El Misterio Oculto entre la Niebla I

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Al alejarse del centro del país del Fuego y acercarse a las costas, el clima se volvió notoriamente más frío y el viaje se tornó abrumador. Claro que no estaba en los planes de la Sabaku No manifestar el cansancio físico que su cuerpo se empeñaba en enfatizar. Sería impropio de la embajadora de Suna mostrarse quejumbrosa, en especial en compañía de la Mizukage, su guardaespaldas Chōjūrō y su futuro prometido.

No obstante, la Terumī no era tan protocolar ni se molestaba en cuidar las apariencias en esos asuntos; su reputación y cargo político le permitían tomarse algunas libertades. Es por eso que en cierto punto del trayecto se detuvo, obligando a sus acompañantes a hacer lo mismo, y luego inquirió— Chōjūrō, ¿cuánto falta para el siguiente poblado?

Rápidamente, el espadachín de la Niebla retiró de su mochila un mapa y al extenderlo comenzó a estudiarlo mientras intentaba dilucidar a que distancia estaban de la última aldea. Al ver que el sujeto no tenía éxito y comenzaba a caer presa de los nervios, Kirimaru ofreció discretamente su ayuda.

Al menos es considerado con los suyos —caviló la rubia de coletas sin darle mayor importancia al gesto, más bien había otro asunto que ocupaba toda su curiosidad por esos momentos. Por eso mismo, y mientras los shinobis trazaban una ruta, la Sabaku No se aproximó a la aun bella Mizukage.

—Pensé que tenía prisa por llegar a Kirigakure —mencionó Temari al recordar la emoción de la mujer por volver a su aldea.

—Nadie se muere por descansar unas horas —mitigó alegremente la pelirroja, para luego mirar con cariño a sus ninjas y añadir—. Además, una taza de té en medio de este clima nos vendrá bien.

Podría no ser evidente a primera vista, pero ahora Temari lo había entendido. No era de ella misma de quien Mei estaba cuidando, sino de sus shinobis.

—Estamos de suerte —exclamó vivazmente Chōjūrō. Posteriormente, agradeció al Shiruba y se dirigió a la Godaime con el mapa en la mano para mostrarle mientras explicaba—. Estamos muy cerca de una aldea de artesanos de armas, de seguro allí podremos descansar.

—¡Perfecto! —felicitó la Terumī entusiasta, mientras se imaginaba que el lugar debía estar repleto de hombres fornidos que a diario trabajan el metal para dar forma a todo tipo de armas. Si su expedición resultaba venturosa, quizás encontraría un pretendiente además del descanso prometido.

Sin embargo, el escenario con el que se encontraron al llegar al lugar que el mapa señalaba no era como ninguno de ellos lo había imaginado.

El pueblo estaba cubierto por una densa nube de humo negro, de la que se desprendían restos de hollín. El fuego, que había destruido la mayoría de las viviendas y edificios, aún ardía en los tejados de paja y se consumía ahogado bajo los escombros de las estructuras que habían cedido.

Tras el sobrecogimiento inicial, y sin ser capaces de decir una sola palabra, los cuatro shinobis se adentraron a paso lento por la calle principal de la agonizante ciudad.

Fue entonces que comenzaron a distinguir ciertas siluetas en el suelo, mismas que tomaron forma al atravesar la cortina de humo inicial. Había cadáveres y armas por doquier, era evidente que una batalla se había librado y, por la calidez de los cuerpos inertes, era deducible que no había pasado mucho tiempo desde que finalizó.

A pesar de examinar el lugar con cuidado en busca de sobrevivientes, no se escuchó voz alguna, sólo el crujir de madera ardiendo. Sólo tras constatar que no había posibilidad de rescatar a nadie, la Mizukage pudo retomar la palabra— Semejante destrucción... ¿cómo es posible en esta época? —preguntó con tal furia e impotencia que bien podría haberse tratado de una ignominia contra su persona, su aldea y su país, más había sucedido en el país del Fuego.

Viento de AgostoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora