El sol ya comenzaba a desaparecer lentamente, llevándose consigo un poco de calor y a su vez tonalidades claras, alegres. Pocas personas soportaban aquellas frías noches en Beacon Hills, sobretodo cuando esa misma mañana la televisión local se había encargado de anunciar futuras tormentas o incluso más centímetros nevados. Precaución a los habitantes, poco uso en coches y buenas calefacciones preparadas para soportar descensos vertiginosos de temperatura eran las máximas preocupaciones. No arreglar el viejo ordenador portátil que Theo conservaba con tanto empeño.
Tiritando debido al frío, Ros observó de reojo el severo gesto de su compañero. Ese aparato tenía demasiados años usados como para funcionar correctamente, incluso el sistema operativo resultaba simple ¿Por qué no comprar uno nuevo? Sólo era necesario echar un rápido vistazo a la casa para conocer la escondida fortuna del misterioso chico pero, aunque preguntase dicha cuestión, Ros conocía demasiado bien la respuesta. Simple y llano silencio.
Ambos emprendían su trayecto de nuevo al cálido hogar en constantes cambios peatonales - Una gran parte del tránsito estaba cerrado debido al cúmulo de nieve y hielo - tras pedir consejo en la única tienda abierta de informática. Theo incluso había entablado conversación con el vendedor, lo que le indujo pensar a Ros sobre la posible amistad entre aquellos chicos. Apenas permanecía junto a otras personas pero intuía alguna actividad social debido al constante ajetreo telefónico. Sin duda, Theo era aquel hermoso libro de cubierta costosa y grueso candado inquebrantable.— Podía haberme quedado en casa — Comenzó a decir mientras esperaban el cambio del semáforo más próximo. Aunque no había tráfico, ese atractivo joven seguía las normas sin pestañear. Aburrida Ros hundió ambas manos gélidas en su abrigo negro. — Sólo es un ordenador, no he aportado nada nuevo al análisis. Está roto y polvoriento.
Como si hubiese cometido cualquier ofensa hacia su persona, Theo volteó apenas centímetros la cabeza para observarla desde arriba con gesto serio. Sólo afianzó más el agarre hacia un sencillo maletín oscuro donde guardaba ese maltrecho objeto. Aunque cabía la opción de recuperar datos internos, las demás piezas eran demasiado antiguas, o eso había dicho el operario entre gruñidos procedentes del televisor oculto entre estanterías.
Sintiéndose estúpida por verse incapacitada en entablar una torpe conversación, Ros terminó avanzando casi inmediatamente ante el cambio, una luz verde tanto para llegar a casa y hundirse entre mantas mullidas, como dejar la mente en blanco. Supo que Theo la seguía debido al ligero ruido que hacían sus botas al pisar varios montones de nieve incrustada sobre el asfalto. Inevitable resultaba fácil imaginar un paraíso lejos de allí, tal vez playas paradisíacas donde se podía jugar con blanca arena o tomar el sol junto a sus amigas. Sonriendo inconscientemente bajo el alto cuello del jersey, Ros recordó como su madre solía usar un viejo truco imaginativo cuando salía de la ducha. Inmediatamente, emprendió el extraño cántico murmurado donde repetía una y otra vez "No tengo frío" Por supuesto, ese aspecto tan infantil logró sorprender a Theo, quien sólo arqueó suspicaz una de sus cejas, caminando todavía varios centímetros tras ella.
Ya habían pasado la calle principal y varios bares abiertos hasta horas tardías cuando un nuevo semáforo detuvo el simple camino de los jóvenes. Esta vez, no era una zona conocida, incluso varias farolas parpadeaban debido a la mala conexión eléctrica. Curiosa, Ros alzó el rostro varios centímetros para observar hacia adelante. El parque de los animales, como solían llamar esa pequeña vegetación colorida y famosa por esculturas típicas de granja, parecía mucho más tétrica en la oscuridad nocturna. El viento revolvía ramas más bajas hasta hacerlas susurrar, por otro lado los gatos callejeros emprendían una escandalosa pelea tras cualquier seto. Siniestro. Dispuesta a comentar esa misma opinión, la joven retrocedió apenas dos pasos hasta situarse junto el implacable pero atractivo Theo.— Cállate.
Ofendida por una réplica acelerada a su propia frase, Ros entreabrió los labios más que dispuesta a clavarle los dientes en aquel fuerte brazo. En cambio, observar bajo los tenues brillos del semáforo la expresión letal de Theo, logró silenciarla rápidamente. Concentrado fijaba sus grandes ojos marrones en la carretera húmeda y vacía. Como primera impresión, ellos dos parecían ser los únicos intrusos de los alrededores, pero tras entornar los párpados y prestar más atención, Ros detectó horrorizada la silueta negra de alguien tendido a apenas varios metros del lugar donde se encontraban.
Asustada, golpeteó constantemente el hombro masculino a pesar de conocer lo mucho que esto podía hacerle perder los estribos. Inmediatamente el ordenador portátil pareció resultar insignificante, pues su dueño soltó con impaciencia el maletín para abalanzarse hacia la persona herida. Aunque la luminosidad apenas era lo suficientemente fuerte como para dar un dato tal importante, Ros olía el nauseabundo olor a sangre impregnada, tonalidades de puro hierro.
Todavía aturdida, observó entre constantes escalofríos como su compañero se agazapaba junto esa figura oscura. El hombre todavía hablaba, murmuraba palabras sin sentido sobre buscar refugio y escapar de la bestia. Theo simplemente asentía, taponando la llamativa herida del cuello contrario con ambas manos. Cuando al fin pudo volver en si, Ros corrió junto a él.

ESTÁS LEYENDO
New City
RomansBeacon Hills esconde algo tras su tranquila y misteriosa apariencia. Diversas criaturas se están apoderando poco a poco de la ciudad, seres tan hermosos como terroríficos que ningún humano estaría dispuesto a creer. Justo cuando tres chicas pensaban...