No Se Amaban

No es Fracaso

Ginny apareció en las afueras de La Madriguera, dejó su maleta en el suelo, mientras dejaba que el aire limpio y el olor a campo inundaran sus sentidos. Había dado tantas vueltas antes aparecerse en su casa, que llegó a creer que no tendría el valor para hacerlo.

Miró el columpio que colgaba del abeto que estaba cerca y recordó que cuando niña, sus hermanos la cuidaban de tal manera que se turnaban para vigilarla mientras ella, sintiéndose una princesa de cabello rojo al viento, se elevaba por los aires gritando y riendo. Luego Molly salía de la casa secándose las manos en su delantal, reprendiendo a los niños por descuidados, siendo que era ella quien desobedecía los cuidados, porque era imposible no sentirse importante en medio de tantos varones.

Sonrió. Lindos recuerdos de un pasado que jamás regresaría. Sus hermanos de seguro jamás la perdonarían y los entendía, ella tampoco lo había hecho. Sanar su alma era lo primero; lidiar con su conciencia lo segundo y tercero, el más importante, asumir su fracaso... como profesional, como amiga, como hija... todos la despreciaban y con justa razón. Ella había destruido un matrimonio, Hermione sufría por su culpa, tanto era así que la decisión de irse lejos y de apartar a sus hijos de Draco se debía solo a un desquite natural. Hermione no era así, actuaba víctima de la ira y la impotencia, de la decepción ante todo... no tenía vuelta atrás y esperaba que en algún momento encontrara la paz, esa que ella sabía que sería esquiva. Tendría que vivir para siempre con su frustración, con su dolor... y con la rabia también de haber confiado en un cobarde sin sentimientos como Draco que no fue capaz de decirle a su mujer que su matrimonio no funcionaba y que debían separarse; una sabandija que no tuvo la hombría de decirle que no la amaba, que nunca la quiso... el silencio no era sinónimo de amor como ella creyó. Al contrario, solo ganaba tiempo, para poder balancear su vida y luego, el adiós. Ese adiós que ella no le daría espacio a decírselo. Sabía que ese era el siguiente paso y no le daría en el gusto.

Era mejor así, al final era ella la única que se debía un perdón... un perdón por quererlo como estúpida, por creer que él se había divorciado por ella. ¡No, por Merlín! Draco no amaba a nadie más que a él mismo.

Se limpió las lágrimas con el puño de su blusa, tomó nuevamente la maleta y se iría. No era capaz de verles el rostro a sus padres después de todo el daño que había causado, por la vergüenza que los había hecho pasar. Jamás la perdonarían, ellos amaban a Hermione como a una hija y habían aceptado a Draco cuando ella se los presentó como su prometido. En ese momento no creyó en esa relación, pero en ningún momento se le pasó por la mente quitárselo... tener algo con él. Al contrario, Draco le parecía insípido, calculador y mentiroso... en las dos últimas, pudo comprobar que no se equivocó, pero se lamentaba de haber sido tan fácil para él, era como si siempre lo hubiese deseado, y no fue así. Pero ¿quién le creería? ¿A quién querría rendir cuentas? ¿Quién la escucharía? Definitivamente estaba cansada y si asumir su error, era ser humillada una y otra vez, no estaba dispuesta. Tal vez iniciar su vida en un país diferente, así como lo había planificado al principio, fuese la solución. Era profesional, una medimaga excelente, no podía cerrar su mundo a Londres o San Mungo, había infinitas posibilidades y ella no podía seguir como una noria dando vueltas y vueltas sin ir a ningún lado.

Miró la vieja puerta de entrada a La Madriguera con tristeza. No tocaría, no molestaría a sus padres. Ellos no necesitaban a una hija como ella, ni seguiría arruinándoles la vida, de seguro su padre había pasado malos momentos en el Ministerio y su madre, más de una lágrima debió haber derramado por su culpa. Ellos eran mayores y necesitaban paz y tranquilidad, cosa que ella había sido lo menos que les había dado. Tal vez algún día regresaría a verlos, con la vergüenza a cuestas de un pasado del que solo ella era responsable.