Desde el Alba hasta el Anochecer

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Cuando los rayos del sol llevaban ya un buen rato iluminando la activa Sunagakure, Temari despertó. Intentó moverse un poco vanamente, notando la carencia de espacio en su cama. Y es que, después de tantos años de dormir sola, el acostumbrarse a compartir ese limitado espacio con otra persona no era tarea sencilla.

—Oye vago, es hora de despertar —exclamó la embajadora de la Arena con voz suave, mientras palmeaba el masculino brazo de su novio por sobre la frazada.

Shikamaru se limitó a gruñir y acurrucarse un poco más contra el cuerpo de Temari, como oponiéndose a la idea de abandonar la comodidad que éste ofrecía.

—Hoy comienza nuestra misión —le recordó ella, insistiendo con la misma amabilidad de antes, sin lograr mejores resultados.

—Sólo cinco minutos más —farfulló él, apretando sus párpados con fuerza, negándose a abrir los ojos y enfrentar el nuevo día.

—No creo que al Daimyō le haga mucha gracia que lleguemos tarde sólo porque eres perezoso —opinó la domadora de viento, sin poder sonar completamente seria mientras se sentaba en su cama para estirar los brazos—. Además, el hecho de que te haya invitado a dormir conmigo una noche no significa que se trate de una invitación permanente —recalcó con mayor convicción, puesto que portaba los motivos para tal reproche.

El Nara difícilmente había vuelto a pisar el estudio de Kankurō después de pasar la primera noche en la habitación de la Sabaku No, limitándose a entrar allí sólo para buscar ropa limpia.

—Tengo que ser un caballero o tu período me asesinará —se excusó vagamente el shinobi de las sombras con voz ronca y ritmo pausado.

—Ya no estoy en mi período —desacreditó la kunoichi, desmantelando así su argumento.

Habían pasado sólo tres días y, aun así, Temari no necesitaba constatar nada para realizar tal afirmación. En ese sentido, su cuerpo era un reloj sumamente puntual. Cada mes y sin excepción, su organismo experimentaba tres noches de insoportable agonía. Esa era la cuota de sufrimiento que la madre naturaleza había impuesto para la rubia de la Arena.

—Es cierto, pero él no sabe eso —exclamó el Nara incoherentemente, brindándole personalidad al periodo menstrual de la Sabaku No—. Nadie le dijo que debía irse, así que, ¿qué tal si decide volver? —inquirió él con seriedad, sonando demasiado elocuente al mencionar semejante disparate.

—Volverá —aseguró la hermana del Kazekage, anticipándose al mes entrante en un intento por eliminar ese misticismo que el hombre de Konoha creaba para defenderse ante tal situación.

—Lo sabía —profirió él con cierta molestia en la voz, como si estuviesen hablando de un poderoso enemigo en común. Seguidamente, agregó con determinación—. Por eso mismo debo quedarme.

Una risita contagiosa se escapó de los labios de la dama ante la ocurrencia— Tonto —calificó posteriormente por el hilo de razonamiento que su broma había seguido y, aún con una sonrisa en los labios, mencionó—. Supongo que me iré adelantando.

Sin embargo, Shikamaru no estaba dispuesto a dejarla ir tan fácilmente. Nadie tenía la certeza necesaria para asegurar cuándo tendrían la oportunidad de dormir juntos nuevamente. Por esa razón, el shinobi debía tomar sus recaudos y disfrutar hasta el último segundo de su compañía.

Con esto en mente, el cobarde número uno de la Hoja entreabrió los ojos y, antes de que la Sabaku No llegara a levantarse, la tomó apresuradamente desde la cintura para posteriormente obligarla a tumbarse junto a él de manera autoritaria. Una vez que se encontró nuevamente a su lado, el Nara se abrazó a la femenina espalda esperando evitar, de esa manera, futuros intentos de escape.

Viento de AgostoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora