amaban. Se centró en las luces difuminadas de la noche, las luces que acompañaban la vida nocturna de un centenar de amantes y que sólo eran un escenario que recalcaba su propia soledad. Dio un gran trago al líquido carmesí, ya no distinguía el sabor ni existía picor en su garganta, era como si bebiera agua, un líquido tan insípido como su alma. Tragó duro, se limpió su boca con el dorso de su mano y volvió a contemplar la noche. Estaba sola. No estaba su mamá, no estaba su papá, no estaban sus hermanos y ya no estaba su hijo, esas personas por las que había dado tanto. Aquella familia que creía que era tan importante y que no le permitía valorar la propia.

Paulina estaba siendo consciente de cómo vio desmoronar su segunda oportunidad, se le escapó como agua entre sus manos, no podía detenerlo, no podía sostenerlo, no podía contenerlo, y todo esto era su culpa o más bien su responsabilidad. Siempre se lo había hecho ver la contraria, siempre la aconsejó y nunca la escuchó. Había sido su mujer tratando de llegar a tierra firme y ella solo quería naufragar en el mar de los recuerdos del pasado, y sobre todo su tonta venganza.

Suspiró fuerte y volvió a entrar al interior de la casa, sacó otra botella de vino que la descorchó y se la llevó a su dormitorio. Sirvió la copa y dejó la botella en la mesita de noche, mientras que con la copa en mano se adentró en el baño para darse una ducha rápida. Bajo el chorro de agua su mente se fue a los recuerdos, los cuales estaban siendo la única forma de consuelo. Además, con el embarazo de Elena le era inevitable no recordar la época donde ambas habían estado tan felices y, al mismo tiempo, volver a pensarlo después de tanto veía las pistas que siempre le dio María José. Aquellas noches de desvelo donde la rubia le contaba lo que aparentemente parecían fantasías, de las más oscuras, cosas que no te atrevías a hablar con cualquiera, solo con la persona a quien más confianza le tenías. Paulina siempre se había caracterizado por ser alguien que no juzgaba, de hecho esa honestidad brutal que en su tiempo tuvo José María le ayudó a confiar ciegamente en la rubia, tal vez ese era el motivo por el cual no pudo comprender cuando lo descubrió vistiendo su ropa. Aunque parecía hipócrita por solapar las mentiras de su padre, odiaba que le mintieran a ella. Cerró la llave del agua y se envolvió en una toalla, la copa de vino seguía encima del lavamanos, al secarse volvió a darle un sorbo y se la llevó para llenarla. Entró en su closet, se aplicó crema para hidratar su cuerpo y se observó en el espejo, el mismo en el que sorprendió a María José admirándose con tacones. Rebuscó entre los cajones hasta dar con una bata de la contraria, era de brazos anchos, tela suave y vaporosa, perfecta para cubrir su cuerpo y sentir que el olor de ella se impregnaba en su cuerpo. Tal vez era ese perfume con la mezcla de jazmín, lirios y vainilla, notas sutiles para fundirse con un corazón amaderado y almendrado.

la vida i n m o r a l de la pareja idealDonde viven las historias. Descúbrelo ahora